Me encontré en redes sociales una cápsula informativa en la cual Beatriz Pagés Rebollar, política y periodista, miembro de la ANPERT, expresa su opinión con relación a la repartición a gran escala de la Cartilla Moral, ahora llamada –de manera indebida- “de López Obrador”. Su autor original es Alfonso Reyes, escritor y diplomático neolonés, varias veces nominado al Nobel de Literatura. Junto con la Oración del 9 de febrero, forma parte de lo más exquisito de su obra. A propósito de su Oración, hay que decir que la escribió en 1930, durante su estancia en Buenos Aires, año en que su padre, el General Bernardo Reyes, -asesinado durante la Decena Trágica-, cumpliría 80. Este espléndido texto aguardó de manera paciente poco más de tres décadas, para ser publicado de manera póstuma, en 1963.
En lo particular encuentro en Alfonso Reyes al humanista que logró posicionarse en el México post revolucionario de manera sobria, apartado de sus contemporáneos los Estridentistas. Combinó su arte literario con el Servicio Exterior, lo cual nos obsequia una particular lectura de nuestra realidad como nación, después de la asonada revolucionaria.
Cuando nos asomamos a la trastienda de las obras que un artista presenta, encontramos elementos que explican los motivos de su oficio creativo. En Alfonso Reyes esta Oración es el llamado al padre enérgico que nunca logró entender la sensibilidad del hijo, y que, de manera absurda, en aras de sus ideales, perdió la vida un 9 de febrero de 1913. Padre e hijo, como soñadores que fueron, coincidían en el ideal de un México grandioso, cada cual desde su particular perspectiva. Junto con la Cartilla Moral, la Oración del 9 de febrero, describe de forma sublime el amor del escritor por México. Como diría Christopher Domínguez Michael, a propósito del hecho de que se guardó de publicar la Oración en vida: Hay elegancia suprema en el acto de no publicar y a veces, en el acto de hacerlo.
Volviendo a la Cartilla Moral: esta fue escrita en 1944 por Alfonso Reyes a sugerencia del entonces secretario de Educación, Jaime Torres Bodet, para ilustrar sobre nacionalismo a las poblaciones recién alfabetizadas, gracias a las acciones que, en su momento, había emprendido José Vasconcelos. Ahora en el 2019 busca retomarse. A ratos parece adivinarse una velada manipulación de la población, y si fuera el caso, -como señala Beatriz Pagés-, de que exista participación de iglesias cristianas en la difusión del documento, se trataría de una violación a nuestra Carta Magna, que en su artículo 24 señala de manera específica, la no injerencia de la Iglesia en asuntos exclusivos del Estado.
Yo entiendo que a ratos los mexicanos nos desesperamos, y quisiéramos invocar a San Cuilmas el petatero, para salir de esta atmósfera tóxica de corrupción y violencia. Sin embargo, no podemos, en nuestros afanes, pasar por encima de la ley ni aplicarla a modo. Nos corresponde emprender un enfoque con base en la ciencia, encaminado hacia el bienestar integral de la familia. Procurar un modo de garantizar trabajo, salud, educación, seguridad y convivencia, para formar ciudadanos productivos, satisfechos y dispuestos a aplicarse con empeño por el México de todos. Cierto, va a necesitarse tiempo, no es un plan que logre terminarse en un sexenio. Y así como llevó muchos años alcanzar este grado de descomposición social, habrá de llevarse otro tanto, trabajar por consolidar el anhelado cambio.
A propósito de literatura, con frecuencia se maneja el concepto de que la lectura es una actividad aburrida y tediosa. Dentro de las materias educativas, llega a enfocarse como una tarea escolar obligatoria, de forma tal, que el alumno se alegra cuando se ve liberado de la misma. Los programas oficiales no están organizados de modo de presentar la lectura con un enfoque que la vuelva atractiva, a manera de enriquecimiento, mediante el diálogo con autores de diversos tiempos y latitudes. Ofrecer a un niño o a un adolescente un texto literario que le resulte agradable es una forma de crear lectores que procuren los libros por mero placer. Comenzar con obras claras y sencillas que atrapen la atención del pequeño, para ir avanzando a lo largo de los años, hasta convertir a ese chiquito en un joven que sabe elegir qué leer, además de que puede llevar a cabo una lectura de comprensión. De ese modo, interactuando con textos y autores, él está en condiciones de elaborar sus propios conceptos acerca de la existencia, y a partir de los mismos vivir de la mejor manera.
Los nuestros, son tiempos de niños solos, de padres ocupados o distraídos. Niños a los que se les coloca en las manos un aparato con pantalla para mantenerlos entretenidos. El pequeño desarrolla empatía con esa pantalla, hasta considerarla como parte de sí mismo. Los mayores en su entorno parecen estar demasiado ocupados como para dedicarle veinte o treinta minutos, en los cuales sentarse con él a leerle un cuento, o preguntarle qué tal estuvo su día. Dejar de lado la fría sensación de la pantalla táctil, para que el pequeño reciba caricias de verdad, piel a piel, sensaciones que proveen seguridad y transmiten amor.
La ética ciudadana comienza justo ahí, en el núcleo familiar, sobre el regazo de padres y abuelos. Ahí se gestan valores, se transmiten principios y se moldean conductas sociales. Satisfacer la necesidad de atención y afecto de un niño, proveerle de elementos para construir su autoestima, lo colocan en el camino para convertirse en un ciudadano responsable, capaz de luchar por altos ideales. Un pedazo de papel con un texto literario extraordinario –sin lugar a duda-, pero deshilvanado de un sustento que lo valide, poco alcanzará a hacer por nuestro amado México. Apunta para ser uno más de los gastos que la actual administración viene emprendiendo por mera inspiración.
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