Delirio caníbal

En Occidente en general y en México en particular, la polarización se combina y exacerba con una creciente precariedad e injusticia. Cuando estos ingredientes se combinan sin control se producen escenarios apocalípticos. Tal es el caso de...

3 de octubre, 2025

En Occidente en general y en México en particular, la polarización se combina y exacerba con una creciente precariedad e injusticia. Cuando estos ingredientes se combinan sin control se producen escenarios apocalípticos. Tal es el caso de lo ocurrido en la pequeña aldea francesa de Hautefaye, en 1870.

El la novela Los caníbales, de Jean Teulé, se relata un acontecimiento verdadero, que tuvo lugar el martes 16 de agosto de 1870 en el pequeño pueblo de Hautefaye, en el suroeste de Francia, durante una feria agrícola que coincidía con la fiesta patronal de san Roque.

       Los hechos son tan simples como inverosímiles. Pero antes de abordarlos convendría contextualizar un poco el momento histórico que los involucrados vivían. Lo primero es que, puesto que era pleno verano, eran víctimas de un calor agobiante. A esto conviene agregar la salvaje sequía que azotaba la región y que obligó a los gobiernos municipales a racionar al máximo la distribución del agua.

       En lo político, reinaba Carlos Luis Napoleón Bonaparte, conocido como Napoleón III, en plena guerra, y al borde de la derrota, contra del ejército prusiano.

       Ahora hablamos un poco de la víctima: Alain de Monéys, de apenas veintiocho años. Se trataba de un pequeño burgués, residente de Bretanges, aldea ubicada apenas a tres kilómetros de Hautefaye. Debido a una ligera cojera, estaba liberado de la obligación de participar en la conflicto militar. Sin embargo, Alain era un patriota genuino que, a pesar de los riesgos y la inminencia de la derrota, se había enlistado unos días atrás en la primera línea del frente de Lorena, hacía donde debía partir tres días después.

       La mañana de los hechos salió de casa entusiasmado. Deseaba saludar a los buenos amigos que tenía en Hautefaye y de paso promover el proyecto que había diseñado para la mejora del sistema de drenaje de la comarca.

       Es recibido con la cordialidad habitual. Si bien en esa aldea suelen habitar alrededor de cuarenta y cinco personas, esa mañana recorren las calles más de seiscientas, llegadas para la feria de todos los pueblos del municipio, en un radio de veinte kilómetros.  

       A lo largo y ancho de diminuta comunidad se combinaban los brindis en favor del emperador y los vítores ante una imaginaria victoria contra Prusia, aunque en la prensa se relataban las caídas del ejército francés en los distintos frentes.  

El mas vocal en el anuncio de las malas noticias fue Camille de Maillard, primo de Alain, quien, al afirmar que Napoleón III sería derrotado, consiguió que los ánimos se caldearan al grado de tener que huir. De Monéys trató de calmar la situación ante la acusación falsa de que su primo había gritado «¡Viva Prusia!».

“–¿Cómo? –intervino Alain– ¡De ningún modo! Vamos, yo estaba muy cerca y no ha sido eso en absoluto lo que he oído. Además, conozco lo suficientemente bien a De Maillard y estoy seguro de que es imposible que de su boca salga ese grito: «¡Viva Prusia»… «¿Por qué no «Muera Francia»?” (1).

       Sin saberlo, esa intervención conciliadora significó su condena de muerte. La multitud comenzó a vociferar: «¡Ha dicho «Muera Francia»!», «Ha dicho «Viva Prusia»!». Y por más que Alain gritaba «No, yo no he dicho eso» la efervescencia reventó cuando los hermanos Jean y Étienne Campot le propinaron los primeros golpes.

       A partir de ahí la multitud se salió de control. A la voz de que «había un prusiano en la aldea», perdieron de vista que se trataba de su vecino de siempre, Alain de Monéys, y que además ni siquiera había dicho aquello de lo que lo acusaban.

       De pronto cincuenta rostros coléricos lo rodearon. «Es un malentendido, amigos». Alain no pudo escapar como hizo su primo porque debido a su cojera le habrían dado alcance de inmediato. Trató de convencerlos con argumentos pero ninguno de los enfurecidos campesinos estaba dispuesto a renunciar al aquelarre.

