En la religión griega preclásica y clásica no existe una esperanza sobre un mundo mejor después de la muerte. Seguramente este factor fue determinante para tomarse la libertad de pensar y decidir en este mundo acerca de este mundo.
La semana anterior dijimos que las polis eran poblaciones pequeñas, de entre 80 y 90 km cuadrados y unos tres mil habitantes. Cada una de esas polis tenía su propia forma de gobierno. Existía una gran gama de posibilidades que oscilaban entre las monárquicas-aristocráticas y las democráticas, con un sinnúmero de variantes intermedias.
En el caso de Atenas, la democracia no se dio de forma automática. Requirió de un proceso de reformas llevadas a cabo en épocas distintas.
Cornelius Castoriadis, en Los Dominios del Hombre: las encrucijadas del laberinto, afirma que en la Grecia clásica se inventó la filosofía y la política. Quizá es un poco exagerado asegurar que en la antigua Mesopotamia o en los imperios chino o egipcio no existiera pensamiento sistemático y mucho menos que no se ejerciera la política. Sin embargo, es verdad que en Grecia ocurre algo nuevo y distinto y la argumentación del autor gira en torno a la objetividad absoluta del término. Castoriadis define la política como “una actividad colectiva cuyo objeto es la institución de la sociedad misma”.
Lo que sí distinguió a la sociedad ateniense fue esa disposición a deliberar abiertamente sobre sus leyes y a modificarlas cuando así conviniera.
En la religión griega preclásica y clásica no existe una esperanza sobre un mundo mejor después de la muerte. Seguramente este factor fue determinante para tomarse la libertad de pensar y decidir en este mundo acerca de este mundo. Ya en Hesíodo se encuentra que el universo no está en absoluto orden, y por lo tanto no vendría mal darle una manita. “La filosofía –nos dice Castoriadis- tal como la crearon y practicaron los griegos, es posible porque el universo no está totalmente ordenado. Si lo estuviera, no habría la menor filosofía, habría sido sólo un sistema de saber único y definitivo”.
Quizá lo más importante de la democracia griega consista en el propio proceso histórico para instaurarla, la manera en que a lo largo de casi cuatro siglos se busca la consolidación de la polis como un proceso permanente. Se crea el espacio público, que pertenece a todos. Se hace efectiva la libertad de palabra, de pensamiento, de examen y de cuestionamiento sin límites y se utiliza la palabra como vehículo de comunicación, justicia y progreso.
Existen varios factores a destacar de este sistema. Por un lado la comunidad de ciudadanos se constituye como soberana, se rige por sus propias leyes y se gobierna a sí misma. Por el otro, se decreta una igualdad total ante la ley entre todos los hombres libres. Merece atención, desde luego, el hecho de que las mujeres, los campesinos, los extranjeros y los esclavos no entren en esta denominación de «ciudadanos», pero sería injusto y erróneo pasar por alto el contexto. Hablamos del siglo VI a.C., mientras en México la abolición de esclavitud se da después de la independencia (1821) y la plena ciudadanía de la mujer se le reconoce apenas bien entrado el siglo XX.
Es de destacar que esta igualdad no sólo consiste en otorgar derechos pasivos, sino que otorga el derecho a la participación activa en los asuntos públicos, incluso la situación podía llegar a la pérdida de los derechos políticos en el caso de no tener participación activa en las luchas civiles que por momentos agitaban la ciudad.
El órgano de gobierno, la «ecclesia», estaba integrada por la asamblea del pueblo; este se encargaba de legislar y de gobernar propiamente. Los tribunales estaban integrados por jurados escogidos por sorteo dentro de la población.
En la democracia ateniense, la representatividad se sustituía por la ciudadanía como tal. Todos aquellos considerados ciudadanos participaban en las distintas comisiones y no existía la representación proporcional.
Tampoco se utilizaban a los expertos. Las decisiones relativas a la legislación las tomaba la gente común. Esto sin duda conllevó problemas. Incluso Platón criticó abiertamente esta característica del sistema en el Protágoras: explica que los atenienses seguirán el consejo de los técnicos cuando se trate de construir muros y navíos, pero en política escucharán a cualquiera. Pero a fin de cuentas se pensaba que el mejor juez no es el especialista sino el usuario: para opinar de la espada es mejor la opinión del soldado que la del herrero.
El concepto de estado como lo conocemos no existía. Recordemos que los Estados-nación modernos nacieron en el siglo XIX. En realidad las funciones de este las desarrollaba la propia comunidad. La idea de un órgano separado del cuerpo de los ciudadanos era incomprensible para un griego. Desde luego que existía un aparato administrativo, pero este no tenía ninguna función política, de hecho estaba compuesto casi en su mayoría por esclavos hasta muy altos niveles. Se puede afirmar que la burocracia profesional, aquella que cumple funciones ejecutivas, era integrada por esclavos.
No conviene pasar por alto que la polis eran pequeñas comunidades agrícolas, infinitamente menos complejas y especializadas que las de la actualidad y que nada tienen que ver con un Estado-nación como lo entendemos hoy. Por ello dicho sistema de gobierno debió evolucionar a uno representativo puesto que en nuestro tiempo resulta inviable la participación directa de la mayoría, más allá de mecanismos puntuales como consulta o referendo.
Una disposición de las más interesantes, y que habla con mucha claridad sobre el espíritu de la organización social y política griega, tenía lugar cuando se deliberaba acerca de la posibilidad de entrar en conflicto con una polis vecina. Los habitantes cercanos a la frontera no podían votar porque tenían intereses particulares en la cuestión.
Eso es justo lo opuesto de lo que ocurre hoy, que la política se mueve enteramente por intereses particulares. No hay más que analizar una campaña: un individuo busca llegar al poder y para lograrlo solicita el voto ciudadano a cambio de una serie de promesas y beneficios. Es decir, que el votante sufragará en función de aquel aspirante que mejor satisfaga sus intereses y no necesariamente los del conjunto.
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