Mercados. Oportunidad y el Riesgo en la Especulación

Cuando el dictado de los tiempos invoca la disciplina, los correctores en la economía inician un ciclo de revisión.

13 de agosto, 2018

Cuando el dictado de los tiempos invoca la disciplina, los correctores en la economía inician un ciclo de revisión. Por correctores pueden entenderse las variables sujetas al cambio y la interpretación de la política económica, aquellas no puestas a voluntad de los actores económicos. En la dinámica de la empresa, tal vez la primera preocupación sea el costo del capital, la justificación para utilizar capital, sea de accionistas o instituciones financieras. En la eficiencia mostrada por décadas en los mercados de capitales, el pensamiento en cierta dirección conduce al comportamiento homogéneo en las actitudes de tesorería principalmente. Esto quiere decir, que la tendencia a la deuda unifica criterios en la medida en que las oportunidades crecen o disminuyen en el entorno de la macro economía. Si las condiciones son propicias para la inversión en una fase de expansión, la estructura de capital de las empresas favorece la emisión de instrumentos de deuda a favor del costo promedio que desecharía la búsqueda de la emisión de acciones, siendo este  último, un costo más elevado.

La cautela, paralelo indefectible de la inversión, no siempre acierta en el terreno de la incertidumbre. No es lo mismo expresar reticencia en la función de mercado en la especialización que caracteriza a la empresa, que expresar temor en cuanto al entorno económico. El pronunciamiento o aliento en política económica se convierte en incentivo o en factor de riesgo. El multiplicador de un fenómeno recurrente puede convertirse en tendencia, y esta a su vez desembocar en indicadores que pueden mostrar bonanza, disminución en la actividad económica, y hasta puntos de saturación en ciertos casos. Si la actividad expansiva inunda mercados propensos a la difusión de papel secundario en plazas domésticas y foráneas por igual, la adopción de papel se traduce en resguardo de tesorería de diversos agentes económicos institucionales. Hasta que punto existe equilibrio entre la banca de inversión y los vehículos de ahorro, es una tarea casi imposible de concebir, en la medida en que los plazos de recuperación estén en cumplimiento de estipulaciones pactadas, y en la medida en que estas transacciones sean dadas a conocer a los participantes en la emisión y aquellos en el ahorro y custodia del papel.

En la claridad de la difusión radica el equilibrio deseado. Hemos vivido vorágines de anhelo económico en nuestro país, 1987 como ejemplo. A todas luces, la imperfección desbordada de ambición en un mercado emergente sin regulación. El vicio del ahorro confundido con un capítulo de acumulación no correspondido en el tiempo, en la forma tampoco. Silencios cómplices que violaron la ley no perfeccionada entonces.  Años después, nuestro vecino del norte, con el que negociamos un tratado comercial vigente, enfrenta la lección no aprendida de los años treinta. Vuelve en las hipotecas basura, las tristemente célebres sub-prime, con Bear Sterns a la cabeza de la debacle, unida por mandato con JP Morgan –Chase, las financieras nacionalizadas norteamericanas Freddie Mac y Fannie, y al final de este pozo sin fondo, la aseguradora AIG. El 15 de Septiembre de 2008, surge la Segunda Gran Depresión, con la quiebra de Lehman Brothers, el cuarto banco de inversión de los Estados Unidos. Bank of America y Barclays rechazan su rescate. La negligencia en las garantías y la ligereza al flotar cientos de millones de dólares sobre bases de morosidad comprobada, cimentaron verdaderas cúspides de papel sin respaldo, que cuanto existió reclamo de liquidación, el efecto devastador cundió en todas las circunstancias de hacer efectivo el papel en circulación. La efectividad de cobertura no existía de tiempo atrás. La lección de ese episodio: un banco del tamaño de Lehman podía quebrar. La FED y el Tesoro estadounidense se hicieron a un lado, como corresponde a las cosas privadas. La dimensión global ya alcanzaba la desconfianza del sector; el mercado de bonos se disparaba como guarida ante la pérdida inminente del papel secundario. Vino la intervención de George Bush, el segundo, soltando amarres equivocados para reestablecer la confianza en un programa de vivienda para desempleados, programa que aceleraba el despeñadero del rescate fallido de la hegemonía norteamericana de otros días. El siguiente paso, la credibilidad en un sistema, no en una institución, a juicio. Viene el  debate de otros días, el del Estado, el del gasto público, el del gasto redentor. No hay comparación, se descubre, los años treinta mostraban un tamaño de la economía manejable, moldeable. Se invierte en el sector equivocado. 2008 anunciaba un panorama desolador ante la múltiple residencia de los compromisos enterados en una globalidad sin frontera. Se vendría abajo la herrumbre de la solidez por tamaño.

Volvemos al tema de la disciplina, al llamado del ahorro circunspecto mexicano, el que dará cara a la nación. Si se considera algo no experimentado, pues tal vez se acierte en las prerrogativas enunciadas; si se estima prudencial, pues tal vez el recorte inunde el reclamo de ingreso de una burocracia sujeta al dictado desde el poder; si se estima la consecuencia de la inversión necesaria en el orden del crecimiento del producto, entonces enfrentamos una controversia de estímulo a la inversión privada. Si no existe un paralelo en la mira de la nación y en su función productiva, los caminos del gobierno en su afán de ahorro irrumpen en la inversión y dislocan las prerrogativas de derrama en el empleo y en la asistencia de todo orden. Y en la dimensión del desarrollo se dejan atrás las metas de crecimiento, y sin este no existe economía de competencia.

Tal vez no exista definición para la saciedad del consumo, para la insatisfacción, para la sumisión ante el dictado del poder por el poder mismo, pero puede dejarse en claro que las economías no deben claudicar en su concepción de crecimiento, en su concepción de satisfacer necesidades, en su capacidad de cobertura, sin hacer menoscabo de la libertad de participación en el orden que sea. 

Si las experiencias de mercado han brindado alguna lección constructiva, también las prerrogativas de los gobiernos han arrojado lo suyo cuando la imposición de ideas retrógradas de ejercicios inútiles de control ha arrojado pobreza de criterio en la cerrazón y en la intemperancia. Las reglas de mercado no siempre conducen a la especulación y a la fase incierta en destino del ingreso. Los gobiernos vigilan sin premisas y sin restricciones las inclinaciones de la inversión; los gobiernos progresistas están atentos a los caminos que abre la inversión para toda una nación. Los condicionantes pertenecen a otras épocas, fallidas todas. La inversión privada y el gasto del gobierno deben marchar en paralelo, con sus distancias de tamaño relativo e incidencia probable. No existe eliminación del riesgo en forma absoluta pero los caminos de la confianza se construyen desembolsando cada uno su parte.

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