El cuero y las correas

Una de las mejores definiciones de cultura que he escuchado, me la obsequió uno de mis profesores de Preparatoria: don José Cervantes. Él es uno de esos milagros que la buena suerte pone en el camino de...

13 de abril, 2021

Una de las mejores definiciones de cultura que he escuchado, me la obsequió uno de mis profesores de Preparatoria: don José Cervantes. Él es uno de esos milagros que la buena suerte pone en el camino de los estudiantes que pueden aprovecharlo. Don José, como lo llamábamos, tenía varios doctorados, había sido uno de los principales asesores en el gobierno mundial de los Hermanos Lasallistas en Roma y a algunas generaciones nos tocó su retorno. Con su colección de doctorados y su vastísima cultura, daba clases de sociología a los preparatorianos y para nuestra fortuna, nos legó una bibliografía que todavía no termino de leer. Él decía que cultura es aquello que queda cuando hemos quitado todo lo que resta, lo que hacemos con sentido valioso; todo, desde los saludos matutinos hasta la literatura, desde lo que comemos hasta cómo rezamos, cómo nos vestimos y cómo nos enamoramos; cultura, decía don Pepe, es identidad. Abracé esa definición con una fe que no he abandonado porque me ha permitido entender muchos de los fenómenos que hoy nos sacuden; por ejemplo, se reía en el aquel lejano 1988 cuando le hablaban de la “pérdida de valores” porque decía que valores siempre hay, pero que están cambiando y lo importante es que hay que tener valentía e inteligencia para sostener los que consideramos importantes como para pasar a la siguiente generación.

Hoy, por ejemplo, cuando veo el plantón del partido oficial frente al INE y escucho las declaraciones desaforadas de los candidatos en riesgo, me viene a la memoria una de las “joyas” machistas de la cultura nacional. Frente al discurso de la legalidad y la democracia, frente a la protección del árbitro electoral, se erige, machorra y poderosa, la máxima de la cultura política mexicana de los últimos doscientos años: “A ver de qué cuero salen más correas” y su bonito corolario: “si no soy candidato no hay elección”. Lo “afortunado” es que el cinismo de la política mexicana debe inclinarse ante el tradicional disimulo nacional, porque la consecuencia necesaria es “para qué hacemos elecciones, ya mejor háganme gobernador”. Esas son las cosas propias de los valores que cuesta trabajo erradicar, de las prácticas que no pueden convivir con las sociedades modernas porque se resquebrajan al primer roce de razón; pero ahí están los dos alegres canchanchanes dormidos en la misma tienda para amenazar a una institución que a los ciudadanos nos ha costado años de lucha, vidas y movilizaciones. 

Frente a la apuesta por la ley, el principio del “cuero y la correa” luce como la voz poderosa del macho alfa que invoca la diligencia porfiriana del principio “Yo, o el caos”. Las contradicciones son lo de menos, se pueden obviar, si MORENA nació de un largo movimiento cívico político, si atrajo a los sin voz, si movió conciencias y puso en acción estructuras y debates dormidos en nuestra conciencia nacional, eso ya no importa porque, ahora, por una gubernatura, se van a jugar su carta de principios, su cultura y, lástima que mi maestro se haya muerto, su identidad.

La semana ha dado mucho para la reflexión de la cultura desde el poder, mire usted amigo lector, tenemos también el bonito espectáculo del logotipo del aeropuerto Felipe Ángeles y digo, si el problema no es el logotipo, ni lo feo que es, lo recargado, simplón, barroco y chafa que luce porque eso, usted coincidirá, es cuestión de gustos y habrá quien haya pensado que ni el aeropuerto Charles de Gaulle tiene una marca más linda y paquidérmica; a mi juicio, el meollo del asunto es que si ese símbolo se trata de uno de los proyectos señeros, del que debería invocar el triunfo sobre la corrupción, la persistencia de la voluntad contra la adversidad, habría de convocar lo mejor del talento gráfico de los mexicanos, que no es poco, concursarlo con un premio jugoso que convoque a los mejores a intentarlo, pero nos encontramos con un mamarracho salido de quién sabe dónde. Insisto, es cosa de gustos y habrá sin duda quien quisiera ver un buen Tiranosaurio en el logotipo del Tren Maya, porque, como decía mi abuela, si gustos no hubiera, el amarillo no se vendiera. Pero no se puede pedirle a los profesionales que saben hacer las cosas que dejen de comer y le dediquen largas horas de trabajo serio a producir un logotipo de primera categoría, que saben que no necesariamente va a ganar, si no existe la posibilidad de ganar para llevar el pan a la mesa. Lo mismo con los libros de texto. A ver de qué cuero salen más correas, si del de los creativos o del que quién sabe cómo y cuándo mandó a hacer el Dumbo cuaternario de Santa Lucía.

Porque, ya hablando de convocatorias y concursos, el punto no está en si el gobierno tiene derecho a cambiar los libros de texto gratuitos para exponer su propia visión de la Historia, claro que la tiene, faltaba más, el General Cárdenas promovió y obtuvo una reforma constitucional para establecer que la educación que impartiera el Estado sería pública, laica, gratuita, obligatoria y socialista; el asunto es que no sabemos quiénes serán los sesudos autores de los textos y, por favor, convocar a los creadores gráficos, en la triste crisis que esa y otras industrias culturales vive y pedirles que le entren al diseño por el honor del reconocimiento, es como pedirle a las enfermeras que vivan de los aplausos del público agradecido por salvar nuestras vidas. Y sí, “a ver de qué cuero salen más correas”, ese será el nuevo punto de partida de la cultura nacional. Adiós a “viajero has llegado a la región más transparente del aire…”, lejos quede “por mi raza hablará el espíritu…”; de ahora en adelante, “a ver de qué cuero salen más correas” y mejor aún, “el que tiene más saliva come más pinole”.

@cesarbc70

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