En el prólogo a su ensayo Contra la tentación populista, Slavoj Žižek se pregunta si la filosofía aún tiene que decir algo ante los descubrimientos de la ciencia moderna. Su respuesta es que sólo puede alumbrar los problemas del mundo actual si se combina con el psicoanálisis, pues las teorías filosóficas fundamentales ya son temas de la ciencia. Y sugiere algunas preguntas que antes eran centrales en la filosofía y hoy son problemas que aborda la cosmología cuántica: “¿nuestro universo tiene un límite en tiempo y espacio?, ¿lo rige el determinismo más estricto o hay lugar para la auténtica contingencia?”. En tanto, las neurociencias ahora se ocupan de temas capitales de la reflexión filosófica: “¿somos libres?, esto es, ¿tenemos libre voluntad?”.
Bajo la perspectiva del psicoanálisis y la filosofía, analiza en este breve trabajo los fenómenos del populismo y la melancolía. Pero, ¿quién es Slavoj Žižek? El autor es un filósofo marxista y también psicoanalista lacaniano (perteneciente a la escuela de Jacques Lacan). Se le considera un rock star de la filosofía, pues en sus trabajos y conferencias para explicar sus pensamientos combina el materialismo dialéctico y el psicoanálisis con escenas de películas como Star Wars, Matrix o con pasajes de la literatura de Shakespeare y Kafka o inclusive recurre a la física cuántica y a las neurociencias. Y, ¿qué tiene que decir sobre el populismo un discípulo de la escuela marxista y lacaniana? Su ensayo sugiere que el fenómeno es el síntoma de un hondo malestar.
En su origen esta manifestación social es efecto de la incapacidad de los sistemas democráticos para satisfacer las necesidades de seguridad social, de servicios de salud, educación, de pensiones, etc. Si bien la raíz del populismo es el malestar de los ciudadanos por sus condiciones de vida –una consecuencia del funcionamiento del sistema económico capitalista–, su discurso aglutina a las más diversas demandas sociales, por más contradictorias y antagónicas que sean. Con todo tipo de temas que incluye en su discurso, que van desde nacionalismo, pobreza y raza hasta antielitismo, construye la entidad a la que llama “pueblo”. Para el autor, “El populismo no es un movimiento político específico sino lo político en estado puro: la “inflexión” del espacio social capaz de afectar cualquier contenido político” (p. 21).
“Lo que caracteriza al populismo no es el contenido óntico de estas demandas [su atención y solución] sino el mero hecho formal de que, por medio del encadenamiento de éstas, el pueblo emerge como sujeto político y las distintas luchas y antagonismos particulares toman la forma de un enfrentamiento antagónico global entre “nosotros” (el pueblo) y “ellos”… el contenido del “nosotros” y el “ellos” no es algo previamente establecido sino justamente lo que se pone en juego en la lucha por la hegemonía: incluso elementos tales como el racismo o el antisemitismo más brutales pueden ser un eslabón de una cadena de equivalencias populistas, según el modo en el que el “ellos” se construya” (p. 21). Importa la lucha hegemónica, no resolver los males.
El populismo confunde las causas con su efecto. Ernesto Laclau al estudiar el movimiento popular británico del siglo XIX, conocido como cartismo, explica así al populismo en La razón populista: “Su leitmotiv dominante consistió en situar los males de la sociedad no en algo inherente al sistema económico, sino, al contrario, en el abuso del poder de los grupos parasitarios y especulativos que detentaban el control del poder político: la “vieja corrupción”, en palabras de Cobbett…”. (p.90). Como se trata de lograr la hegemonía política en lugar de enfrentar los problemas estructurales que ocasionan el malestar social, el populismo nutre el “nosotros”, el “pueblo”, de todo tipo de demandas y consignas que puedan atribuirse a las clases consideradas parasitarias, “malas”.
En consecuencia, según Žižek, “para un populista la causa de los problemas nunca es el sistema (…) sino el intruso que lo corrompe”. (p.25). Por esta característica, “el populismo por definición contiene un mínimo, una forma elemental de mistificación ideológica, y esa es la razón por la que aun cuando efectivamente no sea más que un marco formal o una matriz de lógica política capaz de encauzar distintas torsiones políticas (nacionalismo reaccionario, nacionalismo progresista, etc.), aun así, y en la medida en que su propio sentido es el de transformar el antagonismo social inmanente en un antagonismo entre el pueblo unificado y su enemigo exterior, alberga en última instancia una tendencia protofascista a largo plazo” (pp 26-27). Estamos ante dos problemas: el encadenamiento de demandas de distinta índole vacía de contenido el concepto de “pueblo”. Y, el “ellos” contra el “nosotros” al final lleva a un callejón sin salida: exterminar al “enemigo”.
