En el curso de la semana pasada se dio a conocer un lamentable caso de acoso laboral. Ocurrió en la ciudad de Torreón: Un hombre murió, luego de una larga agonía, por la ingestión accidental de desengrasante. Como médico he visto estos casos en niños pequeños cuya familia vierte productos altamente tóxicos, en particular corrosivos, en botellas de refresco. El niño, con suficiente habilidad para desenroscar el tapón de la botella, da un trago y nada más. El sabor y el efecto quemante en la vía digestiva lo hace descontinuar su acción y termina en los servicios de urgencias con diversos grados de lesión: tanto de la vía digestiva como del tracto respiratorio, y en ciertos casos con daño cerebral. La severidad de las quemaduras puede ponerlo en peligro de muerte.
El caso al que me refiero aquí no fue pediátrico. Ocurrió a un adulto en la quinta década de la vida, con un nivel de candidez tal, que inicialmente lo tomó como una broma. Una más de las pesadas guasas que los compañeros solían hacer contra su persona. Le conocían con el apodo de “Papayita”; lamentablemente fue víctima de estos abusos por cierto tiempo, algo que aparentemente no se había documentado, ni por parte de la empresa para la cual laboraba, ni por parte del hospital que subcontrataba los servicios de la empresa.
Robarle su lonche, esconderle el celular y algunas otras bromas que fueron escalando en intensidad. Papayita era el centro de la diversión de algunos compañeros que en esta ocasión decidieron verter desengrasante en el envase de la bebida que había llevado al trabajo. Unos momentos después de dar un trago comenzó a sentirse mal, por lo que acudió a consulta, primero a su unidad de medicina familiar, posteriormente al hospital de zona y finalmente fue turnado a la clínica de alta especialidad. Aun a su ingreso a urgencias él justificaba la acción de sus compañeros diciendo que era otra broma de las que le jugaban con frecuencia. Poco más de dos semanas después, tras una terrible agonía, Papayita falleció.
Suponemos que quien haya colocado ese químico en su bebida nunca lo hizo con intención de asesinarlo. Fue solo una broma más, una forma sutil de continuar la habitual agresión en contra de un buen hombre que aguantaba y perdonaba. Una manera de descargar el resentimiento contra ellos mismos que mueve a los autores de este tipo de acoso, que finalmente, para el caso que nos ocupa, terminó en homicidio. No pretendo justificar al criminal, en absoluto, simplemente señalar el grado de distracción con que se actuó en contra de una persona para diversión del grupo. Las palabras de Facundo Cabral que incluyo en el epígrafe siempre me han resultado muy significativas: Vamos por la vida distraídos con nuestras propias marañas emocionales, carencias, frustraciones o estrecheces, y no somos capaces de levantar la vista para ver las necesidades de otros. A ratos pareciera que no podemos hacerlo, pues tenemos, como diría Jean-Paul Sartre, una náusea existencial que nos asfixia y que nos impide desarrollar el arte de amar a otros por lo que son.
El respeto por la dignidad de la persona es uno de los derechos humanos fundamentales. Respetar al otro por el simple hecho de que es persona, independientemente de las condiciones en que exista. ¡Vaya! Y máxime si esa persona tiene particularidades que le ponen en desventaja frente al resto. En cuanto a lo laboral, la Ley Federal del Trabajo, dentro de las garantías a las que obliga, incluye la de garantizar un ambiente laboral libre de discriminación y violencia. Algo que, en definitiva, no fue el caso para Papayita.
Confiamos en que la ley se aplique en contra de quienes provocaron la muerte de un ser humano, independientemente de los atenuantes que se quieran establecer para el caso. Descansa en paz un ser humano cándido, que finalmente partió con la idea de que le habían jugado una broma más, como tantas otras. Quede para todos nosotros la idea de que, una cosa es la máscara de malicia con que se revisten muchas “bromas” contra el más vulnerable, y otra es el maremágnum interno que propicia dichas agresiones contra otros. Buen momento para revisar nuestro entorno escolar, laboral y social, y poner lo que a nosotros corresponda por neutralizar estas actitudes capaces de marcar una vida para siempre, o, en el peor de los casos, terminar con ella.
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