Las señales de nuestra Economía

Estamos en una etapa desconcertante en materia económica. No podemos alejar los temas de cancelación de obra trascendental, por demás comentados, ampliados cada día más,...

15 de abril, 2019

Estamos en una etapa desconcertante en materia económica. No podemos alejar los temas de cancelación de obra trascendental, por demás comentados, ampliados cada día más, y la correspondencia que han significado desde el exterior. Los días pasan y las noticias un día alientan una salida de capitalización; al siguiente el propio presidente declara una imaginaria de tiempos pasados para diluir todo esquema de planeación y dejar otra vez en la mesa un proyecto económico que todavía no alcanzamos a concebir. Se cuelgan del pasado todos los vicios que pudieran surgir en una nación, como si la vía institucional la constituyera un soplo, un momento fugaz de la historia moderna, y en una narrativa que el mismo presidente instala todas las mañanas, los pasos de una administración en turno, confunden a propios y extraños, y el rumbo no llega ni en el discurso ni en el papel.

Los planes saltan de un sitio a otro de la nación, los pocos que se concretan, todos encuentran un freno, camaral, presupuestal, de estudio, de potencialidad, de factibilidad, todos penden de una decisión, la del presidente, y el acomodo plantea un escenario diverso en muchos órdenes: el gabinete o equipo, como pudiera entenderse el respaldo que supuestamente brinda al presidente los caminos para acatar sus instrucciones, crea un vacío de información y una secrecía inusitada en la consecución de proyectos. Como ignoramos los nombres de muchos titulares de dependencias de responsabilidad federal, operan en espacios privados, verdaderamente incómodos por la prisa del encargo, prisa gubernamental propia de esta transición, que pretende resolver de inmediato lo que se estima de plazo.

El ritmo que trata de imprimir el presidente a sus ideas, algunas de sustancia, otras de ocurrencia, dislocan la actividad gubernamental en esa pauta tan cambiante de su plática mañanera. En ella se plasman humores, pasiones y fundamentalmente rencores. En este escenario se apropia de un acervo cultivado en años de recorrido de nación, no para recoger proyectos necesariamente, para recolectar adhesiones y para suministrar una doctrina que revierte toda función de poder, para desde esa captación de poder, hacer sentir que el poder capturado es esencia del haber recogido y desde esa tribuna, decidir voluntades y afanes de un pueblo recordado por carecer de todo.

La premisa rudimentaria de una subsistencia precaria, destacada por un líder, barre de inicio cualquier esfuerzo individual o colectivo en una comunidad alertada por el discurso de dádiva como preponderante sobre cualquier intento de unión, de esfuerzo y trabajo. La distracción remite a épocas transitadas mucho tiempo atrás, pero la huella que revive la fórmula popular no deja margen contestatario en la oferta de la fórmula fácil para problemas añejos.

El discurso de ahora no difiere en esencia de la invocación de dos décadas de Andrés Manuel López Obrador; el tono adquiere una altivez mayor en ese juego interminable de interposiciones de modelos neoliberales una mañana y modelos conservadores muchas otras siguientes. Los turnos dan lo mismo, la semblanza de la denostación es una constante; el pasado no claudica jamás, el verdadero pasado, la historia, reivindica, el reciente tiraniza y es motivo de alejamiento como mal endémico.

El problema surge en ese vacío de planes y conceptualización de proyecto económico; habla, el presidente, de un crecimiento muy por encima de la media de las décadas que ya se fueron, triunfantes al menos, por dejar un país creciendo. Siguiendo la pauta del ahorro como premisa fundamental en la concepción económica no llegaremos lejos, sin planes de inversión, y si los concebimos como fundamento, caemos en esquemas de conservadurismo del capital, que retiene activos importantes para su operación. Si los conjugamos con el esfuerzo de la nación, caemos en un esquema liberal, por soltar amarres de operación. Continuar un Tratado Comercial con nuestros socios del norte nos acerca a planes de invocación neoliberal, pero si renunciamos a todo lo anterior, cerramos la economía, ahogamos la función gubernamental, sancionamos las participaciones activas del capital y condenamos al país a una Venezuela o similar, sin futuro.

El gobierno en turno debiera aceptar que existen términos en numerosos textos de economía; las acepciones no son más que eso, acepciones que brinda la academia para mejor entender y estudiar modelos, pero de ningún modo reflejan la perspectiva o sello de una administración deseosa de destacar por encima del promedio de naciones que han desperdiciado oportunidades y confundido afanes por la apropiación de bienes y recursos públicos. No es la nomenclatura la que define el destino de una nación, es el proyecto de nación el común denominador que debiéramos compartir. No existen bandos, existen ciudadanos, no existen adversarios, ese léxico no existía en nuestra convivencia hasta el arribo de esta administración y en cuatro meses, la división es patente y es la culpa de este gobierno y de nadie más.

Como este gobierno, transitorio y no transformador, reúne miras de recolección de votos logrados en campaña e insiste en esa postura afianzadora, simplemente completa el ciclo de la dádiva de origen del voto, en tanto, los planes de nación nadan en un mar de desconcierto y en un trazo circunstancial, que dictan lo que se enuncia precisamente, las circunstancias que obligan a la respuesta, como las afrentas que recibimos de la Casa Blanca, pero intentos de incorporación a foros externos, a mesas de diálogo en países líderes no existen. Las señales que recibe el exterior son las mismas que inundan nuestro entorno y francamente dejan mucho en deseo de superación y exaltación de proyecto de nación.

Se convocaron a empresas en Mérida; es franca apertura a la inversión. Esperemos cordura y espacio a proyectos redituables bajo la óptica de iniciativa basada en la experiencia y especialización de las empresas invitadas y no en la base de la imposición de proyectos gubernamentales que están condenados a fracasar como Dos Bocas y el Tren Maya. Invitar el capital es invitar a ganar, los proyectos mencionados envían señales de pérdida. Los únicos ganadores son los constructores. México, en esos proyectos perdedores, carga con la pérdida de operación, como carga con la deuda de un aeropuerto sin aeropuerto. Esas son las señales que envía esta administración.

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