Hoy, dos de julio, inicia una etapa que hemos denominado transición; desde luego invoca innumerables episodios en nuestra vida democrática. Desde luego invoca el pasmo ciudadano ante realidades incuestionables. El acomodo de una sociedad dividida no es asunto menor, tema álgido de discusión en mesas de familia, de instituciones, de árbitros, y observadores críticos. La complacencia dejó hábitos de otras épocas en tinta de la historia de una nación que despierta al llamado de una unión dispersa en modelos que han transitado en el proteccionismo, en el paternalismo de Estado, en medidas populares con imágenes de desarrollo sin crecimiento, y en crecimiento sin desarrollo, paradoja arropada por liberalismo tardío y creencias de la distensión del ingreso.
Liberalismo, término que nos recuerda pedazos de historia y enfrentamiento, incorporación gradual al orden y desafío de formas desde clericales hasta la marginación de clases y derivaciones del orden social que tal vez hemos negado en forma sistemática, para situar comportamiento ligado al poder, el involuntario, heredado por nacer de una forma y no de otra. La lección no es curva de aprendizaje, es lección aprendida en esta vida diaria sin preámbulos, sin compás de espera. La cascada del orden civil se convirtió en reclamo: no más dispendio por silencio, no más programas por necesidades, no más estadísticas por realidades. Programas que cubren pero no alimentan, parece ser una tónica que desafía el ánimo de satisfacer, de procurar presencia efímera en la necesidad.
Hoy culmina el derroche de la implementación de una cultura que disfraza modernidad y formas democráticas, para intensificar la división y para enseñar imperfecciones de una tendencia costosa para alumbrar discordia. Los que no tuvieron proyecto de nación asomaron sus carencias, los que arrojaron su incongruencia ya tuvieron su coto de poder, los que velaron por la responsabilidad ya tuvieron su respuesta en ese torbellino de rivalidades que descalifican sin frontera.
Viene el reflejo de un mundo atento y global, esto no es exclusivamente doméstico, interno tampoco, hay cuentas con el exterior, hay observancia que califica lo nuestro. México dista mucho de estar solo, de cerrarse; son cercanas las consecuencias de un vecino beligerante e incómodo, inamovible en su frontera y en su desafío grosero. Existen tratados, comportamiento de grupos, de pertenencia ganada con denuedo, de marcos de respeto, de soberanía y de trayecto de nación seria, de gallardía que ha recorrido pasillos de diplomacia y pronunciamiento reconocido. México tiene un lugar en ese concierto de naciones; existe orgullo y tradición, existe historia.
México tiene disciplina, la tiene en órdenes que transgreden diferencias, la tiene más allá de las traiciones y de los abusos de unos cuantos, más allá de los malos mexicanos, los que han humillado nuestro sentir y nuestro patrimonio. Recomponer, reclamar, reordenar, son mandatos de todos los rincones de una sociedad lastimada y traicionada, dispuesta a castigar y exigir, como muestra de unión ante la desunión que nos produjo esta debacle llamada elección. Los tiempos no dan para una recomposición gradual, no dan para la espera de mejores momentos, no dan para clases adormiladas en los rincones de esa opulencia de representantes de poder omnímodo sin consecuencias.
Existen llamados del exterior, existen organismos financieros internacionales atentos a lo nuestro, existen variables con las que respondemos a la captación de capitales, existen responsabilidades heredadas de gobiernos que han dado su mejor esfuerzo en la palabra empeñada con la inversión cuantiosa de naciones amigas y confiadas en nuestra civilidad y respeto.
Es el llamado a la disciplina en la transición; no es acomodo de preferencias, es traslado de responsabilidades. No es momento de juicios vanos, deben recogerse frutos ligados a instituciones, a aquellas reformas que reforzaron conceptos de estructura, a los proyectos que darán prestigio y solidez y reportarán crecimiento. No se trata de capítulos de nación, se trata de una nación. La huella sembrada en este proceso sirva para la mira de los temas de la agenda nacional.
La gran economía no ofrece partículas de participación, ofrece un todo, amparado en autonomía de nuestro instituto central de moneda, amparado en variables manejadas con responsabilidad, amparado en un crecimiento del producto sin interrupciones, en reservas internacionales y en soberanía de riesgo. La transición cuenta con herramientas y construcción en proceso, con caminos comerciales y programas de asistencia y educación de calidad, con vivienda digna y salud pública como nunca había sido concebida. Los tiempos de México alejan la duda del progreso, alejan la incertidumbre de ruta de nación. Las tareas pendientes se convertirán en ánimo de solución si subsiste el empeño mostrado en este episodio en donde la sociedad civil volcó sus demandas en todos los medios a su alcance. La sociedad es parte activa de la transición, es fundamento de un buen gobierno. Quedará demostrado en el tiempo.
México exige cuentas
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