El presidente declaró precisamente el enunciado de este texto: existen condiciones para crecer. Su público: los banqueros. El mensaje era esperado si no en ese contexto, en uno similar y carente de fundamento. No existe réplica en estos foros, pero tampoco existe asimilación por decreto ni por imposición. La tarea de la banca comercial y de inversión no cifrará sus objetivos en esta premisa llena de subjetividad. La banca tiene metas muy claras en cuanto a las disposiciones de la autoridad y el Banco de México las tiene en su autonomía.
Si las variables sostienen las circunstancias del equilibrio entre el ahorro y la inversión, al menos el Instituto Central de Moneda guarda las formas en la oferta monetaria y las tasas de interés, toda vez que respalda un margen para el ahorro institucional del interior y del exterior. La evocación del presidente a estas tareas como parte integrante de política pública del gobierno, no hace más que añadir a la confusión que ya prevalece en el entorno y manejo de la economía.
No puede hablarse de condiciones de crecimiento económico cuando la economía se encuentra estancada y las políticas públicas se mantienen en el mismo rumbo o sin él para expresarlo como la realidad que vivimos. Si el presidente pretendió adelantar un movimiento político al daño irreversible que su administración ha provocado, pues sencillamente podemos añadir otro fracaso en la cadena que une mes tras mes desde su toma de posesión. Si los banqueros no reaccionaron en ese momento, el respeto a la investidura puede ser una respuesta, la educación y civilidad también añaden a la cordura del momento, pero eso no significa que el mensaje se dé por concluido y asimilado.
El empresariado mexicano ya está en alerta; el compás de espera y el beneficio de la duda caducaron en su propia esencia y conformación de tiempo, el solicitado por el mismo gobierno. La reacción del capital ya transpira en la recomposición de planta y equipo y en la configuración de la planta productiva. Uno de los efectos, el empleo, pierde el dinamismo heredado de la administración anterior. Los planes de inversión se cierran ante la ausencia de infraestructura y la concepción de proyectos rentables. El costo del capital castiga proyectos supuestamente conjuntos, de los que ninguno despega.
El ejercicio del gasto del gobierno ha desbocado parámetros de coordinación de la vida pública en la cobertura del Pacto Social, en la cobertura selectiva y en la captura de presupuesto de órdenes establecidos y funcionales. Esta selectividad ha paralizado programas y abasto por igual. La centralización ha lastimado la eficiencia del Estado y la solución en los plazos se ha convertido en un laberinto de hipótesis y falsedades.
Los recortes a actividades propias de un aparato gubernamental como es esta nación, han debilitado la fluidez del servicio y garantías del ciudadano en diversos órdenes. El reclamo social aflora y renace en vicios del pasado, en uniones hegemónicas y antagónicas al progreso. La unión perversa y protección desde el poder ha cimentado desviaciones importantes de recursos. La corrupción persigue a esta transición y no da tregua ante tanta prebenda de origen; de décadas podemos hablar. Las cuotas de poder cobran sin parsimonia y sin mesura.
El presidente está acotado en una coyuntura asfixiante sin capacidad de maniobra, sin tregua y sin rumbo. Su modelo, que nunca materializó en proyecto de nación, fracasó desde su inicio. Se equivocó en su mira nacionalista, la volcó en una interpretación simplista del manejo de recursos; cuantificó sin consecuencias una interpretación de ahorro que jamás llegó y distribuyó una riqueza no creada en un imaginario redentor. La realidad lo alcanzó tiempo atrás. El empresariado lo sabe y la apuesta a la concordia llegó a su fin.
El último aliento lo recibió el presidente en la cena de los tamales. Se suscribieron aportaciones sin trascendencia y sin compromiso. Un simple papel que tal vez no consolide un proyecto absurdo de rifa; existen muchos días y muchos aconteceres por darse antes de septiembre. Lo sabe el gobierno, lo saben las autoridades de la hacienda pública y lo sabe el presidente.
Estamos en marzo y las cosas no están para desperdiciarse en rifas; las pérdidas de nuestra petrolera tienen un horizonte y uno nada más: cancelar Dos Bocas. A partir de esa cancelación, rondas de perforación con los castigos pertinentes por la medida que debió tomarse hace más de un año, medida que estaba tomada y aceptada por la inversión del exterior. Eso estabilizaría la calificación en tanto se construyera un plan de negocios de plazo.
El segundo paso debe ser la devolución de un activo nacional: el aeropuerto de Texcoco. Este despojo debe ser restituido. No existen alternativas, no en la premura en la que se encuentra el país. Si estas condiciones no se dan, contando entre otras el freno al dispendio de la dádiva, entonces la economía no solamente seguirá estancada, el deterioro será irreparable en varias generaciones.
El acecho de estos días debe ser contemplado en la posible repercusión de plazo; una pandemia no es solamente un problema de salud pública, es un fenómeno que altera la paz social, la convivencia y el marco económico es impredecible.
El umbral de fin de mes es tan real como las medidas que las naciones han adoptado para protección de su población. La espera y la pasividad pueden convertirse en un recurso que incite a la unión nacional en la adopción de medidas de corrección de mandos y en otras de severidad inesperada. La salud de la nación no debe recibir alternativas como las que pueden recibir los que detentan el poder de captación del ahorro y la inversión. En la salud no existen alternativas, existen determinaciones. Hoy no llegan. Mañana habrá reacción de algún modo.
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