       Le llovían los insultos: «Eres un traidor, un espía, un enemigo… ¡Un prusiano!». Salvo algunas voces sensatas como la de Pierre Antony: «¡No es un prusiano, es Alain de Monéys! ¡So imbécil! Diez minutos antes de que le pegaras un puñetazo en el estómago, le has pedido delante de mí que te explicara su proyecto de saneamiento del Nizonne. ¡Estabais hablando mano a mano!». La respuesta marcaría la ceguera y la insensatez que se impondrían el resto de la jornada: «Yo nunca he hablado con un prusiano». Y otro, poco después: «¡Es un enemigo y hay que hacerle sufrir…!» (2). 

       El auténtico inicio del linchamiento es un poderoso golpe en el cráneo con un garfio que le da Piarrouty y que deja a Alain ensangrentado. A partir de ahí no dejan de caerle bofetones y golpes de toda índole.

       Tratan de colgarlo, pero la rama del árbol se parte. «No soy prusiano… Amigos míos, vais a colgar a un soldado francés…», y en respuesta, más patadas y puñetazos. Hay hasta quien lo culpa de que su hijo hubiese muerto en la guerra.

       El sacerdote del pueblo trata de intervenir pero nadie está dispuesto entrar en razón. Ante dicha sordera, no se le ocurre otra cosa que distribuir vasos de vino entre la gente, con la intención peregrina de que eso los calmaría. Como era previsible, ocurrió lo contrario.

       Ante la distracción temporal, los escasos amigos que Alain aún conserva lo llevaron al Ayuntamiento. El alcalde Bernard Mathieu lo reconoce como habitante del municipio vecino, pero, ante la furia general, no se atreve a meterlo a su casa. Francis Chambort, el herrador del pueblo, y antiguo compañero de juegos de Alain, propone atarlo al potro y errarlo como si fuese un caballo.

       Le arrancan los botines, le quitan los calcetines y con unas enormes tenazas le amputan algunos dedos y le clavan herraduras en la planta de los pies.

       Hubo aún quien quiso salvarlo: «¡Os habéis vuelto todos locos! ¿Acaso se ha visto alguna vez a un prusiano en Hautefaye…? Quería ir a la guerra a pesar de que lo habían declarado inútil. ¿Cuántos, entre los que gritáis «Viva Francia» harían lo mismo? Dejadle en paz e ir a atacar a los prusianos donde están: ¡en Lorena! ¡Mostraréis allí más valor que en esta feria de cuatro cuartos contra vuestro vecino!» (3). Pero no había argumento que pudiese tranquilizar a la horda.  

       Alguien propuso fusilarlo, pero la consigna era «hacerlo sufrir». Alain intentó hablar pero le rompieron los dientes con una barra de hierro. Los golpes le caen de todos tipos y por todos lados. A estas alturas es un milagro que siga consciente. Lo culpan de todo, de la guerra, de los accidentes, de las malas cosechas y hasta de la sequía.

       Sus contados leales lo llevan con Jean Brouillet, a quien Alain prestó dinero sin intereses y le piden que lo resguarde. «Nunca le he pedido dinero a un prusiano». Lo captura de nuevo la multitud, lo desnudan. Lo atan de las muñecas y los tobillos y diferentes grupos de personas tiran de las cuatro extremidades. Sus articulaciones estallan.

       Aún siendo una masa informe de sangre y carne desgarrada, amputado, desnudo y sin un ojo, Alain saca fuerzas de no se sabe dónde y huye. Pocos pasos más adelante tropieza y Campot le asesta un tremendo golpe que por fin lo deja sin conocimiento.

       La cereza del pastel la pone el alcalde Bernat Mathieu, quien, a la manera de Poncio Pilatos, decide lavarse las manos con tal de que no lo agredan a él: «Coméroslo si queréis».

La multitud asume aquello como una orden: «¡Hay que quemarlo! ¡Hay que asarlo!». Preparan una hoguera y lo queman. ¡Viva el Emperador! ¡Viva Francia! gritan unos y otros. Parecían convencidos de que el crimen que se disponen a cometer es un acto de amor a la patria.

