Luisana es una joven mujer que pronto será mamá por primera vez. Cuando tocamos el tema, me entusiasma escucharla decir que, así como se ha preparado con los utensilios y la ropa para su bebé, ha hecho acopio de lo necesario para alimentar a su pequeño de forma natural.
Durante la última centuria la Alimentación al Seno Materno (ASM) ha cambiado en el mundo. Justo hace 100 años estallaba la Primera Guerra Mundial, lo que obligó a los hombres jóvenes a partir al frente de batalla, generando un efecto dominó: Sus esposas tuvieron que poner de lado las tareas domésticas y salir a cubrir las plazas de trabajo que esos hombres dejaban vacantes. Fue así como surgió la necesidad de sustituir la lactancia al pecho de la madre o la nodriza, apareciendo en el mercado biberones y mamilas. La leche de vaca en su estado natural fue adecuándose a las necesidades de la clientela; se sometió a evaporación y se enlató, con el fin de ofrecer el beneficio de la portabilidad. De allí en adelante surgieron todo tipo de sucedáneos que aún en la actualidad tienen un importante nicho mercantil.
Al término de la Segunda Guerra Mundial, en pleno “boom” de las leches industrializadas, la ASM era vista como una opción “de segunda” propia de las familias de escasos recursos. Una madre lactando era mirada con desdoro. Allá por los años sesenta, cuando viví en la ciudad de Durango, la imagen de madres lactando correspondía a indígenas tepehuanas o a mujeres menonitas, comunes por el rumbo del mercado. Correspondía más a una figura folclórica que cualquier otra cosa. Difícil de creer, fue hasta el 2018 cuando en la Unión Americana dejó de considerarse la ASM exposición indecorosa, con la suscripción de los estados de Idaho y Utah.
Para los años setenta del siglo pasado, las cosas comenzaron a cambiar en el mundo. La leche materna se vio como una opción alimentaria que cubría las necesidades de los niños durante el primer año de vida, sí, pero circunscrita a África y Asia. Comenzaron a surgir programas que medían el impacto de esta alimentación, iniciando en Filipinas y continuando por otros países, en particular la India, en donde la desnutrición y la gastroenteritis mermaban la población de menores de 5 años. La UNICEF centró su atención en ello, y así surgió a partir de 1981, el programa de “Hospitales amigos del niño y de la madre”, mediante el cual se fomenta la ASM exclusiva desde el nacimiento. Mi hospital recibió la certificación en 1994, fue toda una experiencia atestiguar como, incluso el personal de intendencia y de lavandería, estaba capacitado para orientar a las madres. A su alta todas ellas recibían la información necesaria para asegurar una lactancia exitosa, y más delante se hacía un seguimiento de cada una, lo que redundó en bienestar, tanto para la madre como para el bebé.
Los programas institucionales dependen en gran medida de elementos externos. Por desgracia el programa de Hospital Amigo se ha ido perdiendo al paso del tiempo. Esas madres obreras que se organizaban entre ellas, que participaban en reuniones obrero-patronales, para garantizar las condiciones que les permitieran dar pecho a sus niños por más tiempo, se han opacado. Sin embargo, los beneficios de la leche materna ahí están, esperando ser aprovechados. Ahora son las madres con alto nivel de cultura médica, las que están convencidas de lactar.
En un par de años se cumplirán 40 del redescubrimiento de la leche materna, como el alimento ideal en menores de un año. Todo este tiempo las investigaciones científicas han ido descubriendo beneficios. Aparte del valor nutricional y el apego emocional, la composición de la leche materna va abriendo puertas: Se sabe que tiene efectos antivirales, probióticos, antiinflamatorios y analgésicos. Previene distintas enfermedades, tanto en la madre como en el hijo, por mecanismos diversos, que el espacio no nos permitiría profundizar. Se sabe la relación que hay entre alimentación al seno materno y prevención de ciertas enfermedades metabólicas, así como algunos tipos de cáncer. A partir del 2014, la investigadora de la Universidad del este de Australia, Foteini Hassiotou viene estudiando cómo a través de la leche materna pasan al hijo células madre, capaces de actuar sobre los órganos del niño, con beneficios en diversos momentos y niveles. Además, se investiga el efecto de la melatonina de la leche materna nocturna, en la prevención del Alzheimer, tanto en la madre como en su hijo. Ello lleva a la pregunta de si el incremento actual de esta enfermedad neurodegenerativa no obedecerá al abandono de la ASM en el tiempo en que nacimos los hoy adultos.
En 1990, cuando nació mi primogénita, los deseos de alimentarla en forma natural se toparon con la falta de información disponible. Ni mis estudios de medicina, ni la especialidad en pediatría médica, lograron aportar los conocimientos necesarios. En la facultad estudiamos los distintos tipos de leche de vaca disponibles en el mercado, así como productos no vacunos para casos especiales. Nunca recibimos información acerca de la lactancia materna, algo que en estos tiempos se antoja inaudito, dentro de la currícula de cualquier médico. A base de ensayo y error, logré alimentar a mis dos hijos durante algunos meses. No el tiempo ni con la intensidad con que hubiera deseado.
Entre otros conocimientos útiles, hoy se sabe que el riesgo de un cáncer de ovario aumenta en la medida en que el útero se halle ocupado debido a los embarazos. Y que a su vez disminuye, de manera proporcional al tiempo en que la madre haya dado pecho durante su vida. De igual manera es conocido que el cáncer de mama se reduce en función del número de hijos lactados de forma exclusiva al seno materno.
La naturaleza es sabia. Cada elemento tiene su razón de ser. Luisana lo sabe y actúa en consecuencia: Bien por ella y por su hijo.
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