La pauta económica de la semana la dio el presidente. Su alusión a parámetros no es casual, simplemente es dilución de la situación que vive el país en materia económica. No nos encontramos en etapas de búsqueda de definiciones o de especulaciones en torno al ambiente de la macroeconomía de la nación; la recesión llegó por la inducción de políticas inapropiadas tomadas por esta transición en turno. Las mediciones son nuestras; las pronuncia el INEGI, institución seria y responsable de determinar grados de avance o de retroceso de la nación.
Los parámetros son simples guías numéricas, que no obedecen a ningún principio ideológico, que adaptan al sentido de la interpretación, información relevante de los progresos de una economía en marcha, de una economía en competencia y en franca convivencia con el exterior. Estas medidas jamás se usarían o harían referencia a modelos fuera del esquema natural de representación de mercados, de correspondencia natural con el mundo progresista y global. Cuba jamás sería una economía en estudio de ninguna circunstancia incluyente; ningún modelo totalitario estaría en condiciones de adaptación de parámetros del mundo actual. Venezuela es un caso complejo por la permanencia dictatorial de un autodenominado presidente que el mundo repudia.
Los parámetros, se insiste, son consecución académica y práctica de una simple sumatoria, la de bienes y servicios imperantes en una nación. Si se ha determinado como producto, no es casualidad, la interpretación y validez que se da a la cadena productiva resalta la función de producción como sinónimo de crecimiento económico. Más allá del sinónimo, podemos adelantar la producción como reunión del capital y el esfuerzo de creación de mercados como un incentivo de la oferta para siempre estar por encima de la demanda. La alusión debería resultar clara si rendimos debida consideración al talento empresarial.
Si los parámetros señalan alguna contracción en la actividad de la economía es preciso revisarlos; si agrupan indicadores clave de caída, entonces el modelo es el inoperante porque no es coincidencia que la construcción y otros sectores promotores de una economía en crecimiento, disminuyan su actividad. Si la infraestructura padece un debilitamiento, la invitación al capital languidece y el estímulo puede fracasar en la forma de invitar. La transición en turno ha hecho precisamente todo lo opuesto a la correcta invitación al capital. El resultado en la pérdida de confianza en esta transición es más que evidente.
Las señales se entorpecieron de origen. No es nuevo el capítulo de despojo de un activo de la nación, el aeropuerto de Texcoco; seguirá en todos los dictados de preceptos económicos y en todas las acepciones que se pretendan dar de ese paso en adelante. La verdad es que no podrá superarse, tal vez se concedan ciertas prerrogativas de cambio y una que otra alteración parcial en aceptación de proyectos viables, menores todos, pero no se ha dado absolutamente nada y el compás de espera ya culminó en la primera derrota económica: un crecimiento negativo.
Surge una nueva tarea o encomienda y la encabezan dos personajes con preparación y dedicación probada, el secretario Herrera y Alfonso Romo. Por lo que podemos interpretar del mensaje del presidente, se creará una especie de comité que invitará al capital, o por lo menos restará trabas de inversión. El tiempo siempre lo dice todo en materia política o en economía política para ser más precisos. La derrota ya se absorbe en todos los ámbitos. La inversión está en puerta, pero la llave no la tiene este gobierno. La llave la tienen innumerables observadores; se llaman agentes económicos y operan con luces de certeza y retorno. Herrera y Romo lo saben. Es su entorno. Es su especialidad. Tienen un problema y no es menor: tienen que convencer al presidente sobre un giro absoluto y de un cambio de rumbo.
El modelo sobre el que México cimenta sus finanzas actuales no tiene un horizonte claro; el ahorro como recorte de tareas gubernamentales y presupuestales en una supuesta marcha de cobertura asistencial no ha resultado promotor del consumo interno. Las dádivas directas están asfixiando las premisas fundamentales del ingreso, el que debería ser originado desde la absorción del costo de la función productiva.
La simple alteración del costo en una cadena de producción desequilibra el más elemental anhelo de superación; esta transición no puede pensar por colectividades como tampoco puede asumir la redención de masas con fórmulas basadas en la distribución de la riqueza de la nación. La riqueza es una simple sumatoria, como fue apuntado líneas arriba, pero en ningún momento puede disponerse de ella. La fórmula de adaptación a una economía cambiante y dinámica se reduce al papel de coadyuvante y promotor de infraestructura para que la cadena de producción haga su parte.
El mensaje del presidente, independientemente de sus propios parámetros, reúne dos vertientes: su preocupación no explícita pero sí asimilada en la fase de estancamiento de la economía; por más desviaciones en materia de supuesto desarrollo y distribución de dineros en las capas más necesitadas de la sociedad, advierte el peligro de no crecer. Ahora, lo encarga y crea un comité o grupo asesor para dirimir este conflicto de discurso y práctica. La otra vertiente no la tiene clara: es su proyecto, lo ha promovido en casi dos décadas; en su mente lo concebía sencillo y en la práctica es totalmente disfuncional. Está atrapado.
La creación del comité de rescate de la economía, más que habilitador de proyectos en la responsabilidad de Herrera y Romo, es juego de diálogo, de recapacitación, de redirección de la economía del país y de dimensionar el fracaso si se continúa la ruta de proyectos fallidos de origen. Adiós a Santa Lucía, adiós a Dos Bocas y adiós al tren Maya, por el bien de la nación. Los fracasos una vez insertos en la vida de la nación dejan de ser parámetros, se convierten en realidades y tenemos que vivir con ellas…
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