Cuando toda evidencia o prueba es rechazada y la veracidad y validez de los sucesos dependen de quien habla, saber contar cuentos es la llave para obtener el monopolio del poder. ¿Cómo llegamos hasta aquí? ¿Por qué no creemos en los hechos? ¿Por qué las certezas se han desmoronado y valen tan poco? ¿Qué nos volvió incrédulos de los avances de las ciencias y fervientes creyentes de los relatos? ¿Por qué los sentimientos se imponen a la razón? Me parece que la respuesta a estas interrogantes nos dará una pista del éxito popular de los líderes carismáticos y los gobiernos populistas. Mientras no entendamos el porqué del auge y aceptación del populismo, difícilmente podremos dar una respuesta que enfrente las causas que nos arrojaron a sus brazos.
Una gran parte de la responsabilidad se debe a las promesas incumplidas del proyecto liberal que ha servido para mantener el statu quo, donde un grupo de personas se impone a las demás, a pesar de postular la igualdad humana por encima de las diferencias culturales, costumbres y diversas formas de pensar y actuar individuales. El núcleo moral que postula la igualdad como parte consustancial de los humanos (Fukuyama 2022), que en teoría hace posible el debate democrático y la elección, al parecer se quedó corto. Este autor, en su magistral obra, El liberalismo y sus desencantados (Ariel) expone las causas teóricas, sociales y económicas de las falencias del liberalismo que abrió paso al populismo y a la peligrosa evolución autoritaria que amenaza al mundo.
La desconfianza en la ciencia y en las teorías sociológicas, así como en la economía, obedece a que han justificado la dominación de determinados grupos sociales al pretender asentar como universales características propias de una cultura que da primacía al individualismo, al parentesco y otros postulados del protestantismo (The WEIRDest People in the World, Joseph Heinrich 2020). Así, por ejemplo, el valor cardinal de la libertad de la humanidad la hicieron extensiva a las empresas, como si fueran personas (si se quiere ahondar en esta teoría ver ¿Cuál libertad? Michelangelo Bovero, 2010). La lucha ideológica para minar la dominación política e ideológica anglosajona dio vigencia y desarrollo teórico a la frase de Nietzsche que postula “no hay hechos, sólo interpretaciones”, desarrollada magistralmente por M. Foucault.
De acuerdo con la teoría del lenguaje y del poder de Michel Foucault, las palabras no son una vía neutral para lograr el conocimiento objetivo (ecos de Nietzsche). Son mecanismos de dominación y control, de manera que reflejan las ideas dominantes y se imponen a las personas con base en la disciplina y el castigo (penas corporales, encarcelamiento o condena al ostracismo social mediante el estigma de locura, lo que se conoce como biopoder). Y son normalizadas mediante instituciones creadas ad hoc para mantener la hegemonía y el poder. Así terminan pareciendo naturales, consustanciales al individuo, por lo cual se deja de cuestionar su veracidad y pertinencia. Fukuyama acepta esta crítica al liberalismo y muestra que los debates sobre el género y el lenguaje inclusivo, así como las demandas identitarias derivan del abuso de los valores liberales de igualdad y libertad, que se pervirtieron y manipularon para hacerlos manifestaciones de control y de dominio.
El cuestionamiento a la universalidad de los valores derivó en desconfianza hacia el lenguaje. Los críticos lo ven como un reflejo del poder del patriarcado y de ciertos grupos sociales y económicos, no como medio del conocimiento. Esta crítica culminó en la relativización de los descubrimientos científicos y técnicos, pese a mostrar su validez empírica que ha transformado al mundo en beneficio de la humanidad. Dice Fukuyama: “Es imposible rechazar de manera sencilla muchas de estas ideas, porque parten de observaciones indudablemente ciertas. Ideas que han sido planteadas como conclusiones neutrales aprobadas científicamente han reflejado en realidad los intereses y el poder de quienes los expresan […] Sin embargo, muchas versiones de [esta] teoría […] fueron mucho más allá de ataques a aplicaciones incorrectas concretas [del liberalismo] hasta una crítica más amplia de la ciencia…”.
