Por décadas, los gobiernos han intervenido en forma tangencial en política económica de las naciones adscritas formalmente o no al sistema basado en el progreso y las libertades individuales. Esto último es relevante y ha trascendido en la adopción liberal para interpretar que toda acción de gobierno en beneficio del interés particular repercute en acción colectiva y beneficio de una nación. La premisa es válida desde el punto de vista de la libertad. Si esto se convierte en cimiento, entonces la intervención del gobierno debe, por ende, alejarse de la actividad económica.
No estamos describiendo una utopía, estamos definiendo o tratando de definir criterios de intervención de una nación-estado. Si una nación opta por alejarse de las funciones de producción, el papel de regulación adopta reglas de participación para que la equidad nunca descomponga el aliento de los particulares en participar. Si las reglas son amplias y laxas de acuerdo al principio liberal, entonces se facilita la numeración y el orden de éstas. Si hacemos notar, la simple mención de orden ya deja en el marco de toda esta actuación a los particulares como dueños de la situación.
Las economías abiertas han hecho justamente lo anterior. Si partimos de la base de que el capital no impone reglas, pero las acepta, entonces el juego se torna más sencillo: la invitación del capital responde al orden. Si resulta una interpretación simplista lo enunciado, no lo es cuando se contempla una economía que permite inversiones basadas exclusivamente en los retornos esperados. Los retornos de las inversiones que recibe una nación-estado nunca son el producto del esfuerzo gubernamental, el verdadero mérito reside en la invitación de origen: la empresa. Nuevamente, los particulares.
El alejamiento de las actividades de una economía por parte del Estado no es total, es llanamente una conversión de rector en árbitro. El arbitraje reside en estos días en bloques basados en comercio fundamentalmente. El intercambio comercial ha regido el concierto internacional de capitales y en esa premisa ha descansado la confianza en la recepción de inversiones. El arbitraje no es interno, en las naciones impera el orden estructural y jurídico, por tanto el arbitraje se cede al exterior para dirimir conflictos y desacuerdos, pero en la adopción de reglas claras de inicio.
Si las condiciones de equidad persisten en lo interno y en lo externo, las reglas se concretan a la vigilancia de los costos y los precios. En una economía abierta, el dominio de los primeros ratifica la competencia, los segundos serían determinantes en la conservación de un mercado y en la creación de lealtad de marca, entre otras razones que permiten la especialización, la investigación y el desarrollo innovador. La tendencia es a la permanencia, siempre.
Pero a todo esto que suena tan simple, sucede que surge la necesidad de nombrar una tendencia, llámese doctrina, acepción o escuela cuando enumera o persigue principios fundacionales. Así como surgió la globalidad, así como las fronteras decidieron batir preceptos antagónicos de preservación de bienes y de servicios, así también surge esa necesidad de bautizar nuevos modelos de comportamiento económico. La era de la liberalidad por alguna razón obligó la adopción de un movimiento renovador de las ideas fundamentales de la libertad de acción y la libertad para la empresa en la movilidad financiera. Así nace el concepto neoliberal.
Naturalmente, los gobiernos tuvieron la iniciativa de esta adopción de ideas renovadoras en cuanto al tamaño del Estado. Naturalmente, también, la adopción de reducción venía acompañada de un cuadro renovador en la tarea pública. A mayor participación del capital, mayor la recaudación y mayor el compromiso de infraestructura física y mayor aún el compromiso de política pública de protección de las capas sociales en sus necesidades más inmediatas, salud, vivienda, educación y otras.
Pero también sucede que todo cambio siembra dudas. Surgen siempre en el terreno de la acumulación de privilegios para unos y en la libertad que se antoja irredenta en la captura de la bonanza para otros. La mediación la ha resuelto de alguna manera la economía de mercado, para situar la oferta del lado de los sectores con mayor demanda de satisfactores y nivelando acción participativa global tanto en productos terminados como en precios. El fenómeno es simple respuesta de mercado.
Las dudas mencionadas han trascendido en reto de invasión de oferta que trastoca valores y otras condiciones de cada localidad. Esta trascendencia se ha convertido en supuesto rescate y recompone en un ideario sin sustento un nacionalismo de tiempo atrás sepulto en la franca actividad de consumo. La distracción que provoca la captura de pronunciamientos en contra de una simple semántica sembrada en lo liberal desboca un ánimo popular y lo orienta a la búsqueda de enemigos inexistentes, todos basados en percepción de dominio.
Probado es que los mercados conquistan pero compitiendo, nunca dominando. En México, esta tendencia populista mencionada en el párrafo anterior, inserta hoy, en esencia ha caído en una calígine interpretativa y en esa ha basado un modelo también interpretativo de supuesto dominio del capital. La contradicción aflora en la suscripción de un tratado comercial estrictamente liberal en su contenido y la adopción de reglas monopólicas en el diseño de la estrategia energética y en la alimentaria. La contradicción mayor, con gasto público, hasta ahora en franco derroche.
El principio económico no es interpretativo, el principio económico reclama contundencia; si se estima que en las generaciones que nos preceden se ha modificado, realmente se ha modificado en la participación de economías abiertas pero su esencia en cuanto a la distribución de los recursos no se altera. Tampoco se altera la creación de riqueza con base en el efecto multiplicador de los agregados de valor y en la creación de utilidades de los agentes económicos y todos estos son particulares, todos sin excepción.
El principio económico no es fenómeno de subasta, no es un término sujeto a captura. El principio económico es universal. Intentar su captura con fines de promoción ideológica es un atentado a la universalidad del pensamiento y un retroceso en la convivencia de las naciones. El totalitarismo no cabe en la definición del principio económico. Las fórmulas de fracaso económico, centralistas en su enfoque, todas, sin excepción, han hecho a un lado el principio económico.
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