El vocablo embargo evoca privación de algo, sustraer algo para evitar disfrute o consumo de alguna parte. En el entorno internacional recuerda, como ejemplo singular de la historia moderna, privar a la isla de Cuba de bienes producidos en el mundo libre, sanción privativa de los Estados Unidos como juez impertérrito de orden y vigilancia de sucesiones de poder contempladas desde la óptica de la democracia, juicio reservado a una cúpula cifrada en dos alternativas, sin admisión de ninguna más. Eso es democracia para los norteamericanos, sin menoscabo de la condena a un sentir diferenciado de su propia fórmula. El embargo en términos internacionales es definición compleja pero ostenta simbología adoptada por predominio del capital o del sentimiento liberal, el simple dejar hacer.
Para los países que detentan sus economías en la liberalidad del intercambio y la cooperación no resulta difícil asimilar preceptos de orden y rectoría de mercados en amplia competencia; para países con denominaciones cerradas en su contribución marginal al producto, a la suma de sus bienes y sus servicios, no es proceso sencillo y las variables de sus economías no entran en el juego de la competencia y tampoco son sujetas al juicio del rendimiento y normas internacionales de relación precio-costo y reinversión de capital. La formación de capital no es tema toral en las funciones redistributivas del gasto como componente del esquema social, como contrato ligado a la hegemonía del poder.
Este esquema totalitario, presente en países con representación popular, abroga la competencia, ahoga la esencia del crecimiento económico y diluye el riesgo sistemático de presencia en la escena internacional. Hasta ahora, las naciones que pudieran penetrar este escenario en nuestra región, serían definitivamente Venezuela a la cabeza, Nicaragua y Cuba como una representación anquilosada en la historia, una historia sembrada en la apatía y la conformidad de la dictadura como mal declarado para todo un pueblo sin destino. De 1959 a la fecha pudieron adaptarse infinidad de acciones, pero la pasividad imperó y derrotó todo precepto al llamado de naciones vecinas. Del llamado quedó el suspiro de una libertad enarbolada en el retiro de voluntades de cambio y de capitales formativos en aras del comercio y de ventajas comparativas que optamos por desechar, unos primero y otros después, para arropar esa apatía americana, la de nuestro lado, la latina.
El comunismo definía todo y nada a un tiempo; se aspiraba la derrota de los años cuarenta y principio de los cincuenta con un eje aislado por las fuerzas aliadas. Se sentía sintomático el movimiento de restauración como estandarte de la reestructuración de ciudades, naciones y economías desgastadas por la belicosidad de los tiempos. Se reunían las fuerzas en el amparo del capital, en los pactos de Bretton Woods, en la instauración de instituciones que capturaban el ánimo de la reconstrucción. Se definía el capital como motor único de prevalencia. Las décadas mostraron alguna bondad en este resquicio de carácter unilateral, porque provenía de la misma fuente, la norteamericana. Así caminamos hasta llegar a los bloques, a la senda de la especialización, a las ventajas comparativas y finalmente a la competencia. La definición del mundo libre no tardó en mostrar su arrogancia y su prestancia en el control del capital. El rostro del liberalismo provocó concentraciones y los imperios del capital volvieron por sus fueros, pero la información diseminada de tiempo atrás y las oportunidades alguna vez alejadas de participantes menores cobraron vida y las ventajas sembradas en mano de obra y en otras ventajas instaron a la tecnología y otras manifestaciones de dominio a diversificar sus potenciales.
El mundo se hizo global. No obstante, las reservas naturales no las definen las prerrogativas de dominio y una por demás natural pero nutriente de toda economía en desarrollo se localizó en una parte del mundo ignorado hasta entonces. 1974 cambió reglas otrora incontestables en materia industrial por un solo elemento de extracción: el petróleo. Ese año dictó un embargo al mundo industrializado. Un cartel dictaba las reglas del juego y lo componían nueve países. El mundo entonces lidiaba con unas reservas inusitadas en manos de unos cuantos. Las perforaciones eran tema pospuesto en el mundo industrial. La enseñanza resultó costosa y el equilibrio de poderes tardó cinco años en redefinir el destino de eurodólares creados fuera del control de la Reserva Federal norteamericana, y a merced de gobiernos y entidades con créditos por debajo de la norma del riesgo y consideraciones de los mercados de entonces. Las garantías no respetaban el asiento de las nuevas remesas que ansiaban colocación.
El embargo o prevención de una fase de consumo es una imperfección de mercado por definición. En México estamos pasando por una fase incierta en cuanto a la distribución de un solo producto, gasolina. Se ha denominado un desabasto, una falla en la cobertura oportuna de un producto al que no tenemos costumbre de padecer como tampoco debiéramos padecer en materia de oferta. En los años descritos de la década de los setenta, muchas naciones padecieron el embargo petrolero provocado por el Oriente Medio y naciones que conformaron el cartel de la OPEP. México no lo padeció por razones de suficiencia en la extracción petrolera y mantos que han respaldado por décadas el abasto de productos derivados del energético. Por razones de conveniencia económica y naturalmente por la inclinación a la no dependencia de los carburantes como energía única, México, inteligentemente ha adoptado una política de importación de gasolinas para evitar el proceso de refinación de crudo muy espeso de nuestros pozos de extracción, dando margen a la exploración de energías alternas que siguen el ritmo de la investigación moderna. En ese tenor, se diseñó una reforma energética y en esa misma línea se convocó al exterior especializado para realizar perforaciones con capital de riesgo propio.
La línea es clara en materia de energía y ha sido cimentada por especialistas del orbe. Hoy se distrae con un embargo inmerecido, que somete a la sociedad a perseguir el abasto de gasolina con el demérito de la economía y con un pretexto de combate a una perturbación clara y comprobada de tiempo atrás e ilícitos que debieron atacarse con el denuedo de la inteligencia financiera y con una función programática de credibilidad gubernamental. El camino del embargo desde las instancias gubernamentales en este caso es de verdadera indignidad y oprobio.
México exige cuentas
Por definición, toda política económica arroja números. Por definición también, toda expectativa en política económica es o debiera contemplarse...
julio 20, 2020La Nueva Mira del Capital
Si algo cambiará después de la visita a Washington, es pronto para saberlo. Si algún mensaje recibió el presidente...
julio 13, 2020La Captura del Principio Económico
Por décadas, los gobiernos han intervenido en forma tangencial en política económica de las naciones adscritas formalmente o no...
julio 6, 2020Capital sin invitación
Un semáforo naranja anuncia una etapa de la pandemia que nos ha retirado de toda acción productiva. La etapa...
junio 29, 2020