Me atrevo a suponer que la pandemia que atravesamos ha sido el fenómeno global más difundido mediante la palabra escrita, en la historia de la humanidad. Ni las grandes guerras del siglo pasado alcanzaron tal cantidad de contenidos periodísticos para mostrar, cada uno de los participantes, desde su posición estratégica, la forma como visualiza los hechos. Ello conlleva tanto ventajas como riesgos, ya que presenta una narrativa parcial de lo que ocurre; además quienes reportan lo sucedido, no necesariamente son periodistas de carrera. Esto último puede llevar a narraciones carentes de rigor objetivo; quien escribe tal vez no cuente con los elementos técnicos para el ejercicio del periodismo, además de que su abordaje de lo acontecido puede tener sesgos que lo alejen de contar las cosas con apego a la verdad.
Una novedad adicional que nos ha dado esta cuarentena obligada es el enorme desarrollo de la comunicación a través de computadora. Accedemos a publicaciones electrónicas muy variadas; museos; bases de datos; bibliotecas y eventos a través de plataformas electrónicas. Podría decirse que mediante la tecnología nos hemos puesto en contacto con otros de formas novedosas, cumpliendo aquella vieja máxima que dice que la necesidad es la madre de la invención.
Justo a través de una de las sesiones a distancia que he podido aprovechar, participé en una interesante charla sobre entrevista periodística ofrecida por Óscar Alarcón, autor de varios libros de entrevistas. A lo largo de la charla nos fue narrando las peripecias que ha tenido que enfrentar para abordar a diversos personajes, como fue el caso de Carlos Fuentes en el año 2006, durante una firma de libros en la librería Rosario Castellanos, al sur de la Ciudad de México, durante una terrible granizada.
Después de escuchar a este periodista me quedó muy clara una cuestión: Aunque delgada, hay una clara línea que divide el periodismo de la literatura, algo que quien se dedica al oficio conoce y aplica en su manejo de la palabra escrita. Con el surgimiento de periodistas y opinadores a través de la red, esta regla se incumple, lo que genera confusión en el lector, además de reacciones que llegan a ser graves para la sociedad. La velocidad con que los contenidos circulan por la red vuelve imparable su difusión, al menos para el internauta desprevenido, sin un dejo de malicia, que se precipita a conclusiones –tantas veces alarmistas– por un contenido que se presenta a sus ojos como verdadero.
El español Ramón Tijeras, doctor en Periodismo, señala lo anterior con estas palabras: “El lenguaje periodístico debería estar siempre al servicio de la verdad. Sin embargo, es un hecho que está sometido a los intereses que rodean la actividad profesional”. Regresando a los conceptos de Óscar Alarcón, el periodismo aborda la realidad de quien narra los hechos. A su vez, la literatura nos presenta la verdad. Esto sustenta que pretender entender asuntos como la pandemia y sus alcances, no va a lograrse de forma absoluta a través de redes sociales. En la difusión electrónica de contenidos, acceder a fuentes confiables que nos presentan datos duros, o que expresan su punto de vista a partir del análisis de esos datos duros, resulta de utilidad. El resto de los contenidos no siempre lo hace. Así nos hemos enterado de noticias que llegan a poner en peligro la vida y la integridad de los internautas, como serían aquellas que llaman al desacato de medidas preventivas frente al COVID-19, o supuestos remedios que van, desde inútiles hasta peligrosos. En este último rubro mencionaría lo relativo al dióxido de cloro.
Mis primeras experiencias frente a un televisor fueron programas en blanco y negro, con técnicas que ahora nos podrían parecer elementales, que en lo personal me generan nostalgia. Aquella barra de programación que aparecía a determinada hora del día, consistente en cuatro conos convergentes al centro de la pantalla, acompañada de un sonido penetrante que, paradójicamente, no incomodaba, ya que significaba el inicio de la programación infantil de los sábados. La magia de la televisión se fue imponiendo, y los televidentes llegábamos a una conclusión: Si lo dicen en la “tele”, tiene que ser verdad. Algo similar sucede hoy en día con la Internet; lo que se publica en redes sociales lo damos como cierto, al menos de primera intención.
Una de las cosas que me quedó muy clara luego de escuchar esta charla con Óscar Alarcón, es que hay un manejo distinto de contenidos entre periodismo y literatura: El primero nos presenta realidades, en tanto las obras literarias abordan la verdad. El escritor va dejando caer en su obra fragmentos de esa verdad mediante guiños o diálogos de sus personajes; actúa sobre nuestras emociones, contrario a lo que sucede en el periodismo profesional, donde debe establecerse una distancia entre narrador y lector.
A la luz de lo anterior, tenemos elementos para evaluar las confrontaciones que surgen en redes sociales como el Twitter, respecto a diversos temas, en particular los de política. La polarización ha generado un ambiente enrarecido, en el cual, a la primera de cambios, un tuitero explota contra quien expresa una postura contraria a la suya. Sea porque se trate de personas jóvenes e impulsivas, o bien porque haya intereses tras bambalinas, a partir de una simple expresión, los tuiteros proceden a atacarse y denostarse con todo, lo que da paso a un pleito estéril, donde abundan las expresiones así de vulgares como violentas.
La lectura a través de medios electrónicos es superficial, fragmentada y muchas veces poco reflexiva. La que se hace en redes sociales puede estar sesgada. Por su parte, la literatura nos presenta capturas de la verdad, lo que nos lleva a un enriquecimiento lingüístico, así como de contenidos, lo que nos pone en camino a ser parte de una sociedad participativa, orientada hacia el bien común.
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