Los límites del bien

El fácil acceso a contenidos mediante redes sociales nos obliga a convertirnos en usuarios críticos, tanto al leer como al comunicar. Frente a cada noticia...

5 de mayo, 2020

El fácil acceso a contenidos mediante  redes sociales nos obliga a convertirnos en usuarios críticos, tanto al leer como al comunicar.  Frente a cada noticia que encontramos, habrá que preguntarnos “qué” se informa, “quién” lo hace, y finalmente la intención que lleva la nota.  La tecnología de la información y comunicación (TOC) permite el ejercicio de la libertad de expresión, en ocasiones al punto peligroso, en detrimento de la verdad.  Los contenidos que se suben a la red y la forma como se presentan, pueden generar mensajes confusos, alarmistas y en ocasiones sesgados, que poco o nada aportan a la labor de comunicar.

A estas alturas de la pandemia, cuando supondríamos que nos hemos vuelto poco menos que expertos en el manejo de redes, aún nos dejamos sorprender por verdades a modo, que contravienen todo lo que hasta ahora ha avanzado la ciencia.  Aparecen remedios mágicos, compuestos químicos o medicamentos que se utilizan  para otro tipo de padecimientos.  Cada publicación acerca de ellos, como una variante de merolico digital, nos asegura que es el remedio que las grandes potencias conocen y utilizan, pero se niegan a compartir. Es tal nuestra ingenuidad ante un evento catastrófico que nos pescó de sorpresa, y tal la urgencia de creer que pronto terminará, que podemos tomar decisiones insensatas.

En particular quiero referirme a un video que apareció dentro de un noticiero a nivel nacional.  En él se observa el ingreso de una turba a un hospital de Ecatepec de Morelos, compuesta por familiares y amigos  de un joven fallecido por COVID-19.  Se observa la forma violenta en que irrumpen dentro de las instalaciones del hospital, avanzan hasta la morgue donde la cámara hace una amplia toma de  bolsas negras con cadáveres.  La gente comienza a abrir esas bolsas, buscando localizar a su ser querido.  Entre gritos y empujones profieren acusaciones en contra de los médicos tratantes, incluso cuestionan e intentan  atacar  a un profesional que se dirige a su vehículo.  La intensidad de las acusaciones grupales va aumentando, hasta expresar la madre  que su hijo estaba sano, pero que ahí le inyectaron algo para matarlo. 

Como médico del sector salud, en su momento, me tocó enfrentar más de una situación así, y algo he escrito al respecto.  En un relato denominado “La feria” describo la experiencia que viví durante un fin de semana con un pequeño de 4 meses muy desnutrido, que ingresó con deshidratación severa a causa de una gastroenteritis.  Indiqué a los papás que su estado era de suma gravedad, y que  permanecieran en la sala de espera para estarles informando.  Al paso de las horas el pequeño se fue agravando más. Enfermería y trabajo social hicieron hasta lo imposible por localizar a los papás; sin éxito.  En la ambulancia fueron hasta un municipio cercano a traer a los abuelos paternos. El abuelo se sorprendió de que su hijo y nuera no estuvieran en el hospital.  Luego de cavilar para sí mismo me dijo “ahorita se los traigo”, y efectivamente, una hora después llegó con ambos. Era tiempo de feria, y de allá fue a sacarlos; llegaron con el cabello cubierto de confeti a enterarse de que –para ese momento– su  niño ya había fallecido.  De noche, a mi salida de la jornada acumulada, los compañeros me escoltaron hasta el carro, ya que en la rampa de acceso al hospital se hallaba el papá del niño con otros tres hombres, esperándome para golpearme por haber matado a su bebé.

Así es la ignorancia, así es la culpa que dentro quema, y ha de salir expelida a la distancia.  Por cierto, este muchacho de Ecatepec fallecido por COVID-19 había estado en una fiesta multitudinaria. Se hallaba en confinamiento domiciliario con brazalete electrónico, confinamiento que él no respetó ni su familia intervino para que respetara.

Como comunicadores estamos obligados a dar un mensaje apegado a la verdad y que contribuya, en la medida de lo posible, al bien común.  Publicar un video de tal crudeza no está aportando nada a la sociedad.  Es una escena que pone en evidencia la enorme falta de cultura médica de gran parte de nuestra población.  Vaya, no quiero ni imaginar cuántos integrantes de esa  turba darán positivo para COVID-19, tanto porque hayan asistido a la misma fiesta, porque acudieron en grupo, o por el contacto con cadáveres infectados en la morgue del  hospital.   Si estas imágenes tan gráficas no se colocan en el contexto de un mensaje con contenido, no se está cumpliendo con la sociedad que nos otorga a los comunicadores, la facultad de expresar nuestra opinión.

Me permito traer a colación las palabras de Javier Darío Restrepo, maestro colombiano del Periodismo, uno de los pilares fundamentales de la ética periodística.  Él expresa de manera clara que los planteamientos han de ser  respetuosos, íntegros y certeros, siempre encaminados a la excelencia.

Tal vez una de las mayores paradojas de nuestros tiempos, sea que todo lo que habla de bien, de verdad o de excelencia nos provoca cierto tufo… Como si coartara nuestra libertad.  Cuando debería de ser todo lo contrario, fomentar el actuar a favor del bien, de la verdad y de la excelencia por propia convicción, porque así deseo hacerlo desde el corazón, con la mentalidad de conseguir una mejor sociedad para todos.   Así se distingue el hombre con propósitos del “sobreviviente feroz” a que alude Savater, y que al observar estas escenas terribles vino a mi mente.

¿Qué es el bien? ¿Quién puede sentar sus límites sin temor a  equivocarse? Más difícil todavía, hacerlo en estos tiempos caóticos, en los que, aludiendo a Campoamor: “nada es verdad ni mentira”.  Como cibernautas estamos obligados a responder las preguntas iniciales: Qué se comunica; quién lo comunica, y con qué propósito lo hace.  Como comunicadores, descubrir si nuestro quehacer abona a favor de una mejor sociedad.

 

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