El Grinch republicano, que logró imponerse en la elección de los Estados Unidos de América, poco le importó amargar las fiestas navideñas para amenazar con robarse Groenlandia, anexar la Canadá del “gobernador” Trudeau y de paso imponer aranceles a su vecino México. No conforme deslizó la intención de denominar a los sangrientos cárteles mexicanos como grupos terroristas, para sin mediación de nadie, realizar acciones militares en territorio mexicano.
No es novedad que el imperio del norte vea a México como su traspatio, baste recordar que en el siglo XIX la política expansionista pudo arrebatar la mitad del territorio del incipiente país, tan enquistado en guerras internas y con profundas luchas de clases que al día de hoy no terminan de cicatrizar.
Pero como al envalentonado presidente electo, Donald Trump, le viene “guango” eso de la sociología latinoamericana, pues lo suyo es la defensa de sus intereses oligarcas, con el acceso al enorme poder bélico, sus bases militares en zonas estratégicas del mundo, los poderosos intereses económicos y la nula pena por usarlos de forma dictatorial, ya provocó que los equipos diplomáticos del mundo, redoblaran esfuerzos previos a la cena navideña.
Al Grinch supremacista poco le importa el desastre económico que sus amenazas reales le afecten, en menor medida, a sus electores que rabiosos, miran con placer irracional, como el anaranjado personaje se roba la navidad, mientras desempolva su expansionismo, mientras sigue permitiendo el genocidio palestino, donde se paradójicamente se ubica Belén.
Quizás lo único rescatable de la nueva era prepotente del Grinch republicano, sea que indirectamente con el cese al fuego en Ucrania, el escalamiento hacia una guerra nuclear pueda ser evitado. Pero los humores noctámbulos del nuevo emperador republicano podrían desencadenar nuevos escenarios conflictivos de los que nadie hubiera imaginado. Solo pensar que Trump ordenara ocupar Groenlandia para materializar un acto de guerra contra la OTAN, es ya un escenario digno de la esquizofrenia política.
Misma enfermedad mental que tradicionalmente afecta a importantes figuras de la oposición a quienes lo vendepatrias no les avergüenza, quienes ya piden con firmeza que los EEUU invadan el país y se acabe con la soberanía nacional. Estos traidores a la patria, así sin falsas caretas o tibios posicionamientos, fueron bien definidos por el expresidente AMLO, en sus batallas culturales ganadas, aun fuera ya del poder.
Estos apátridas políticos, sobrerrepresentados en muchos medios de comunicación, y totalmente desechados en el pasado proceso electoral, son los mismos jilgueros que denuncian que México se convierte en una dictadura, mediante un show tragicómico que solo provocaría hilaridad, de no ser por los oscuros intereses de las elites económicas que están detrás.
No es que el régimen morenista no tenga amplios frentes pendientes de solución para la gobernanza de los mexicanos, destacando la inseguridad, pero las narrativas opositoras son cada vez más ridículas y sus representantes más tóxicos y autodestructivos.
Desde la muerte política de la ministra Norma Piña, quien siempre fue una figura opositora sobrevaluada, digna representante de los payasos justicieros ahora caídos en desgracia por la implementación de la reforma judicial, se demostró que la estructura petrificada y llena de intereses de muchas instituciones no hacen a los políticos brillantes y eficientes, simplemente estos últimos aprovechan todos esos mecanismos anquilosados de real poder fáctico para incidir a favor de intereses cupulares.
Cuando la ministra Piña se vaya al retiro dorado aún tendrá espacio en los programas digitales de la Narnia profunda opositora, donde aún apuestan por encontrar el algoritmo que les hizo perder la elección presidencial, además de lanzar bulos y creérselos como que el gobierno se robara sus ahorros, las pensiones, las afores y los créditos del Infonavit y hasta la esperanza.
El largo periodo de reconstrucción que la arrollada oposición requería para ganar más espacios legislativos, está siendo sustituido por el relato de la oligarquía mediática que busca golpear a la presidenta Sheinbaum. Con la llegada del supremacista republicano, las esperanzas de los conservadores mexicanos se renuevan al pensar que pueden montarse en la ola del populismo de derecha, olvidando refundarse o tener mínimo asomo de autocrítica.
No obstante su razonamiento irreal no les permite verse como cartuchos quemados de la política, totalmente irrelevantes para los mexicanos y en especial para el nuevo populismo trumpista, que busca la reconsolidación del imperio mediante las formas coercitivas que más le funcionen. Por lo que naciones ideológicamente afines, como la Argentina de Milei o la Italia de Giorgia Meloni, podrían quedarse esperando inútilmente el apoyo norteamericano y solo lograr su foto decorativa con el Grinch imperialista.
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