Si el universo fuese azaroso ni siquiera se habría configurado la vida. La casualidad es sin duda un componente parcial de la realidad, pero no el único ni el preponderante. Quizá lo correcto consista en centrarnos en la aceptación de la incertidumbre como condición medular de la existencia.
¿Eres siquiera capaz de imaginar un universo gobernado por el azar absoluto? Trata de visualizar un cosmos donde la contingencia sea total, es decir, donde no haya reglas ni constantes ni continuidad previsible de ninguna especie, donde el caos y la indeterminación constituya el devenir rutinario, donde la coherencia entre las causas y los efectos no pueda siquiera ser pensada y donde la inexistencia de patrones impida la construcción de estructuras de cualquier tipo. Lo único que puede surgir de ahí es la nada, la atomización total, el caos absoluto, porque sería un escenario sin ningún pauta o referencia a la cual aferrarse.
Lo más probable es que si el universo fuese arbitrario a ese nivel ni siquiera se habría configurado la vida. Ésta es producto de muchas variables que se desconocen, pero el desconocerlas no significa que carezcan de patrones sutiles que las condicionen y les otorguen un cauce. La evolución tiene innumerables constantes y súbitas rupturas creativas que dan lugar a nuevas formas de existencia, pero que, aun cuando no podamos conocerlas todas y mucho menos controlarlas, no necesariamente son arbitrarias.
De este modo, ante la imposibilidad de que un azar absoluto gobierne el universo, la casualidad se convierte por fuerza en componente parcial de la realidad que conocemos en equilibrio con la causalidad. En este universo de contingencia parcial, si lanzamos una moneda cien veces al aire, no es fácil predecir cuántas y en qué orden caerá arriba el escudo y en cuantas la cara, pero en la versión de azar total ni siquiera podríamos estar seguros de que la moneda caería.
Ahora pensemos, ya no esa contingencia absoluta sino una relativa. En ese universo donde la estructuras básicas y constantes como la formación de moléculas, la gravedad, los campos electromagnéticos, entre muchos otros patrones previsibles dan forma a una realidad cognoscible, así sea de manera parcial. Es en esta dimensión de la existencia donde la tensión entre la voluntad y el azar puede ocurrir. Es aquí, en ese universo estable, donde es posible identificar cómo ciertas causas anticipan ciertos efectos, mientras que muchas otras causas nos resultan desconocidas y sólo podemos inferirlas por sus efectos.
Ahora bien, diferenciemos con claridad el azar de lo arbitrario. Mientras el primero lo entendemos como una sucesión de casualidades que no están relacionadas entre sí pero forman parte de las estructuras establecidas por la evolución del cosmos, lo arbitrario se daría si los fenómenos se sucedieran sin orden ni concierto, sin referentes, sin una coherencia interna entre un acontecimiento y otro. El azar es indeterminado, pero tiene una cierta coherencia y forma parte del orden universal. Las monedas del ejemplo pueden caer cara o escudo, pero siempre caen, no podemos predecir el resultado concreto de cada lanzamiento pero sí el comportamiento general del fenómeno. Que exista el azar no significa que, de manera arbitraria, de pronto nazca un elefante que vuela, o una ballena que juegue al ajedrez.
Cuando decimos que la vida se compone de una sucesión de azares significa que los acontecimientos, las oportunidades o los inconvenientes que nos van ocurriendo no responden a ningún propósito que vayan más allá de los accidentes circunstanciales de la propia existencia. Es decir, el azar está acotado y condicionado a lo que “es posible” en determinada circunstancia, aun cuando nosotros no podamos ver esa “posibilidad”.
¿Cuáles son las normas internas que rigen el azar? No hay forma de saberlo. El espacio de indeterminación se rige por las mismas estructuras del universo que no pueden ser alteradas por el ser humano. Si el meteorito que mató a los dinosaurios hubiese tenido una trayectoria ligeramente distinta y no pega en la tierra como lo hizo, casi seguro que los humanos nos estaríamos aquí. ¿Por qué ocurrió así y no de otra manera? No hay forma de saberlo. Lo que es un hecho es que ese acontecimiento moldeó el devenir evolutivo del planeta y dio lugar a las condiciones para que apareciéramos los humanos.
Volviendo al ejemplo de la moneda que cae escudo o cara, si llevamos a cabo cinco lanzamientos es casi imposible predecir el resultado y el orden de los mismo, pero si por medio de la estadística damos seguimiento a cincuenta mil lanzamientos en vez de cinco, entonces será posible detectar ciertos patrones que nos permiten comprender mejor el comportamiento de ese azar, acotado por las propias estructuras que lo acogen.
La posibilidad de encontrarnos fortuitamente en la calle con alguien que no hemos visto en veinte años en una gran ciudad ciertamente no es cero, pero sí una muy remota, por eso cuando ocurren circunstancias como esa nos parece casi mágico.
¿Nuestra voluntad o nuestras intenciones –por ejemplo, pensar en ese alguien unos días antes de topárnoslo– pueden forzar ese tipo de casualidades? Es imposible saberlo con certeza. Lo que desconocemos acerca del funcionamiento sutil del cosmos es seguramente mucho más que lo que ya sabemos y por lo tanto no es posible ni afirmar ni negar categóricamente esa posibilidad. Quizá el azar, o lo que nosotros entendemos como tal, ni siquiera exista y sea tan solo una forma de interpretar los acontecimientos desde la perspectiva limitada de la Totalidad que tenemos como seres humanos, desde la cual no podemos ver muchos de los patrones cósmicos; sin embargo, sea como sean las cosas a esos niveles, es verdad que nuestra percepción nos hace experimentar un potente factor de impredictibilidad que muchas veces llega hasta lo misterioso.
Lo cierto es que esa comprensión de que somos producto caprichoso del azar y del tiempo, de que tras una concatenación de casualidades inexplicables apareció la vida que conocemos y con ella finalmente los humanos, quienes vivimos corroídos por la ansiedad y la angustia, en medio de un cosmos inmenso, inerte, incierto y vacío tampoco termina por convencer del todo y es en este nivel donde la reflexión acerca del sinsentido del azar, tiene cabida.
Una cosa es que exista un espacio de indeterminación donde entran en juego patrones estadísticos que se nos escapan y otra que el azar sea realmente la propiedad cósmica preponderante.
Sin embargo, en el otro extremo del espectro es necesario reconocer que el hecho de que deseemos un cosmos lleno de sentido y armonía, cuya evolución tenga un propósito y una razón, y que además nosotros seamos capaces de decidir voluntariamente aquello que experimentamos no es suficiente para que las cosas de verdad ocurran de ese modo, o para que, si lo son, podamos observarlas en su justa dimensión.
Quizá el más grande aprendizaje al que podemos acceder consiste en dejar de preocuparnos por el azar y la casualidad, que a fin de cuentas, existan o no, están fuera de nuestro ámbito de control y centrarnos en la aceptación plena de la incertidumbre como una condición de la existencia humana.
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