Vivimos un tiempo de posturas radicales, de polarización. Debido a incontables factores, los seres humanos tendemos a constituir divisiones tribales, y a partir de las mismas, reforzar nuestra identidad. En este ambiente que hemos propiciado, lo que no vaya acorde con nuestra particular ideología, carece de valor para nosotros, tanto, que somos capaces de ir a destruirlo.
Un segundo elemento que nos caracteriza hoy en día es la irascibilidad, la baja tolerancia a la frustración. En casos extremos se asume de entrada la consigna de atacar, ya sea como una forma de defensa, ya como un signo de descomposición social. En días pasados Héctor de Mauleón –a quien mucho admiro— publicó en su cuenta de Twitter un video que me pareció una muestra de extrema violencia. De la violencia absurda que mucho estamos viviendo hoy en día: Está tomado por la cámara de seguridad de alguna tienda de conveniencia: detrás del mostrador dos empleadas atienden. Al frente una mujer joven paga y se retira; sigue el turno de un hombre de mediana edad quien busca dinero en sus ropas para pagar. En ese momento ingresan intempestivamente dos individuos con el rostro cubierto por una escafandra de color rojo. Sin mediar palabra disparan contra las dos empleadas que caen al suelo; acto seguido descargan sus armas contra el cliente quien también cae al suelo; uno de los asaltantes se aproxima a él y demanda que le entregue el teléfono celular, tras lo cual lo ultima con dos o tres disparos más. Finalmente, los dos criminales salen a toda prisa de la tienda.
Termina el video y, una vez recuperado el aliento, surgen muchas preguntas: ¿Cuál fue el objetivo del multihomicidio? ¿Iban por el celular del cliente nada más?… No tocaron la caja, no se llevaron mercancía alguna. Quise imaginarme que eran matones a sueldo pagados por un tercero para recuperar ese aparato y liquidar a su dueño. ¿O acaso entraron a matar por matar, y se llevaron el celular como un objeto simbólico para su colección?
Lo anterior es el pico del iceberg de una violencia que vemos reproducida de muchos modos, a distintos niveles, en el día a día. Sucede tanto en la vida real como en redes sociales, en las que el anonimato catapulta expresiones de odio en contra de quienes no comparten nuestra misma ideología.
Un tercer factor tiene que ver con la educación: Aun cuando transitamos por una época muy tecnificada, la educación en México deja mucho que desear: En la parte ejecutiva un segmento de la población alcanza niveles de licenciatura o de posgrado; según el Observatorio Nacional de Posgrado 2015, esta última cifra anda alrededor de cuatro ingresos a posgrado por cada 100 egresados de licenciatura. Más allá del enfoque académico, la educación en México no orienta sus programas hacia el bienestar colectivo, como en otros países, ejemplos de los cuales serían Japón, Noruega o Finlandia. El educando no desarrolla la sensibilidad necesaria para conjuntar esfuerzos y trabajar por el bienestar de todos. En el mejor de los casos, al final de su preparación académica, el alumno habrá desarrollado competencias técnicas, pero no espíritu colectivo como ciudadano.
Un ejemplo representativo de las carencias educativas, es lo que viene ocurriendo en el estado de Chiapas. En poco más de una semana se repite la escena en diversas poblaciones rurales: Sus habitantes actúan movidos por una información falsa, que sugiere que las instituciones de salud están emprendiendo acciones para matarlos, de modo que se defienden. Dicha información, hasta donde se sabe, ha sido propalada a través de redes sociales, y viene encendiendo los ánimos de pobladores del medio rural. La escasa cultura médica los lleva a la idea de que las acciones contra el coronavirus son mortíferas y hay que combatirlas. De este modo han destruido instalaciones médicas y de gobierno; vehículos, casas particulares, y han atentado en contra del personal de salud, mucho del cual terminó por abandonar dichos lugares, por el lógico temor de ser asesinado. Chiapas es uno de los estados con más casos de COVID-19, y probablemente se convierta en uno de los que menos recursos tengan para atender a los pacientes con esta enfermedad.
Ahora bien, ¿qué podemos hacer quienes vivimos en un lugar muy distante de Chiapas? ¿Realmente se gana algo con estar criticando en redes el actuar de los pobladores de aquella región?… En este punto es donde nos corresponde a todos los mexicanos entrar a actuar, cada uno dentro de su radio de acción, para resolver esos problemas propiciados por la falta de información médica; la suspicacia con que perciben las iniciativas de gobierno, y contrarrestar la terrible influencia de cibercriminales que difunden información falsa con fines oscuros. ¿Cómo contribuir a ello? En nuestro entorno, actuando de un modo congruente con las medidas básicas de prevención; ser el ejemplo para quienes no acaban de entender la necesidad de la sana distancia o del uso de cubrebocas, por citar dos medidas. Otra estrategia muy importante es detenernos a analizar los contenidos de internet que consumimos: investigar quién lo dice, con base en qué lo dice, y apoyarnos mediante información de fuentes autorizadas. Y hasta que tengamos bases para considerar que es un mensaje útil y fundamentado, entonces enviarlo. Esto es una responsabilidad ciudadana que nos toca cumplir a todos. Una regla muy útil, un mensaje alarmista, escrito con mayúsculas o con negritas, y que al final nos urge a enviarlo de inmediato, suele ser un mensaje falso, con una intención de dudoso origen. Conviene leer bien y verificar antes de reenviar. Esta es una regla que poco falla.
La pandemia ha representado una magnífica oportunidad para desarrollar la conciencia ciudadana. Ojalá que al final de la contingencia, cuando estemos a punto de regresar a la normalidad, no dejemos fuera de la mochila de viaje este aprendizaje.
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