Como electores debemos hacer un esfuerzo para evitar la manipulación que los expertos en marketing político habrán de intentar. Que, votemos por quien votemos, nuestro acto sea producto de una decisión fundada en argumentos y no en la pura emoción.
En las semanas anteriores reflexioné acerca del panorama general para las elecciones que se celebrarán en México en junio de 2024. Ahora toca el turno al papel que habremos de jugar los electores.
Existe un gran segmento de la población que tiene su voto decidido sin importar lo que suceda en las campañas o de lo que hagan o digan los candidatos. Esto se puede deber al acuerdo ideológico con determinada formación política –ya sea por reflexión personal o por tradición familiar–, por identificación emocional con algún candidato en particular o bien por oposición: votará en contra de alguien a quien no tolera, con independencia de los motivos que activan los resortes de esa antipatía.
Sin embargo, existe también una franja importante de electores que, o bien aun no tiene decidido el voto, o aunque a priori siente inclinación por un partido o candidato, su decisión no es aún definitiva. Desde luego, en gran medida las campañas se diseñan para ese segmento que por una razón u otra, aún no han definido su voto. Este segmento es siempre el más importante en términos de marketing político porque es el que puede modificar las intenciones de voto con que las campañas comienzan.
Para no ir más lejos, en el caso de México las últimas tres elecciones la relación votante previamente definido vs. votante indeciso han tenido comportamientos distintos. En la elección presidencial de 2006 el candidato López Obrador llegó a sacar más de 20 puntos porcentuales a Felipe Calderón y terminó perdiendo la elección por medio punto. En 2012, la ventaja del candidato Peña Nieto al inicio de la campaña era amplia y, aunque se fue reduciendo en el transcurso de las semanas frente al candidato López Obrador, le alcanzó para conseguir el triunfo por 7 puntos. Mientras que para 2018 el candidato López Obrador siempre fue arriba y su ventaja no dejó de incrementarse hasta ganar por 21 puntos porcentuales por encima del segundo lugar, Ricardo Anaya.
Esto señala que si bien los porcentajes de voto duro –ese que cada partido y/o candidato tiene seguro haga lo que haga y diga lo que diga– las campañas en efecto influyen en el resultado final y muchas veces cambian radicalmente la tendencia marcada al inicio de la contienda.
Durante el desarrollo de las campañas un segmento del electorado, especialmente el que no ha decidido su voto, asumirá una posición pasiva. Estará más o menos atento a lo que los candidatos hagan o digan y a lo que sus equipos de comunicación transmitan para formarse un criterio y tomar una decisión.
Habrá, del mismo modo, otra parte del electorado más participativa, en especial conforme la fecha de la elección se acerque, que buscará promover la opción política que considera la “correcta” con todas las herramientas a su alcance.
En la medida que la contienda se polarice, los estímulos serán progresivamente frecuentes, provendrán de fuentes cada vez más indeterminadas y, sobre todo, escalarán en la estridencia y distorsión. Muchos de ellos no tendrán otro propósito que generar un impacto emocional que produzca rechazo sobre alguno de los participantes a partir de forzar interpretaciones de palabras, acciones u omisiones del candidato o, en muchos casos, mintiendo de forma abierta.
Los especialistas en marketing político tergiversan la verdad sabiendo que, como asegura Marta Peirano en El enemigo conoce el sistema, “los seres humanos tenemos sesgos cognitivos, puntos ciegos en nuestro razonamiento que crean una distorsión. Aquí hay dos sesgos cognitivos tipificados como “sesgo de confirmación” y “efecto del falso consenso”. El primero es la tendencia que tenemos todos a favorecer la información que confirma lo que ya creemos y despreciar la que nos contradice, independientemente de la evidencia presentada. El segundo es que tendemos a sobreestimar la popularidad de nuestro punto de vista, porque nuestras opiniones, creencias, favoritismos, valores y hábitos nos parecen de puro sentido común”*. Conforme nos acercamos a gente que piensa como nosotros, más confirmaremos que tenemos razón. Continúa Peirano: “los grupos generan un entorno de consenso permanente, aislado del mundo real, donde la credulidad dentro del círculo es máxima, y fuera del círculo es nula”.
Por eso, en nuestro papel como electores debemos hacer un esfuerzo para evitar en la medida de lo posible la manipulación. Que, votemos por quien votemos, sea producto de una decisión personal, de preferencia fundada en argumentos y no en la emoción pura. No olvidemos lo importante que será para el futuro de México el resultado de la próxima elección y nuestro país merece un universo de votantes a la altura de las circunstancias.
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*Peirano, El enemigo conoce el sistema, 2019, P. 247-248Peirano, Marta, El enemigo conoce el sistema. Manipulación de ideas, personas e influencias después de la economía de la atención, Primera edición. Quinta reimpresión. España. Debate-Penguin Random House, 2019, Págs. 301
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