Destino en construcción

Cada decisión conduce a un sitio distinto. Los actos nos llevan por un cauce único y entramos en el campo gravitacional de una tendencia que nos atrae y que nos conduce a acontecimientos acordes con nuestras acciones...

10 de enero, 2025

Cada decisión conduce a un sitio distinto. Los actos nos llevan por un cauce único y entramos en el campo gravitacional de una tendencia que nos atrae y que nos conduce a acontecimientos acordes con nuestras acciones previas, y lo que suceda después estará relacionado con esa tendencia en particular.

La semana pasada comenzamos a hablar del destino. Para continuar con la reflexión, tomemos un ejemplo literario.

En la novela Metro 2033 de Dmitry Glukhovsky, encontré una explicación que me parece interesante. Aun cuando se trata de una serie de ideas incompletas, porque no explican por qué nací donde lo hice, en el tiempo en que sucedió y en la familia, el país y el entorno en que aparecí. Sin duda ése sería el primer paso para entender el “destino”, porque todas estas circunstancias en apariencia “casuales” se convierten en causales cuando de explicar la vida se trata, pues la marcan de manera incuestionable. No es lo mismo nacer en el seno de la aristocracia francesa del siglo XVI, que en un barrio suburbano de la Somalia del siglo XXI.

    La teoría del autor ruso parte de la base de que no existe un destino preestablecido que pueda conocerse a priori. Sin embargo, conforme se vive, comienzan a tomarse decisiones, en principio inconscientes, que nos conducen a tomar otras. “En todo momento –dice su personaje Sergey Andreyevich- tendrás la posibilidad de elegir entre lo uno y lo otro. Pero, si tomas la decisión correcta, todo lo que te ocurra luego ya no será casual, sino determinado por la elección que hayas tomado previamente”(1).

    Sobre esta cita, yo sólo diría que el concepto de correcto e incorrecto es relativo y particular para cada persona y que en términos cósmicos la carga moral de cada acción es intrascendente. Más allá de si es correcto o incorrecto, cada decisión conduce a un sitio distinto. Lo importante de la idea es que cada decisión que tomamos nos lleva por un cauce único y entramos –por decirlo de alguna manera- en el campo gravitacional de una tendencia que nos atrae y que nos conduce a acontecimientos acordes con nuestras acciones previas, y lo que suceda después estará relacionado con esa tendencia en particular.

Siguiendo con el texto del autor ruso, tras la primera decisión, lo que ocurre después ya no es “tan casual”, sino que está determinado por la elección que se tomó previamente. Y de ahí continúa: “Entonces, la vida ya no consiste en una acumulación de azares, sino que, de hecho, llega a tener como un argumento en el que todas las cosas están ligadas lógicamente, aunque las conexiones no siempre serán inmediatas. Ése es tu destino. Y si sigues tu camino durante el tiempo suficiente, tu vida se parecerá tanto a un argumento que te sucederán cosas que no podrás explicar con la mera razón, ni con tu teoría del encadenamiento casual. Sino que se ajustarán sobremanera a las hebras del argumento por el que se dirige tu vida”. Y luego remata con la idea que me parece la más importante de todas: “Creo que el destino no acude por si solo, hay que ir en su busca”(2).

    Es el decidir conscientemente lo que permite construir un destino. Sin embargo, esa construcción, por consciente que sea, sólo nos pone en bajo la influencia de cierta tendencia y no recrea directamente lo que deseamos. Cuando tenemos claro hacia dónde nos dirigimos y actuamos en consecuencia a cada paso, los caminos se abren y se acomodan de manera inexplicable, pero no necesariamente como pensábamos, sino que se organizan en función a una lógica interna que nos resulta comprensible sólo una vez que los hechos han tenido lugar.

Claro que esa conciencia ni es fácil ni es frecuente. Implica un esfuerzo y una voluntad que casi nunca nos preocupamos por desarrollar. Tengo la impresión de que muy poca gente toma sus decisiones cotidianas con la conciencia necesaria para conducir de hecho su destino de manera voluntaria, pero me gusta pensar que con el entrenamiento suficiente se puede lograr en una medida muy amplia.  

    El personaje de la novela sigue con su discurso: “Pero si los acontecimientos de tu vida cuajan algún día en un argumento, tal vez llegues muy lejos… –pensemos en los Napoleones, en los Hitlers, en los Gandhis que construyeron destinos inverosímiles para la mayoría de los humanos–. Lo interesante del caso es que uno mismo no se da cuenta cuando eso ocurre. O se tiene una idea totalmente equivocada de lo que sucede, porque cada uno trata de ordenar los acontecimientos de acuerdo con su propia visión del mundo. Con todo, el destino tiene su propia lógica”(3).

    Aquí está otro punto que me parece medular. Uno no se da cuenta de que todo esto ocurre porque tenemos una serie de creencias que nos hacen ver el mundo de cierta manera, que en muchos casos poco o nada tiene que ver con el funcionamiento real del universo. Basamos nuestras acciones y convicciones en creencias –como la de creer que existe el destino o, al contrario, suponer que no– y éstas nos limitan al mismo tiempo que son inevitables. Si estamos convencidos que el mundo es de determinada manera, será muy difícil que alguien –ni siquiera los acontecimientos– nos convenzan de lo contrario. Al final uno termina por ver lo que quiere ver y en esta lógica, yo quiero pensar que el destino lo construyo yo con mis acciones, con mis decisiones, con mis ideas, con mis sueños, con mis planes y con mis proyectos. Si al final estoy equivocado, no cabe duda que ése era mi destino.

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(1) Dmitry Gjukhovsky, Metro 2033, Traducción Joan Joseph Musarra Roca, Barcelona, Sycla Editores S.A., 2009, Pág. 288.

 (2) Ídem

(3) Ídem

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