por María del Carmen Maqueo Garza
Cada molécula del dolor es un río helado en el que te hundes sin poderlo atravesar.
Jeannette L. Clariond.
Un pensamiento bastante común respecto al ejercicio de la pediatría es que debe de ser más complicado hacer un diagnóstico en un paciente que aún no verbaliza, y que por tal motivo no consigue explicar qué síntomas tiene. Ello da cuenta de que el universo de la pediatría es distinto a la medicina de adultos. El niño expresa de otra forma su malestar, y a los pediatras nos corresponde aprender a entenderlo.
El día de ayer fue subida a redes sociales una entrevista que se le realizó al doctor Jesús Del Bosque, jefe del Departamento de Psiquiatría y Medicina del Adolescente, del Hospital Infantil de México Federico Gómez. El enfoque estuvo dado a revisar las posibles causas que desencadenan conductas homicidas en niños, como fue el caso ocurrido en el Colegio Cervantes de Torreón. La respuesta del doctor Del Bosque fue muy precisa, el telón de fondo en ese tipo de comportamientos es la depresión. No los videojuegos, como se ha venido manejando al referirse a este caso en particular, y tampoco trastornos como el déficit de atención, sino la depresión.
Habría entonces que analizar cuáles elementos llevan a niños y adolescentes del siglo veintiuno a desarrollar depresión, y qué formas tenemos para prevenir o –en su caso– resolver el problema. En lo particular me quiero centrar en un par de elementos que en mayor o menor grado influyen en el desarrollo de procesos depresivos en niños, frente a los cuales existen soluciones accesibles, que no hemos agotado.
El epígrafe está tomado de una carta que la editora Jeannette Clariond envía al presidente Andrés Manuel López Obrador. Constituye una solicitud de apoyo para la producción y distribución de libros en territorio nacional. Ella lo deja bien asentado: el libro es costoso en su producción, aún así no es un lujo sino una necesidad. De este modo continúa diciendo: El libro es una barca llena de piedad que te arrastra a la orilla.
No podemos sustraernos de una realidad: El mundo actual tiene más elementos capaces de producir una depresión, que los que tenía el México del siglo pasado. Una sociedad competitiva modifica los patrones de comportamiento en general, así resulta común que ambos padres trabajen fuera de casa. El niño, en el peor de los casos está solo, y en otras ocasiones se encuentra en estancias infantiles o a cargo de particulares, ya sean familiares, o empleadas domésticas. Esto es, el apego del chico hacia los padres sufre merma. Para la hora cuando la familia se reúne en el hogar, los padres tienen el tiempo limitado para los hijos, y muy probablemente se priorizan las tareas escolares por encima de las expresiones de afecto incondicional, que el niño requiere para su desarrollo emocional.
Este mismo mundo, cada vez más competitivo, demanda que el infante desarrolle actividades extracurriculares que, desde pequeño, lo vayan posicionando en el mundo que encontrará cuando sea adulto. Esto también mengua la tan necesaria convivencia cotidiana entre padres e hijos, que refuerza la autoestima.
La tecnología de la información y comunicación se ha instalado entre nosotros como un elemento necesario en el tercer milenio. El chico tendrá acceso a algún equipo que lo ponga en contacto con el resto del mundo. Muchas de las veces, dentro de su aislamiento, esta pantalla es lo más cálido que hallará en el curso del día, y los contenidos que visualiza o descarga, serán sus compañeros de jornada.
Lo mencionado arriba conforma buena parte del telón de fondo de la depresión en niños y adolescentes. Hay carencias afectivas que no apuestan a la autoestima, y por ende conducen a la depresión. El chico no tiene el neurodesarrollo necesario para expresar la depresión como hace un adulto. Puede hacerlo mediante conductas violentas continuas, o una aparente “normalidad” que desemboca en un hecho cruento, como lo ocurrido en fechas recientes en Torreón.
En estas circunstancias: ¿Qué podemos hacer para incrementar la autoestima de los niños? Un excelente recurso es el arte en cualquiera de sus manifestaciones. El pequeño al que se le permite la aproximación al arte, conocer, explorar, desarrollarse en alguna de las formas de expresión humana. Ello ayudará a que él se sienta como parte importante de su entorno. Finalmente, contribuirá al desarrollo de su autoestima.
Retomando las palabras de Jeannette Clariond, el libro tiene un papel fundamental. Del mismo modo hace la música, como lo señala el filósofo francés Gilles Lipovetsky. Facilitar la manera para que un niño pueda estar en contacto con una actividad que le permita expresarse, integrarse y trascender, en definitiva, contribuirá a mejorar la percepción que él tiene sobre sí mismo.
El arte y la cultura no son lujos innecesarios, para nada. En los tiempos en que vivimos son herramientas fundamentales para la construcción de una sociedad formada por ciudadanos que, a partir de una sensación de bienestar personal, sean capaces de trabajar por propia convicción, para alcanzar el bienestar colectivo. Algo que nuestro país tanto requiere.
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