Proyecto económico compartido

En el mundo se advierte un mensaje que admite una deriva occidental situada fundamentalmente en las grandes metrópolis, dejando en la sombra esa percepción de...

17 de diciembre, 2018

En el mundo se advierte un mensaje que admite una deriva occidental situada fundamentalmente en las grandes metrópolis, dejando en la sombra esa percepción de abandono de representación de clases que perciben una élite depredadora. En este antagonismo se diluye el proyecto compartido y se robustece una propuesta que exalta un nacionalismo desbordante y protector: Trump, Bolsonaro, Salvini, Brexit y un movimiento espontáneo sin ideología, Los Chalecos Amarillos. Las causas no reúnen mayor esencia que el descontento, el simple hecho de imaginar un presente lapidario con respecto al pasado y un futuro incierto, convierten en causal suficiente la unión de reclamo y pertenencia. La salida no es tan sencilla y aún no dan los tiempos para mostrar prueba fehaciente de esa mira que reta al mundo global.

El sector rural en el caso de Trump fue decisivo y el planteamiento del abasto interno como paradigma de épocas de bonanza norteamericana exaltó el ánimo nacionalista. Bolsonaro se encuentra en proceso de situar sus promesas de campaña en franca división sectorial. Salvini se las arregla con su movimiento Cinco Estrellas y la Liga Índica. El Brexit empantanado y desgastado sin plena orientación de salida clara de la Unión. Al parecer ese hiperactivismo que se percibe en las democracias hace que todo siga igual, debilitando la gobernabilidad. Al final de cuentas viene la Unión Europea y hace los ajustes pertinentes para demostrar una y otra vez que los bloques sistémicos subsisten y que la deriva occidental tiene cura.

La búsqueda de los símbolos no da tregua en la historia y la acepción moderna no está exenta. Revisamos la Gran Depresión y encontramos el New Deal de Rooselvelt. La Segunda Guerra Mundial nos trajo el Plan Marshall que impulsaron los Estados Unidos. En la sucesión de la Guerra Fría, los líderes de occidente entendieron la necesidad de crear un Estado de bienestar. Hoy esa búsqueda se interrumpe por la irrupción del populismo quebrando principios de derecha tradicional como de izquierda. Del contrato social se han desprendido sectores amplios de la sociedad. Habrá que reconocer el pronunciamiento de Margaret Thatcher en el sentido de que no existe sociedad, existen personas, y en ese reconocimiento tan simple ahondan las diferencias que vivimos para recordar individualidad antes que el pensamiento guiado desde la concepción del poder. Existe desconexión entre economía y sociedad, como existe ruptura entre los de arriba y los de abajo.

Las clases dirigentes no pueden desaparecer porque el camino es la anarquía y las clases populares no pueden regir porque el camino es la autarquía. El dilema actual ha radicado en la mira interna una salida en el nacionalismo y en los valores y etnias. Un poco tarde en el aspecto racial y la integración y más tarde aún si contemplamos el punto de despegue: Estados constituidos con diferentes capacidades económicas, intereses en muchos casos divergentes y tácticas distintas para gestionar electorado. El espacio político común se ha perdido, y se presume que el económico no. En esa presunción se basa la defensa de bloques. Comercio y flujos de capital, esa es la unión y esa es la premisa de La Unión Europea y la que se reparte en el mundo.

Las esperanzas de los países podrán ser legítimas pero la circunscripción del tiempo presente a las fórmulas del pasado no reviven ninguna gloria predecible en tiempos en los que vivimos la posible confrontación de mercados cerrados por anatema ideológico y por mensaje de preservación cultural y los preceptos ya enmarcados en nuestra vida diaria de economías abiertas. El problema es el enfoque de los plazos, una realidad económica se refleja en el largo plazo; una visión de corto plazo como lo enfoca el modelo popular resuelve vía presupuestal pero deja la interacción económica con otros países y otras concepciones de integración en terreno de indefinición. Podemos adecuar plazos y pausas económicas sin duda, pero el planteamiento de origen pervive por generaciones. Esta semana hemos recibido una buena lección en este sentido, la Cumbre del Euro: los procesos de unificación económica van siempre más lentos de lo necesario, pero son lo suficientemente atractivos como para mantener un horizonte de optimismo. Esto permite a los Estados más poderosos adecuar retraso de decisiones constitutivas de un espacio económico común. En breve, se decretó un avance refrenado en la Cumbre. El presupuesto europeo es una de esas iniciativas que aparentan de fondo una ilusión del camino correcto pero el tema de los eurobonos y la mutualización recíproca de los riesgos vienen a recordar que no es tarea sencilla acoplar ritmos de crecimiento de diferentes entidades tan disímbolas en tamaño e influencia territorial. Pero se logra.

El proyecto compartido de una nación no necesariamente se convierte en proyecto económico con visión conjunta. Una sola promesa de corto plazo hace de una adecuación económica una expectativa incierta. En México se ha anunciado un presupuesto de gasto del sector público con elevado contenido social y recortando áreas consideradas prioritarias en otras administraciones. Claramente extiende mensaje de control, de retención de maniobra desde el poder. Disemina proyecto y respaldo social, acuerda restricción concebida desde el ahorro para aumentar partidas consideradas compromiso de campaña. Queda en cuestión el pacto federal para respetar autonomía en entidades estatales y otros conceptos que irán provocando la trayectoria del desembolso programado a un año. Se imprime el mensaje de inicio de obras carentes de estudios de factibilidad y sustento económico y proyecto de hidrocarburos. Veremos esta fase energética en franco desafío a la visión del orbe.  Es, en suma, el presupuesto, un proyecto conformado al criterio de imposición y a las miras de un solo hombre y su visión de país. Si responde a las coberturas de un sector público debilitado desde el punto de vista de su remuneración, y equilibra la demanda social con los niveles que se esperan en el equilibrio de la gran economía en los renglones de la inversión y el ahorro, lo veremos en el mediano plazo. No tenemos un proyecto económico compartido, no con todos los sectores que debieron ser consultados. Así iniciamos 2019.

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