El populismo amenaza a la civilización

¿Estamos en el umbral de una regresión civilizadora?

10 de julio, 2024 El populismo amenaza a la civilización

La promesa civilizadora está en riesgo. ¿Qué significa promesa civilizadora y por qué está en riesgo? Consiste en un gobierno regido por leyes, donde los poderes públicos (Ejecutivo, Legislativo y Judicial) están separados y se controlan y equilibran para impedir concentrar la autoridad, el poder, en una persona u órgano (Estado de Derecho). Los gobernantes aceptan cumplir la ley y limitar su soberanía para vivir en paz. A cambio, son garantizados sus derechos humanos y sus libertades, especialmente la libertad de conciencia y el habeas corpus (el derecho a la vida y la libertad, así como a evitar arrestos, detenciones arbitrarias, torturas y asesinatos extrajudiciales). La promesa civilizadora está en riesgo porque el mundo va en dirección opuesta. Diversos países, como México, intentan desaparecer a este régimen.

Las instituciones, las leyes, las reglas, que dan certeza y permiten evitar el reino de la selva, del más fuerte, son debilitadas y pueden desaparecer. Este fenómeno tiene lugar como consecuencia del arribo de hombres fuertes que dicen encarnar a la voluntad general, ser el mismo pueblo. En efecto, estos gobernantes son aplaudidos por las mayorías. Los siguen ciegamente. Este sesgo hacia los hombres fuertes obedece, por un lado, al desamparo en que quedaron millones de personas por los cambios tecnológicos y la globalización. La gente busca en ellos protección, refugio y certeza: saber que no van a la deriva y tienen esperanza. Y, por otro, a que la democracia dejó de responder al interés común: los poderosos legislan y gobiernan para su beneficio.

La certidumbre a la vida de las personas que proporcionan estos caudillos radica en su discurso. Entienden el profundo sentir de la gente, y mediante una historia, un relato, les brindan una identidad, un sentido de pertenencia. Ahora, las personas que estaban en los márgenes sienten haber dejado su condición de parias, de don nadie. Por fin, son alguien, recobran su calidad de personas. Se sienten reivindicadas y con el líder a la cabeza del movimiento, al unísono señalan a los villanos: las elites, burocracias, los académicos, la meritocracia… y las leyes, instituciones. Su temor a la incertidumbre da paso a la revancha, el ataque. El resentimiento, fruto de la humillación, da paso a la furia. De pronto, dejamos de reconocernos. Ahora ellos dicen quiénes son los buenos y quiénes, los malos. Los excesos de antaño son vengados.

El peligro que observo en el nuevo auge populista autoritario, simultaneo en casi todos los países del mundo, acaece en una circunstancia inédita. Ocurre en el contexto de una revolución tecnológica que socava los valores, creencias y conceptos que orientan nuestras vidas. En suma, está en entredicho la forma de ver y entender el mundo o cosmovisión. Las anteriores revoluciones tecnológicas, si bien causaron grandes dislocaciones sociales, no cuestionaron las bases conceptuales de la sociedad con las que nos entendernos y comunicamos. Hoy, la ciencia echa por tierra los conceptos que fundaron la sociedad moderna y le permitieron enormes progresos.

Veamos. La libertad de conciencia, valor cardinal de la democracia liberal, se basa en el viejo precepto bíblico que reza así: Dios hizo al hombre a su imagen y semejanza y lo dejó a su arbitrio (libre). El hombre, como comparte la divinidad, puede elegir libremente. En el siglo IV hubo una fructífera polémica filosófica entre San Agustín y Pelagio sobre este asunto. A la postre ganó este último. Esta creencia supone que el hombre es racional y que elige siempre a favor de su interés. (El neoliberalismo torció este concepto al atribuir a las empresas dicho atributo humano). Hoy, los descubrimientos biológicos y los algoritmos nos muestran que las hormonas, neuronas, nuestra química, condicionan nuestras elecciones. Y los algoritmos descifran la manera como elegimos. Así, es posible inducir y controlar nuestras elecciones. Luego, nuestra libertad es menos racional, más biológica y mecánica.

Si una persona, por citar un ejemplo simplificador, comete un delito y fue condicionada por su química, hormonas o por inducción, ¿qué tan libre fue su decisión de infringir la ley? Se abre una discusión sobre su culpabilidad. Este suceso cimbra el edificio del derecho. A su vez, debilita la concepción de hombre libre. Luego, los valores de la democracia liberal son invenciones basadas en creencias. Son fruto de la visión del mundo, de un relato. Al parecer, los nuevos populistas entienden intuitivamente esto y saben que cambiar la visión del mundo y manipular a la gente depende del relato. He ahí el porqué de su peligro y también el riesgo que corre la democracia. Desfallece la civilización occidental. ¿Estamos en el umbral de una regresión civilizadora?

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