El presidente está enfrentado con una terminología que aborrece. Si el pasado adoptó nuevas fórmulas en la mejora de la economía, simplemente siguió lineamientos que otras naciones interpretaron como aliento para el crecimiento, definiendo sectores productivos y alejándolos de la rectoría del Estado. Las cosas así se desarrollaron y la novedad del modelo simplemente renovó un sentimiento de libertad imperante de tiempo atrás en la concepción del comercio sin barreras arancelarias.
La circunscripción al término liberal o neoliberal por brindarle una frescura renovadora, en realidad nunca trascendió más allá del vocablo que inundó las corrientes de opinión, los textos y la prensa especializada. De esa fase de aceptación universal, a la fase de rendición plena ante una doctrina que pudiera calificarse como “era neoliberal”, existe un tramo de interpretación que no aporta justicia al camino recorrido por las economías progresistas. Las democracias siempre han tenido en cuenta la fase transformadora en la adopción de corrientes que intencionalmente sepultan preceptos antagónicos al progreso: absolutismo, totalitarismo, comunismo, entre otras; también, frecuentes desviaciones del sentimiento colectivo de los pueblos.
El desprendimiento de expresiones como las ya mencionadas ha provocado el acercamiento de las fuerzas productivas a la razón de ser de las naciones. El paso trascendental de esta postura clara y directa sobre la potencialidad de la economía ha despertado una comunicación con las fuerzas representativas de la política. El discurso político se ha tornado incluyente y abierto a la discusión de temas de bloque, despejando el terreno para la participación activa de la inversión, del comercio y de la especialización.
México se integró con éxito a las fórmulas que recomendaba un sistema liberal con una reorientación hacia la disminución del tamaño del Estado y permitir mayor amplitud al ámbito de la empresa y sus ventajas comparativas. Los años transcurrieron y la implementación logró una globalidad deseada, una disciplina cimentada en el orden y en la competencia de calidad. Las reglas de comercio internacional fueron asimiladas en el entorno empresarial mexicano y las escalas de competencia y las prerrogativas ganadas en el denuedo situaron a la nación mexicana entre las primeras del orbe.
La reinterpretación del liberalismo, ya insertado en las naciones progresistas, relegó la terminología de origen para encaminar todo esfuerzo a una economía basada en mercados, unión lograda de recursos de toda vertiente productiva en la economía. En realidad, sorprende la acepción frecuente del término por el presidente mexicano, cuando la mención que reportan los dirigentes de las economías en crecimiento es simple y llanamente mercado. No hay tal era neoliberal, no existe una dicotomía en los tiempos de las naciones para delinear conceptos tácitos de adopción de una corriente u otra de pensamiento económico.
Las lecciones de las economías y sus trascendencias en el tiempo siempre han sido de adopción conjunta. Desde los tiempos de la creación de los organismos internacionales que conocemos como Fondo Monetario y Banco Mundial, las naciones han caminado en consenso y en pronunciamientos de bloque o territoriales. Las creaciones de grupos lo demuestran, ejemplo vivo es el G 20. La unilateralidad se ha borrado de los pasos de naciones que impulsaron decisiones hegemónicas unas, de aislamiento otras. El caso más antiguo es Cuba. Las naciones que impulsaron fórmulas aisladas han reformado su estructura de gobierno, como es el caso de la que fuera Unión Soviética, entre otras.
Al parecer, estamos inmersos en economía de mercado y esa adopción del término ha significado un respeto irrestricto a la cadena productiva, a la especialización y finalmente a las ventajas comparativas. La competencia ha resultado de enorme beneficio en la investigación y desarrollo. La innovación de la empresa busca caminos y rutas de penetración y nichos no explorados. Las fronteras se han convertido en centros de distribución de productos y en custodia expedita de trámites. La agilidad desarrollada en mecanismos de cobertura y seguro ha explorado rincones jamás soñados en la protección del comercio internacional.
Ese mundo descrito pertenece a México, tanto como a cualquier potencia europea. Ese mundo fue logrado en cuatro décadas de intercambio y de experiencias en el capital intensivo en ocasiones y en la mano de obra intensiva cuando requerida ha sido. Ese mundo ahora enfrenta una interpretación equivocada desde una tribuna que soslaya la contribución marginal a un producto que suma por herencia y derecho, los bienes y servicios de la nación. Esa tribuna la encabeza un solo hombre y su acepción marca una distancia con la inversión y con los renglones de la razón interpretativa de la marcha de una economía que recibió creciendo.
La recurrente descalificación que hace desde esa tribuna mencionada el presidente, iniciando con la llamada era neoliberal, que no existe como tal y ha sido mencionada y refutada en el margen de los tiempos, hasta la imposición de proyectos que no merecen consideración por carecer de la demanda empresarial correspondiente y caer en el juego interpretativo de lo que debiera ser política económica, la recesión se hizo presente para alertar sobre la ruta equivocada. La transición que encabeza el presidente carece de modelo económico y se ha instalado en desviaciones presupuestales y en recortes sin miramiento, desmantelando vía institucional.
La recomposición de mercados internos, en su fallido intento, somete voluntades y obliga a un estancamiento de la base del esfuerzo productivo, interrumpiendo valores agregados y segregando el sustento de la demanda por oferta impuesta sin padrón y sin control. Le llama “dispersión” el presidente y para la economía la mala noticia es que precisamente eso es, dispersión. Dispersión es desperdicio en la radicación del recurso, porque no obedece a ninguna circunscripción de precepto económico.
El presidente se topa todos los días con una realidad: la función del capital en la forma que quiera verse y como quiera interpretarse; al final de cuentas, es la economía de mercado la que le recuerda su antagonismo, al que invita una y otra vez como sino de su postura crítica. Neoliberalismo a ultranza si se pretende insertar la única fórmula del crecimiento de la economía, por más esfuerzo que haga para reinterpretarla, finalmente la que lo ha derrotado en 18 meses.
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