Líbano, que está al borde del colapso económico y político, corre el riesgo de verse envuelto en la escalada bélica entre Israel y Hamás.
Hezbolá se ha estado preparando para la posibilidad de unirse a la lucha desde que el asalto sorpresa de Hamás del 7 de octubre de 2023 mató a casi 1 400 personas, lo que llevó a la declaración de guerra de Israel un día después.
Los ataques de la milicia chií contra objetivos israelíes se han intensificado, causando decenas de muertos, en su mayoría combatientes de Hezbolá, pero también soldados y civiles israelíes a ambos lados de la frontera.
Israel está evacuando a los residentes de las ciudades a lo largo de la frontera con Líbano mientras se prepara para una invasión terrestre de Gaza. Hezbolá ha prometido que tomará represalias si las fuerzas israelíes entran en la Franja.
Como historiador, he centrado mi investigación en la dinámica del conflicto y la cooperación entre israelíes, libaneses y palestinos. Si estalla una guerra entre Hezbolá e Israel, la violencia y la destrucción, ya considerables en el sur de Israel y Gaza, se verán probablemente agravadas en gran medida por nuevas pérdidas masivas de vidas humanas en Líbano, Israel y quizá en otras partes de Oriente Próximo.
La decisión de Hezbolá de unirse plenamente a la guerra puede responder a una pregunta que lleva décadas preocupando a los analistas de la organización: ¿su prioridad es el bienestar de Líbano o actuar como apoderado de Irán?
Un conflicto de décadas
El conflicto israelo-palestino salpica a Líbano desde 1948, con la creación de Israel y el desplazamiento de los palestinos, o lo que estos últimos llaman la Nakba, o catástrofe.
De hecho, ningún país árabe se ha visto más afectado por este conflicto. Unos 110 000 palestinos se refugiaron en Líbano en 1948. Hoy, el número es de unos 210 000, y se les niegan derechos básicos.
En las encuestas, muchos libaneses han dicho que están resentidos con los refugiados palestinos en el país y les culpan del estallido de la guerra civil libanesa, que tuvo lugar de 1975 a 1990. Se calcula que murieron 120 000 personas durante los combates, cuyas cicatrices aún pueden verse en la capital, Beirut.
Israel estuvo profundamente implicado en la guerra civil libanesa. Apoyó a las milicias cristianas y luchó contra las milicias palestinas, que utilizaban Líbano como base para lanzar ataques contra el Estado judío. En 1982, Israel invadió Líbano para acabar con la Organización para la Liberación de Palestina y establecer un gobierno cristiano proisraelí en Beirut. No se consiguió ninguno de los dos objetivos.
Hezbolá se convierte en la fuerza más poderosa de Líbano
Desde su fundación en 1920, Líbano y su política han estado dominados por un sistema sectario en el que los cargos gubernamentales y estatales se dividen entre las 18 sectas religiosas oficialmente reconocidas, sobre todo suníes, cristianos maronitas, drusos y chiíes. Cada secta tiene una representación en el gobierno.
En la actualidad, la población chií es la más numerosa del país, con un 30 % a 40 % de la población general, pero no se dispone de una cifra exacta porque, debido a lo delicado del asunto, no se ha realizado ningún censo oficial desde 1932.
Durante décadas, el sistema sectario de Líbano ha dado lugar a lo que los académicos denominan “soberanía híbrida.” Las élites políticas que representan a sus sectas en el sistema sectario forman parte del aparato estatal y también actúan al margen de él prestando a sus electores servicios que normalmente son responsabilidad del gobierno, desde la concesión de licencias matrimoniales hasta la protección armada.
Hezbolá se formó en 1982 con apoyo iraní y sirio para luchar contra Israel tras su invasión. Es, con diferencia, la fuerza política, socioeconómica y militar más fuerte del país. Esto se debe al apoyo de Irán y a una estructura social interna fuerte y cohesionada entre sus seguidores chiíes en el país. No todos los chiíes se identifican con Hezbolá, pero sin duda muchos de ellos simpatizan con sus causas.
