La estela que deja la firma del nuevo Tratado de Libre Comercio siembra la duda del terreno laboral en sujeción de inspección y desde luego temas como la incorporación de acero y aluminio norteamericano en la industria automotriz mexicana quedan bajo un espectro de abuso del poder norteamericano. Estamos en los días de estudio y reflejo de las posibilidades de mermar valores agregados de los últimos veinticinco años. Por otro lado, el mundo se encuentra en franca indecisión de apertura y las bases de los dos gigantes en materia de comercio no se consolidan. El más grande socio comercial de occidente media entre un “impeachment” y una elección que por turno histórico corresponde al partido demócrata, respetando los ciclos de acumulación de poder que el pueblo norteamericano reparte de tanto en tanto.
La celeridad de la firma del TMEC sorprendió desde luego en los círculos de inversión y en otras fases del análisis internacional. Haciendo a un lado los juegos de la política de reelección en los Estados Unidos, los de la adhesión canadiense y los de la deserción del plano inversor de México, no puede negarse la conveniencia de la alianza. El temido aislamiento ante la incertidumbre de dos potencias en pugna y una Unión Europea que pierde fuerza en su recomposición del capital, al grado de lograr anular la carga financiera y reducir a cero la reestructuración de pasivos en la nueva gestión de Lagarde al frente del Banco Central Europeo, refrenda la aspiración al bloque norteamericano.
Una gran diferencia observamos de la asociación de los tres países firmantes, dos crecen y uno no. La debilidad mexicana en todos los capítulos negociados se plasmó en la inspección laboral y en los insumos clave norteamericanos. Esto apunta un tanto más allá del tratado mismo: México reúne un año desperdiciado en innumerables órdenes, que inician con el estanco de la economía. Las señales del gobierno en turno han marcado una era distinta a las vividas en todas las épocas del México contemporáneo. La obra más importante del continente fue cancelada sin razón objetiva, el modelo instalado de recortes sin miramiento pretextando ahorro y austeridad han dañado a sectores verdaderamente vulnerables. El afán de eliminar contrapesos mediante organismos autónomos ha sembrado desconfianza en la estabilidad y marcha institucional del país.
La verdadera secuencia de preocupación radica en el sector energético. La petrolera mexicana está encargada de tareas que no ha realizado en más de cuatro décadas y el tema de las refinerías preocupa al mundo de la inversión y de la calificación del proceder económico. La provisión de energía arrincona las renovables y limpias. Esta área reúne el mayor riesgo estimado para la consecución de crédito internacional. Equilibrar las finanzas de PEMEX es un propósito sano y plausible desde cualquier punto de vista; el problema es el método: paliativos de corto plazo dejando en terreno de indefensión un plan de negocios en el largo plazo.
El campo mexicano es otro tema de verdadera preocupación. La contradicción que vive el productor primario mexicano es equivalente a la misma incongruencia del sector energético. La mira de esta transición está sumergida en modelos no solamente pasados, anacrónicos por definición. La autosuficiencia en alimentos y energía es una falacia y la controversia que propaga un modelo de esta naturaleza, radica en un sustento precario por principio, dado que la globalización ya tiene sentadas raíces profundas de participación y en ella se han destacado las especializaciones y las ventajas comparativas de nuestros propios productores. El regreso a esta figura paternal de rendir cuentas a nosotros mismos con el gobierno como árbitro, puede regresar a México a la intermediación, al acaparamiento y a la especulación regional que ya se vivió en el pasado. La fórmula de apoyo al campo de esta transición es retrógrada, anticuada e insuficiente.
La energía vive los mismos intentos, ignorando el futuro de los hidrocarburos, las energías fósiles y contaminantes y finalmente el destino de las gasolinas como principal motor del transporte. Se anotan hallazgos importantes; subsiste el crudo pesado del subsuelo mexicano y se desechan exploraciones de expertos del orbe, sobre todo en las profundidades inalcanzables para la tecnología mexicana.
El reclamo social tuvo su parte en la administración actual. La inconformidad en el sector salud, en la educación entregada a grupos sin compromiso con la formación, la evaluación y la calidad; el reclamo de la ciencia, la investigación, la cultura y el más grave, el reclamo campesino. Toda esta revuelta presupuestal ha dejado mal augurio de inicio de gestión. La bandera de combate a la corrupción no ondea con gesto de acierto y corrección; se han solapado aspiraciones juzgadas incompetentes. También, omisión de sanción de actos comprobados de enriquecimiento desde el poder. Finalmente, la aserción de 500,000 millones de pesos anunciados y pregonados de corrupción en un ejercicio, jamás sumaron. La sociedad tal vez optaría por la sanción y erradicación de la corrupción y no una cuantía basada en la especulación y en la imaginaria sin sustento del presidente.
Firmar el TMEC compromete en rectificación de un modelo regresivo y comprobado ineficiente. Un año lo certifica con abundante claridad. La proyección de México como suscriptor de condicionantes de aceptación internacionales obliga a la conformación de un modelo económico acorde con la economía global de amplia competitividad y regulaciones modernas. El desecho de proyectos fallidos será inevitable y la recuperación de cancelaciones de envergadura repercutirán en calificaciones aprobatorias del capital. La corrección está a tiempo. De la voluntad política para hacerla, no sabemos, pero la esperamos.
La aceptación tácita de un esquema neoliberal en nuestro entorno ya marca una diferencia de los modelos totalitarios. El presidente haría bien en no recurrir a ninguna nomenclatura como tampoco a ataduras doctrinarias. Estamos inmersos en una economía de mercado como única fórmula de crecimiento. El gobierno y esta transición en particular, debería contemplar lo que espera al país más allá del TMEC.
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