México, al igual que el mundo entero, vive una situación inédita. Estamos a punto de una emergencia sanitaria a causa del coronavirus. Frente a nosotros se despliegan escenarios que narran cómo se encuentran hoy en día otros países. Se aprecia una marcada diferencia entre aquellos que aplicaron medidas de contención desde el primer momento, y los que actuaron de manera tardía. En el mundo digital hay dos imágenes frente a las que los mexicanos estamos obligados a detenernos. El contraste entre ambas envía un poderoso mensaje sin necesidad de palabras: por un lado, la figura del Papa Francisco en el Vaticano, dando la bendición “urbi et orbi” desde el balcón de las bendiciones frente a una plaza de San Pedro desierta; por otro lado, los 41 000 asistentes al Festival Vive Latino, en la Ciudad de México, en plena euforia.
La desolación que se aprecia en diversos sitios turísticos, y que aun a través de los medios electrónicos consigue estremecernos, me remite a La peste, novela del argelino francés Albert Camus, Premio Nobel de Literatura 1957. A lo largo de sus páginas, el escritor recrea una epidemia real de cólera que ocurrió en la ciudad argelina de Oran, a mediados del siglo XIX. La premisa central de la obra es recorrer las distintas facetas de la condición humana en una situación de crisis. Durante la recepción del Nobel, Camus externó su sorpresa y lo que él consideró su falta de merecimientos para recibir dicha presea. Refiriéndose a la labor de los escritores en el mundo, incluyó en su discurso una expresión maravillosa, que en estos momentos nos vendría muy bien revisar. Dijo, refiriéndose a sus compañeros de oficio: “Les ha sido preciso forjarse un arte de vivir para tiempos catastróficos”.
Necesitamos, como mexicanos, generar algo similar, sentarnos a planificar las acciones para estas semanas por venir. Planificar con la cabeza, dejando de lado el corazón. En la punta de la pirámide los gobernantes, en lo que a ellos corresponda. Acá en la base los gobernados como ciudadanos, familiares, vecinos, amigos, formadores e “influencers” en redes sociales. Todos estamos obligados a entender qué es la enfermedad, cómo se transmite y la forma en la cual puede limitarse. Asimilar que no es por magia ni por milagro que no haya habido tantos casos en nuestro país. Es simplemente que no se ha completado lo que se llama “período de incubación”, esto es, el tiempo que transcurre entre la entrada del virus al organismo y la aparición de síntomas. Como país, no tenemos tanto turismo hacia y desde países que fueron inicialmente afectados. No hay tantos pasajeros que vayan y vengan de China, Corea o la Unión Europea. Los contados primeros casos que se vieron en México fueron importados, traídos de fuera del país, por personas que adquirieron el virus al visitar países donde ya existía. Ahora comienzan a aparecer casos locales, pacientes que, sin haber salido de México, fueron infectados precisamente por esos casos importados. El bajo número de enfermos hoy en día no es obra de religión, magia o santería, es simplemente que no se ha cumplido el período de tiempo necesario entre el contagio y el cuadro clínico.
Lo que hace distinto al coronavirus de otros agentes infecciosos, es que, en esas dos semanas del período de incubación, la persona que tiene el virus no luce enferma, pero sí está en condiciones de transmitirlo. Esta es la razón por la cual resulta obligado establecer una serie de medidas preventivas para todos los ciudadanos, aun aquellos que no se hallan en grupos de riesgo, o que lucen muy sanos. En sus vías respiratorias altas puede estar alojado el virus que se transmitirá a quienes les rodean a través de microgotas de saliva, al hablar, estornudar o toser. Cabe destacar que el contagio no ocurre solamente si esas microgotas entran por nariz y boca. Puede ser a través de cualquier superficie mucosa, como las conjuntivas de los ojos, por lo que usar cubrebocas no evita contagiarse.
Circulan por ahí diversas historias, entre ellas, una a la que quiero referirme: cuenta que el virus es una creación de laboratorio destinada a aislar a los seres humanos. Según los que la narran, un poderoso dios nanotecnológico creó al virus para llevar a la humanidad al más absoluto de los aislamientos, hasta que nos marchitemos de tristeza. Efectivamente, hay medidas que requieren modificar las interacciones humanas, mientras logramos romper el círculo vicioso de la transmisión. Por un par de semanas vamos a permanecer en casa, salir a lo estrictamente necesario, no procurar la cercanía física con personas que no pertenecen a nuestro entorno cotidiano. Evitar reuniones, espacios cerrados, saludos de mano, besos y abrazos. Sabio es cuidar nuestra propia persona. Obligación moral es cuidar a los demás. Supongamos: Yo tengo el coronavirus, pero me siento bien, pues estoy en período de incubación; beso a mi sobrinita de 3 años y le transmito el virus. Muy probablemente por su edad, cuando se enferme, tendrá síntomas de un resfriado banal. Pero, desde el momento en que yo la besé y le transmití el virus, ella puede pasarlo a muchas más personas con quienes tenga contacto, y a su vez, cada una de esas personas hará lo mismo. Por ello se le llama “transmisión exponencial”, y es lo que pone a temblar a más de uno, frente a la impactante imagen del Vive Latino.
A México siempre lo ha caracterizado su pensamiento mágico, algo muy riesgoso en momentos como este. En el estado de Guerrero, el presidente repartió besos y abrazos, y desestimó abiertamente la pandemia. Con nuestra escasa cultura médica como telón de fondo, y frente a los pocos casos de enfermedad que ha habido, no faltará quien concluya que, efectivamente y contra toda lógica científica, el cielo nos protege y somos inmunes al coronavirus.
Gobernar en tiempos catastróficos demanda conocimiento, visión y firmeza, pero por encima de todo ello, demanda el mayor humanismo de la historia.
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