El primer día hábil de un gobierno que sienta las bases de una transformación, sin la premisa de los hechos lamentables de división de las primeras tres, formativas sin duda, lamentables en los hechos de sangre y se insiste: división, característica principal de las tres transformaciones. Hoy, existen adversarios, no enemigos, eufemismo para señalar las diferencias en el pensar porque en el actuar impera la voluntad desde el poder y ha quedado demostrado con cancelaciones de obra necesaria, con seguimiento de obra calculada y con amparo de voluntad guiada en urnas programadas. La división late como en las otras transformaciones del país, nada más que las consecuencias de las primeras tres redundaban en lo interior y el acecho del exterior no anunciaba ni remotamente presagio de unión de naciones en sendas paralelas de entendimiento. El mundo, en nuestra última transformación asomaba a un conflicto mundial del que México era ajeno. Si de transformaciones hablamos, la de orden mundial de los años cuarenta, que transformó al mundo en su totalidad, México lo aprovechó para despegar en su acomodo industrial. Así las cosas, la modernidad se transformó en futuro y en participación activa en todos los órdenes.
El pasado se integró a la experiencia para no repetirla y en el acervo formativo de las naciones libres en su gran mayoría. La apertura dio cuenta de los ingredientes de valor en los agregados y en la especialización. El fervor económico despertaba a la competencia, a la búsqueda de dilución del riesgo y a la investigación y desarrollo. Las naciones estado enfrentaban el dilema de colaborar o de regir, de atender la esfera de su acción o de atender todas las reglas de participación del capital, de la residencia del mismo o la invitación de otras latitudes. Los caminos de la inversión dictaron el veredicto: reglas claras y respeto irrestricto a la inversión, sin importar su origen. Y el mundo evolucionó, y los modelos retrógrados anquilosados en el control interno de sus bienes y de sus procesos productivos fracasaron.
Los modelos económicos de los países resolvieron vigilar la senda del capital y rendir satisfactores en concordancia con estabilidad de precios y costos comparativos para evitar el reclamo de la especialización de cada uno. Repatriar un proceso o un producto terminado inundaba la lógica de la conveniencia del modelo de participación. La premisa fundamental consistía en adelgazar la función del Estado, reducir a la mínima expresión la función no productiva en términos reales, sin prescindir de las bondades del servicio público aportando infraestructura, desde carreteras hasta grúas de pórtico, pasando por la aérea. El equilibrio entre un Estado fuerte y una iniciativa sin frontera, incluido el capital, adquirió diversas denominaciones, todas sembradas en situaciones de capitalización como sustento. El Liberalismo, doctrina cimentada en dejar hacer, adquirió la dimensión de su encargo para alejar la irrupción del Estado en la función de competencia, sin dejar de lado la productividad.
La política necesitaba, en años cruciales, del soporte de un pensamiento renovador y progresista para caminar de la mano del modelo de competencia. Se insiste en el término, competencia para siempre cuidar la expresión de la especialización como sínodo de acomodo de los preponderantes de todo modelo productivo. Una política abierta a la expresión del quehacer internacional es una política abierta a la modernidad. Una política restrictiva de cualquier orden, puede convertirse en una política totalitaria. Las iniciativas desde el poder con miras al interior sin calcular la derrama de la no intervención en asuntos económicos, pueden ser regresivas por definición: el simple hecho de coartar la libre actuación de los agentes económicos interviene en el juicio de mercados. El juicio puede ser implacable, la sanción toral: el aislamiento.
Los mexicanos hemos recibido un mensaje de contundencia: lo político por delante de lo económico. El problema es que lo primero es sustancia de poder, lo segundo es sustancia de disciplina sujeta de tiempo atrás a reglas de participación. Lo primero puede dictar reglas, preceptos si concedemos circunstancia de orden, lo segundo no puede ni debe por la simple circunscripción de mercados en competencia. Hasta donde podemos indagar destinos de franca división, tajante en su enunciado y prerrogativas, no existirían interpretaciones de ruptura y mucho menos de jerarquía. En las democracias modernas, el afán de promoción de políticas públicas amplias y competitivas es tarea política, la económica incluida en ese entorno de creación de empleos, de promoción de satisfactores sin el descuido de la agenda social. El énfasis en la ordenanza política antes de la económica adquiere un tono de desafío a un poder supuestamente fáctico trazado en una ruta alterna a la agenda de una nación que no es nueva en estas tesituras. De existir un dominio del capital en labores de primera importancia en el país ya nos hubiéramos enterado, la lucha regulatoria de todos los entornos empresariales del país está contemplada en innumerables planes y concesiones, en proyectos de infraestructura, en proyectos de cooperación internacional, en tratados y suscripciones con gran parte del mundo industrializado. El mensaje hace suponer situaciones irregulares, de abuso, de prebendas al margen de la ética y de la ley. Si han existido, el combate es de aplicación de ley, no de marginación. Las reglas desde el poder son de adherencia, no de supresión. La interpretación de una política pública puede ser interpretativa de un solo momento, y en ella pueden traicionarse preceptos acumulados a favor del país, por la simple superación de brechas competitivas en mercados conquistados con denuedo.
Seguimos, en este inicio de actividades del nuevo gobierno, sin un modelo económico que defina situaciones de plazo, que defienda el encarecimiento de nuestro costo interno del capital, que dé sustancia e información completa a agentes económicos en esa espera interminable entre la decisión del pueblo que pretende consultarse en temas de especialización, y en esa mora que desdibuja nuestro horizonte en la inversión extranjera y en calificadoras al acecho de políticas regresivas y lesivas al crecimiento del producto mexicano. Los paliativos fronterizos y otras medidas de corto plazo no alcanzan definición de modelo económico. Los interrogantes que plantea la indefinición, tienen un costo y una fractura en la confianza.
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