Este año que está por terminar cierra con áreas sin definición clara en materia económica en nuestra región. Los cambios significativos en transiciones políticas han sembrado una estela de duda en cuanto a la economía. Los años que cimentaron alguna hermandad cifrada en modelos similares han desaparecido. La configuración del Mercosur ha sufrido un desmembramiento con Venezuela, país que ha seguido preceptos del modelo marxista sin ningún éxito. El sensible atraso de esta nación naturalmente afecta el orden regional empezando por la migración y siguiendo con prerrogativas canceladas de comercio.
De los tres modelos de economía en la región, el mencionado, Venezuela junto con Nicaragua, aun siendo economías cerradas no lo son del todo, alguna interacción con otros mercados subsiste. La verdaderamente cerrada es Cuba. El siguiente modelo podemos llamarlo proteccionista en términos generales, significando esto que impera una economía mixta y la apertura al mundo no es completa. En esta categoría encontramos a Brasil, Ecuador, Paraguay, Uruguay, Argentina y naturalmente, por el momento dejaremos fuera a Bolivia por carecer de una estructura gubernamental en los días que apreciamos una fase de transición no concluida.
De los países circunscritos al capital sin que necesariamente reciban una etiqueta de capitalistas, podemos incluir a Chile, Panamá, Colombia y México, país con un amplio liderazgo hasta hace un año en índices de capitalización del exterior y también en índices de inversión hacia el exterior; las multinacionales mexicanas han superado todo esquema de inversión externa en la región, por décadas. Los caminos del capital y la introducción de la nomenclatura neoliberal de los años en los que se implementaba el TLCAN, mitad de los noventa, ha permitido acepciones más apropiadas para destacar economías de mercado, que finalmente eso son.
El Mercosur ya mencionado es un bloque comercial de la parte sur del continente, creado en 1991 y formado por Argentina, Brasil, Paraguay y Uruguay. Las adhesiones de Venezuela y Bolivia no necesariamente se rigen en sentido formal en estos días. Años más tarde se conforma la Alianza del Pacífico y para el séptimo año de su fundación, el año pasado, en julio de 2018, refrendaban su composición Chile, Perú, Colombia y México. En realidad, su fundación obedecía a preceptos neoliberales en esencia, llamado regionalismo postneoliberal.
Las premisas fundamentales de la Alianza incluían una economía ortodoxa basada en competitividad, reducción del tamaño del sector público, liberalización comercial y finalmente liberalización financiera. Las cosas han cambiado en un solo año a pesar de las aspiraciones de Canadá, Nueva Zelanda y Singapur de asociarse al bloque. Ecuador se convirtió en intento también. No podemos dejar de mencionar el golpe en Brasil, la suspensión de Venezuela y los sucesos de Bolivia, situación que deja en espera liderazgos otrora contemplados por las grandes economías: Brasil y México.
Otro compás de espera se abre en el Tratado Transpacífico de Cooperación Económica, TPP. La oportunidad para la Alianza del Pacífico en la apertura de mercados de Asia y de la cuenca del Pacífico con los países mencionados en el apartado anterior, que ya son parte del TPP, las oportunidades unen a la Alianza como observador del Foro de Cooperación Asia Pacífico, la APEC.
El país que se aparta de este escenario y este sesgo de nichos trascendentes es México. El presidente de esta tercera transición rehusó la invitación al bloque en su calidad de presidente electo. Esa resultó su primera negativa a aparecer en foros internacionales. Hasta ahora sigue esa renuencia, no ha dejado el país en lo que lleva de su administración. En el pronunciamiento de libre autodeterminación de los pueblos, y dada la situación tan extrema en Venezuela, México, al menos su presidente, ha aislado al país de numerosas participaciones que hubieran resultado provechosas ante el Grupo de Lima y desde luego el más redituable en materia económica mundial, el G 20.
La neutralidad no siempre paga cuando los hechos denotan lo que el mundo señala. El consenso no es aleatorio en la escena internacional y Venezuela es condena y destierro de preceptos de elemental convivencia, amén de derechos humanos interrumpidos en todas sus formas. Su defensa no recae en pronunciamientos de no intervención en la vida política de los pueblos. En este caso, si la lesa humanidad no convence, la guía y pensamiento de la reflexión universal debiera hacerlo. No intervenir es interrumpir los deseos expresados desde la humillación masiva de lo más sagrado, la libertad.
El camino ideológico que plantea el presidente en turno en México realmente no obedece a preceptos de ningún orden; la confusión entre la invitación al capital ante la imposición de proyectos fallidos de origen, dejan una semblanza de duda en cuanto a metas de prioridad económica. La función de recorte presupuestal y la sujeción del ahorro a la dádiva sin programa y retiro de programas asistenciales probados ha desequilibrado las fuerzas económicas en lo interno al grado de frenar la economía en su totalidad.
La contracción se refleja en prácticamente todas las áreas en estas fechas de cierre inminente de año. La corrección no llega y tal vez iniciaremos el 2020 con las mismas condiciones de incertidumbre en lo programático del gasto. La expectativa del riesgo en el grado de inversión acecha el umbral de diciembre. Las garantías que pudiera ofrecer la petrolera del país se están diluyendo en planes de corto plazo.
La escena regional parece asimilar en paralelo las adopciones de miras tardías de recomposición de mercados internos; la concepción se antoja tardía por la tendencia a la apertura y la operatividad de los bloques conformados en las últimas dos décadas. La transición de una economía abierta a una cerrada aun cuando de metas nacionalistas se trate, en la no dependencia, simplemente no existe como modelo viable. Venezuela es el mejor ejemplo. La función centralista y totalitaria es inoperante.
La ideología de retención de valores y de símbolos está interrumpiendo la fluidez y el dinamismo de los tiempos. México y otros países de la región están inmersos en el discurso que aletarga la concepción de progreso, de crecimiento y desarrollo. El planteamiento de exceso en la política está nublando el horizonte económico.
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