Han iniciado los trabajos de la segunda y última semana de la Cumbre Climática convocada por la ONU. Este encuentro se enfoca de manera fundamental a frenar el cambio climático que está poniendo en serio riesgo a todo el planeta. El evento estaba programado para el 2020, pero hubo de retrasarse debido a la pandemia. Las metas que se proponen son para los años 2030 y 2050. Habrá que decirlo, al paso que vamos esos plazos se antojan muy lejanos.
Los periodistas que siguen la Cumbre hacen señalamientos con relación a política: hay grandes potencias que debían de estar en primera fila y no acudieron. Sucede que México no está representado por su primer mandatario, como debió haber sido. Pudiera pensarse que debido a una situación extraordinaria de emergencia nacional no hubiera asistido. Pero ya hemos visto que cuando han surgido estas emergencias, el presidente López evita aproximarse a los sitios afectados y despacha desde palacio. No habiendo nada de eso, es lamentable que sea el canciller Ebrard quien hable por México, máxime cuando anuncian que el programa de reforestación mundial que se ha propuesto en Glasgow está inspirado por el programa mexicano “Sembrando Vida”.
Como en tantos otros, las incongruencias se dan en este encuentro, en el que se busca valorar el cumplimiento de los compromisos que las diversas naciones asumieron durante el Acuerdo de París 2015. Alok Sharma, presidente de la actual COP26 dejó muy claro que impedir que la temperatura global aumente por encima de los 1.5 grados, depende de las acciones que se lleven a cabo a partir de esta Cumbre. Las previsiones hasta el momento hablan de que, de continuar las cosas como van, se alcanzaría un aumento de temperatura de 2.7, con sus consecuentes daños a todos los ecosistemas.
“Justicia climática” es el reclamo de los grupos de jóvenes medioambientalistas que han arribado a Glasgow para exigir que esta Cumbre no quede como un encuentro social más, sino que en verdad fije posturas de cada país para, en conjunto, contribuir a alcanzar la meta deseada. A ratos pareciera que, quienes somos testigos de esta Cumbre, viéramos las cosas a manera de producciones de realidad aumentada. Como si observar a Simón Kofe, ministro de Tuvalu, presentando su ponencia con el agua hasta las rodillas, para dar cuenta de cuánto ha aumentado el nivel del mar, fuera una especie de montaje para las redes sociales, y no una realidad lacerante.
Cuando comenzó a ser patente el calentamiento global, la mayoría de nosotros pensábamos que los afectados serían los habitantes de países costeros. Ahora descubrimos que el cambio en el nivel del mar termina modificando el clima en toda la orografía mundial, tanto hace con los moradores de islas en la Polinesia, como llega a trastornar la alimentación de los osos pardos en las zonas montañosas de países con mayores altitudes.
Ya no hay tiempo para reuniones donde lo que importa es aparecer en la fotografía conmemorativa o soltar un discurso de primera. Es necesario asumir actitudes éticas y presentar posturas que en verdad funcionen para resolver los urgentes problemas que a todos están afectando. Si damos una vista hacia atrás en la historia del mundo, difícilmente hallaremos desastres naturales como los que hoy se viven: inundaciones en ciudades en las que nunca se habían presentado; incendios que arrasan con grandes bosques; muerte y extinción de especies animales por cambios en su hábitat.
Nada se consigue con estar adjudicando el daño que vivimos, a elementos más allá de nuestro momento actual. Necesitamos con urgencia actuar en el aquí y en el ahora, tanto representantes como representados. Nosotros, los ciudadanos de a pie, visualizando cada uno de nuestros actos a un plazo un poco más allá de la comodidad inmediata. Convencernos de que esa pequeña acción que hoy llevamos a cabo definitivamente tiene un impacto ambiental, y que es la suma de esas pequeñas acciones, lo que terminará salvando a nuestro planeta, la casa de todos.
Como corriente de pensamiento, el Capitalismo propicia la acumulación de bienes. Por desgracia es terreno fértil para la codicia, que lleva a atropellar los derechos elementales de otros. Un caso, por desgracia muy común, es la devastación de bosques y selvas. Tal es el caso de Colombia, que amén la terrible deforestación que ha emprendido, ahora acude a la Cumbre Climática, un total contrasentido regido por intereses ajenos al medio ambiente.
Desde sus inicios, el ser humano ha pensado en acumular más de lo que necesita en un momento dado. Si dicho pensamiento priva en todos, se provoca un efecto “bola de nieve” que va creciendo con el tiempo, hasta llevar a la acumulación de grandes capitales para una reducida porción de individuos, y la carencia de lo más elemental para muchos otros. Justicia climática, lo llaman en la COP26. A fin de cuentas, es una elemental forma de justicia social.
La Cumbre en Glasgow no es una realidad aumentada. Lo que ahí se narra, en verdad está ocurriendo en todos los rincones del orbe. ¿Qué más necesitamos, entonces, para convencernos de que en realidad el tiempo se agota?
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