Sin duda, con la llegada del ya hoy expresidente Donald Trump a la Casa Blanca en 2017, la relación bilateral con México resultó ser, para sorpresa de propios y extraños, la mejor en décadas. El odio contra México resultó en simple retórica y ruido electorero, cosa que se empezó a notar en las exitosas negociaciones que cambiaron no pocas condiciones del Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN, hoy denominado T-MEC). Tanto la voluntad política, habilidad y pragmatismo de los tres gobiernos en cuestión (Estados Unidos, México y Canadá). En el caso de México se contó con los participantes de la administración aún en funciones de Enrique Peña Nieto y del gobierno electo de AMLO, con las cabezas visibles de dichos equipos: Ildefonso Guajardo y Jesús Seade.
El buen entendimiento por parte de México y los Estados Unidos se hizo patente también durante la reunión cumbre de emergencia por parte de los países productores de petróleo con motivo de la caída en el precio del barril de petróleo. Por intercesión de EEUU, México fue al único país al que se le permitió no reducir su producción dado el proceso que vive nuestro país de rescatar de la ruina a la que había sido condenado nuestro sector energético de parte del buitresco neoliberalismo.
A todas luces existía una especie de acuerdo de palabra entre los presidentes Trump y López Obrador, para que Estados Unidos cediera la posibilidad de cupos a México, con la finalidad de comprar vacunas ya pactadas por el gobierno de las barras y las estrellas con un par de laboratorios. Esto último se cayó en días recientes, durante la llamada telefónica que sostuvieron AMLO y Biden. Con ello queda expuesto el olor a naftalina de la mafiosa política estadounidense, que nunca ha tenido amigos sino intereses, misma que no repara en que mueran cientos de miles de seres humanos al año, como consecuencia de sus políticas hipócritas, absurdas, y de vil saqueo.
Lo expuesto en el anterior párrafo explica por qué nuestro calendario de vacunación sufrió significativos cambios. De ahí, también, la repentina aparición de la vacuna rusa, SPUTNIK V, como opción viable y toral, que ya es aplicada, por cierto, con éxito en países como Argentina. La habilidad de la Cancillería mexicana ha hecho que no seamos vistos más como el patio trasero de los Estados Unidos, país con el cual, ya se avizora, se volverá a la relación áspera de siempre, y a los intentos de subyugación de nuestro país hacia el suyo.
El presidente Biden, quien parece más un títere desahuciado del cártel Clinton/Obama que cualquier otra cosa, intentará (ojalá no en exceso) desestabilizar al gobierno de AMLO. Se valdrá de cualquier argucia de las que acostumbran. Si fueron capaces de un autoatentado de las dimensiones del 9-11 en 2001, y otras tantas barbaridades que la Historia nos enseña, no nos sorprendemos de nada. La hipocresía y la mafia del poder gringa han regresado por sus fueros. Por eso a México convenía la reelección de Trump. Volver a comenzar a tejer, casi desde cero, la relación bilateral no es cosa menor, pues se perderá su extraordinario buen cauce alcanzado por los presidentes López Obrador y Trump. Ojalá haya el mayor éxito posible ante este gran reto.


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