       Como en la «noche de San Juan», desean que el más joven de la aldea sea quien encienda la hoguera. Convocan a los niños. Escogen a uno cuyo padre murió en la guerra. Cuando la carne de De Monéys está cocida, comienzan a devorarlo. «Comer de aquel cuerpo es purificar la comunidad» (4).

       Al día siguiente llegó por fin la gendarmería. Hautefaye se encontraba en estado de postración y catatonia, como si el pueblo entero padeciera una tremenda resaca.

       El Emperador fue capturado por el enemigo en la Batalla de Sedan el 2 de septiembre. Dos días después el Segundo Imperio quedaría depuesto. Si bien el crimen había sido cometido bajo régimen anterior, el juicio fue llevado a cabo por la Tercera República. El 13 de diciembre de 1870, en el tribunal de Périgueux, pronunció el veredicto en contra de los veintiún detenidos.

       En general todos los acusados reconocieron su participación en el crimen pero sin entender lo que les había ocurrido.

Cuatro de los condenados terminaron en la guillotina y su ejecución se llevó acabo en la plaza pública de Hautefaye. El resto oscilaron entre trabajos forzados por distintos periodos hasta reclusión simple debido a la edad. Un menor de 14 años permaneció en una correccional hasta cumplir los veinte. Y por último, a un niño de cinco años se le puso en inmediata libertad.

       La madre de Alain murió de pena en otoño, el 31 de octubre. El padre vendió sus tierras y abandonó la región. En algún momento el gobierno considero eliminar el pueblo de Hautefaye del mapa, cosa que no ocurrió. Sin embargo, el proyecto de Alan de Monéys para el saneamiento de Nizonne sí se llevó a cabo. Ciento cincuenta años más tarde, la región aún se beneficia de él.

       «El 16 de agosto de 1970, los descendientes de la familia de la víctima y los descendientes de los verdugos organizaron y asistieron, codo a codo, a una misa de aniversario en la iglesia de Hautefaye” (5).

Referencias:

(1) Teulé, Jean, Los caníbales, Primera Edición, España, Ediciones B, 2010, Pág. 27

(2) Íbidem, P. 32-33

(3) Íbidem, P. 56

(4) Íbidem P. 96

(5) Íbidem, P. 123

Contacto:

Web: www.juancarlosaldir.com

Instagram: jcaldir

Twitter: @jcaldir  

Facebook: Juan Carlos Aldir

Comentarios


El turismo con rostro humano, comunitario y sostenible hace de Puebla un destino estratégico nacional y mundial

El gobernador Alejandro Armenta afirmó que el Premio Ángel del Turismo al Mejor Destino Turístico de México, que hace unos días recibió...

noviembre 24, 2025
Aumentos en gasolina e inflación son buenas noticias para el mercado de motocicletas en México

Las motos son la columna vertebral de la economía urbana en América Latina

En las ciudades latinoamericanas, las motocicletas se han convertido en protagonistas silenciosas de la vida urbana. Más que una solución de movilidad...

noviembre 14, 2025




Más de categoría
De Frente Y Claro | Pemex sigue en el ojo del huracán 

De Frente Y Claro | Pemex sigue en el ojo del huracán 

Por más que el gobierno federal afirme que Pemex saldrá adelante, cada día está peor. Una pequeña muestra lo...

diciembre 4, 2025
Transiciones. En México hicieron falta más Suárez y Fernández Miranda, y menos Fox Quesada y Carlos Castillo Peraza

Transiciones. En México hicieron falta más Suárez y Fernández Miranda, y menos Fox Quesada y Carlos Castillo Peraza

Las transiciones democráticas entre las de España y de México no pueden ser más disímbolas. De entrada y antes...

diciembre 3, 2025
Caballos de Carrera y Toros de Lidia: espectáculos que proporcionan muchas fuentes de empleo

Al rescate de la industria hípica. Nuestra solicitud a doña Claudia Sheinbaum Pardo, Presidenta de todos los mexicanos

La Industria Hípica de Carreras de Caballos merece un rescate y necesita urgentemente la atención de doña Claudia y...

diciembre 3, 2025

La Adelita

Adelita Grijalva, congresista del Partido Demócrata por el séptimo distrito de Arizona,  es hoy todo un fenómeno en Estados...

diciembre 3, 2025