En cambio, la democracia presupone e institucionaliza el conflicto de intereses y el antagonismo entre clases sociales. Esa tensión, por un lado, determina que el poder no tiene “dueño” y, por otro, hace posible transformar el sistema económico y político de manera pacífica. Es decir, son consustanciales a la democracia la pluralidad, la diversidad, las diferencias, las creencias y el desacuerdo. Los intereses legítimos, establecidos en el marco legal e institucional, son parte consustancial.
Continúa Žižek al analizar el peligro protofascista del populismo: “si la democracia apuesta a integrar la lucha antagónica dentro del espacio institucional (…), convirtiéndola en un combate regulado, el fascismo procede en sentido opuesto. En su manera de actuar, el fascismo lleva al extremo la lógica del antagonismo (planteando una “lucha a muerte” con sus enemigos y alegando siempre –si no implementándola– una cuota de amenaza extrainstitucional de violencia, de presión popular directa que se saltea los complejos canales legales e institucionales), mientras que, respecto de su objetivo político, postula (…) lo contrario, un cuerpo social jerárquico sumamente ordenado (por lo que no sorprende que el fascismo suela recurrir a metáforas orgánicas y corporativas) (…) [su] meta [es] una armonía jerárquicamente estructurada a la que llega tras un enfrentamiento sin riendas” (p. 32).
Para Žižek la conclusión es que el populismo “no puede tomarse como sustento para la renovación de las políticas emancipadoras”. Y observa una diferencia entre el populismo de otras épocas y los movimientos actuales. Su distintivo es que abandera la lucha contra la “cual se moviliza el pueblo: el auge de la “pospolítica”, la reducción de la política a administración racional de intereses en conflicto”. En efecto, hay una reducción y degradación de la democracia a espectáculo, en donde no está en juego la discusión de las políticas públicas ni la toma de decisiones colectivas, sino limita y reduce exclusivamente a elegir a este o aquel político-mercancía, con base en eslóganes y poco más. La política del entretenimiento tiene el cometido de soslayar la solución de los fenómenos sociales, cuya finalidad es la de mantener el orden dominante, caracterizado por la exacción y concentración de rentas.
Continúa este autor, el “gesto básico [del populismo] es negarse a enfrentar la complejidad de la situación, reduciéndola a una lucha sin matices con la figura pseudoconcreta de un enemigo [las elites, los corruptos, los neoliberales…]. El populismo es así, por definición, un fenómeno negativo, un fenómeno basado en un rechazo, incluso en una asunción implícita de impotencia” (p. 46). ¿Por qué impotencia? Porque deja intactas las causas del problema. Para ilustrar el punto Žižek cuenta el chiste del personaje que perdió sus llaves una noche. Las buscaba cerca de donde iluminaba el farol, no en el lugar que las perdió, porque en ese sitio no había luz. “Claro, las busca donde no están, pero donde la visibilidad es mejor. Siempre hay algo de esta trampa en el populismo (…) [aunque reconoce que cabe aprender de este movimiento su capacidad de] movilización política que, aun compartiendo su crítica a la política institucionalizada, logre evitar la tentación populista” (p.46).
¿Cómo lograr una movilización popular para enfrentar las causas de los males que aquejan a la sociedad moderna? Volvemos a las preguntas del principio: “¿somos libres?, esto es, ¿tenemos libre voluntad?”. Las neurociencias arrojan cierta luz. Si bien el libre albedrío o la capacidad de elegir están condicionadas por nuestras reacciones neuroquímicas, el instinto de supervivencia nos ha conducido a preferir un sistema constitucional democrático para preservar la autonomía de las personas frente a la tiranía: la libertad para escapar de la arbitrariedad, que implica, entre otras cosas, participar en la construcción de la cosa pública (República). Aclarado este tópico, cabe añadir que, igual que el populismo, un programa de transformación del statu quo debe apelar a los sentimientos, a los instintos básicos de las personas para movilizarlas a favor de un cambio real. Es un reto formidable.
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