Un debate tendría que servir para construir argumentaciones en vez de para, simplemente, derribarlas y triunfar en la discusión tan sólo por prevalecer sobre el otro. Pocas cosas necesitamos más como sociedad como un debate amplio y constructivo.
En el mundo de la utopía un debate tendría que servir, en efecto para contrastar las ideas, pero con una intención última de alcanzar una síntesis que aporte una comprensión más amplia y profunda del problema tratado en aras de mejorar distintos aspectos de la convivencia humana y donde las conclusiones alcanzadas estén por encima de los intereses particulares tanto de individuos como de grupos de poder. Desde luego esto prácticamente no ocurre, pero, puesto que para que las cosas sucedan requieren narrativas que las imaginen, y que esta obra propone el diseño de relatos que más que contar “lo que es” diseñen deliberadamente mundos mejores, hagamos un ejercicio de fantasía y enumeremos las posibles características que, de existir, tendría este tipo de encuentros.
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Lo primero es que se plantearían con la intención de exponer libremente ideas fundadas con solidez en aras de ponerlas a prueba cuando se contrasten con otras distintas. En este caso los participantes llegarían al encuentro con la lealtad de, mediante una escucha atenta, recibir los planteamientos ajenos con apertura y con genuina disposición de permitirles la entrada en propios sistemas de creencias. Esto suena simple pero no lo es. Implica un riesgo mayúsculo: llegar a un discusión sabiendo que el mundo sobre el que has construido tus convicciones podría ser falso y estar dispuesto a asumir ese riesgo requiere de una enorme valentía, pero esa es quizá la primera característica que debe tener un verdadero debatiente: valor para asumir la incertidumbre acerca de si sus ideas y convicciones son realmente las mejores que podría utilizar para darle sentido a su existencia.
Yo nací y crecí en una familia católica practicante. Durante la primera etapa de mi vida esa convicción religiosa marcó y condujo mi vida. Cuando en la adolescencia tardía de pronto perdí la fe y dejé de creer, el mundo se vació, tuve una sensación interior muy parecida a lo que debe experimentarse si de pronto desaparece el suelo bajo tus pies y sin explicación te encuentras en una especie de pantano donde te hundes conforme te mueves y no encuentras nada sólido a lo cual agarrarte. Esto mismo puede ocurrirle a aquel que se atreva a debatir de verdad. Pero también sucedería que cada participante reflexionará a medida que conversa, a medida que contrasta una idea con otra, conforme escucha con apertura y autenticidad al otro. Es casi seguro que asumir un intercambio intelectual con esa actitud resulte, en sí mismo, un acto creativo de enorme poder.
El día que seamos capaces de afrontar cualquier discusión y diferencia, decididos a defender con pasión nuestros argumentos, pero abiertos a ser convencidos/persuadidos por uno mejor, estaremos en condiciones de construir un futuro mucho más habitable. El verdadero crecimiento, la verdadera posibilidad de incrementar nuestra empatía y nuestro conocimiento de la realidad y del mundo que nos rodea está en abrirnos a la posibilidad de cambiar de opinión, en admitir la posibilidad de que estemos equivocados, en aceptar que existe una posibilidad importante de que nuestro “oponente” posea en sus argumentos algún nivel de verdad.
El otro ya no es un oponente, un enemigo al que debo destruir, sino un compañero de viaje que asume los mismos riesgos que yo de que su mundo se vacíe y por lo tanto debo tratarlo con empatía, responsabilidad y respeto. Esta variedad de debate no es una pasarela de certezas sino una búsqueda de verdades más significativas, aún sabiendo que tampoco serán verdades últimas. De lo que se trata es de alcanzar conclusiones que hagan sentido para todas las partes involucradas sin sentir la necesidad de imponer el sesgo propio. Entonces la disputa, sin perder pasión y vehemencia, se convertiría en una danza donde aprender a acompasar, a coincidir, a alcanzar acuerdos, a jugar, incluso a seducir se convierte en una metodología eficaz. De aquí se infieren más características que un buen polemista debería tener: sensibilidad, apertura, generosidad, ligereza y convicción.
El debate suele utilizarse como instrumento para contrastar narrativas; sin embargo, también sería posible utilizarlo para poner en relación dialéctica una serie de ideas, más o menos afines, con el propósito de construir un solo relato a partir de los esfuerzos integradores de los participantes. Es posible construir debates que busquen verdades en común, soluciones a problemas generales, La herramienta es la misma, tan sólo depende de la intención y la forma en que se use.
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