Hezbolá también opera dentro de la estructura híbrida del sistema sectario desempeñando un papel integral en el gobierno, pero también funcionando como un Estado en sí mismo. Por ejemplo, presume de tener su propia fuerza militar, mucho más fuerte que el ejército libanés oficial, y proporciona servicios sociales, educativos y económicos a los chiíes.
De hecho, ningún grupo se ha beneficiado más de este sistema que Hezbolá.
Líbano en caída libre
A pesar de la fractura del sistema político y la debilidad del Estado, Líbano ha logrado conservar cierta estabilidad y vitalidad, incluso bajo la coacción de la guerra civil siria, que comenzó en 2011.
Las cosas dieron un giro grave en octubre de 2019, cuando años de mala gestión financiera, excesivo endeudamiento y un fuerte descenso de las remesas procedentes del extranjero llevaron a la economía libanesa al colapso. El Banco Mundial la ha descrito como una de las peores crisis económicas desde mediados del siglo XIX.
La crisis desencadenó protestas a gran escala en todo el país, conocidas como la “revolución del 17 de octubre”, en las que los libaneses exigían justicia social y económica, el fin de la corrupción y el desmantelamiento del sistema político sectario. Como consecuencia, los donantes extranjeros se alarmaron, las divisas salieron del país, los bancos cerraron sus puertas a los depositantes, el gobierno dejó de pagar su deuda y la moneda local se hundió.
Una explosión masiva en el puerto de Beirut en agosto de 2020, que mató a 225 personas y causó miles de millones de dólares en daños, agravó aún más las condiciones socioeconómicas y políticas del país. Y desde octubre de 2022, el sistema político libanés se encuentra en punto muerto total, dada la incapacidad de la clase política para ponerse de acuerdo sobre un nuevo presidente y un nuevo gobierno.
Hezbolá ha sido la menos afectada por la crisis nacional entre las fuerzas políticas del país y se ha erigido en firme defensora del sistema político que la nutrió.
Algunos ya consideran que Líbano es un Estado fallido, así que lo último que necesita el país es formar parte de otra guerra.
¿Volver a la Edad de Piedra?
Pero que Líbano pase a formar parte de la guerra, en última instancia, no depende del gobierno libanés.
El actual primer ministro provisional, Najib Mikati, ha advertido contra una guerra con Israel, al igual que los líderes políticos drusos y maronitas, que tradicionalmente se han opuesto a la hegemonía militar de Hezbolá en Líbano.
Mikati reconoció, sin embargo, que no tiene poder para decidir si Líbano entrará en guerra, lo que refleja las paradojas del sistema político libanés, en el que la decisión más crucial que podría tomar cualquier dirigente nacional –la decisión de iniciar una guerra– no depende del gobierno, sino de Hezbolá y, por extensión, de Irán.
El líder de Hezbolá, Hassan Nasrallah, ha declarado en repetidas ocasiones que el papel principal del grupo es defender la soberanía de Líbano.
Su compromiso con Irán, por otra parte, se ha demostrado abiertamente a través de su participación directa en la guerra civil siria, que salvó al gobierno de Bashar Assad. Pero esa guerra se libró principalmente en suelo sirio. Una guerra con Israel sería muy diferente.
Sería otra página trágica en la historia de Líbano si Hezbolá se uniera a la guerra contra Israel, en supuesto apoyo a los palestinos de Gaza. Podría incitar a Israel –en palabras del ministro de Defensa Yoav Gallant– a intentar enviar a Líbano “de vuelta a la Edad de Piedra”. Nasrallah, secretario general de Hezbolá, ya ha respondido del mismo modo.
También es probable que conduzca a una guerra regional más amplia que los funcionarios estadounidenses, incluido el presidente Joe Biden, han intentado evitar desesperadamente.
Y el propio Líbano se acercaría al borde del colapso absoluto e irreversible.
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