Al despojar al liberalismo de la idea central de universalidad, fundamentado en los valores de igualdad y libertad como basamento moral y ético de la humanidad, así como del conocimiento científico verificado en la reiteración de sus resultados y la mejora material de la humanidad, y reducir todo a la “voluntad de poder” (Nietzsche), nadie “podía situarse por encima de la identidad -continúa Fukuyama- con la que nació, ni adoptar una perspectiva transversal diferentes a grupos identitarios […] En lugar de aspirar a acumular un amplio conjunto de conocimientos mediante una cuidadosa observación y deliberación, la teoría crítica [de Foucault y Edward Said] afirmaba la existencia de un subjetivismo radical que basaba el conocimiento en la experiencia y en las emociones vividas”. Así se forja un individualismo aún más extremo.
Ahora, la crítica de la izquierda, justa a las estructuras de poder y dominación de un discurso pretendidamente liberal, es explotada por la derecha radical. “La crítica posmoderna del liberalismo y sus métodos cognitivos asociados se ha escorado a la derecha -escribe Fukuyama. En la actualidad los grupos nacionalistas blancos se consideran […] miembros de un grupo identitario acosado. Durante la epidemia de la COVID-19, un grupo mucho más amplio de conservadores de todo el mundo utilizó la misma crítica conspirativa de la ciencia natural moderna que habían planteado la teoría crítica de la izquierda. Han formado una imagen especular del biopoder de Foucault, argumentado que la infraestructura sanitaria pública que recomendaba distancia social, uso de mascarilla y confinamientos no obedecía a razones científicas «objetivas», sino que estaba motivada por razones políticas ocultas”.
Cuando en Así habló Zaratustra, Nietzsche declaró “Dios ha muerto”, o “La muerte de Dios”, según la versión de la obra, proclama el fin de la moral cristiana y de sus valores cardinales, la igualdad y la libertad. Como padre de la teoría crítica vaticinó la muerte del Dios cristiano y con ello la transformación de los falsos valores de la cultura occidental (transvaloración), pues consideró al cristianismo una religión de esclavos. Por tanto, los débiles no tenían que recibir el mismo trato que los fuertes. Este principio democrático e igualitario, dijo, no tiene más validez que el principio de que los fuertes deberían gobernar a los débiles. Luego, sólo queda la “voluntad de poder”. La destrucción de la aspiración universal de los valores de la humanidad conduce a la incapacidad de entendimiento entre las personas y al nihilismo, que es la negación del fundamento objetivo en el conocimiento y en la moral.
Esta vertiente de la política identitaria conduce al nacionalismo y a la confrontación irremediable entre pueblos, razas y culturas. Si bien el ideal identitario de izquierda, loable en sí mismo, nace en defensa de los grupos desfavorecidos, marginados, a los cuales no se les concede el mismo rango de humanidad (igualdad), la derecha la ha convertido en un arma destructiva, que lo mismo desconoce las reivindicaciones de justicia social como la evidencia científica y el valor de la política como medio para acordar y convivir pacíficamente en un mundo donde no puede ganarse ni perderse todo. No obstante, los movimientos populistas identitarios de izquierda y derecha, una vez que se hacen del poder, poco se distinguen. A ambos mitos los rige la voluntad de poder.
Entonces, todo se reduce al poder del relato, pues todo es relativo. Dominan los sentimientos. La razón carece de sustento y de validez. Y se origina por restar validez universal a la igualdad de la humanidad. No se trata de minusvalorar la función del relato, que es el pegamento que cohesiona a los grupos sociales, sino de un tipo de relato que desconoce los hechos y relativiza la acción humana al grado de que todo vale, que da paso al imperio del más fuerte. Tampoco se intenta despreciar a los sentimientos, que dan soporte a las razones, sino a reducir todo al instinto primario, que la cultura y el relato “humanizan” al domesticarlo y hacer posible la colaboración de grupos sociales diversos. Somos relato, porque somos sentimientos e instintos de supervivencia, pero también razón. En dos palabras: somos humanos.
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