La política económica no es control de daños

Las políticas económicas de una nación-estado se diseñan para ejemplificar o adelantar un futuro previsible, pensado y adecuado al orden presente y expectativas de beneficio...

12 de noviembre, 2018

Las políticas económicas de una nación-estado se diseñan para ejemplificar o adelantar un futuro previsible, pensado y adecuado al orden presente y expectativas de beneficio colectivo. Estos días han presentado disyuntivas en las naciones en materia de asociación y formación de grupos, nada nuevo si consideramos lecciones de consideración en las desviaciones del capital, por así definir destino de quebrantos a la luz de inversionistas e instituciones, pasmo general ante derrotas como la ausencia de liquidez de gigantes como Lehman Brothers y actores del 2008. Por un lado, valoramos la acción redistributiva de las pérdidas y la acumulación diseminada en mercados que repartieron riesgo e inestabilidad. Si todos pagaron su precio, existe inconformidad en el procedimiento y tal vez en la repercusión no en la imaginaria del individuo, en su auténtica percepción de representatividad. El tema de la desigualdad no radica exclusivamente en los renglones de ingreso ni en la precariedad de satisfactores, existe percepción de desigualdad en la voz representativa dentro de una sociedad supuestamente participativa. Podemos agregar el término democrática también, para adecuar circunstancias más actuales. Aún así, nos falta adelantar la carrera a la que adelantan las actividades de una globalidad imperante para otra vez redefinir el papel del individuo que ve y contempla una celeridad que lo supera.

 

Si estamos haciendo referencia a espacios, todos por definición se llenan, como los vacíos de poder. Estos espacios los llena el populismo; hace de su representatividad una parte del contrato social, lo asimila a un tiempo no proscrito en la aglomeración de una economía progresista y lo detiene para hacer de esta práctica, no una interiorización retrospectiva, simplemente la acuña al retroceso para denostar futuro pretendido en la incertidumbre y para dar paso cierto a la práctica probada en la obsolescencia que el individuo ignora por principio. Define la desigualdad con márgenes de abuso y deja de lado las oportunidades para revertirlas en supuesta asistencia y protección. La sensación de cobertura dispersa mensajes y difunde líneas de distorsión que no tienen cabida en el planteamiento de política económica. Es una involución de política económica y tienta una y otra vez la concepción formal como reto constante para diluir preceptos de orden global. La involución naturalmente incluye proteccionismo y redenciones parciales de nacionalismo hasta conformar una disrupción plena de la ortodoxia económica. Venezuela es claro ejemplo de totalitarismo, de abolición de libertades económicas, individuales y colectivas.

 

La acción redistributiva del Estado bajo la fórmula popular desafía la progresividad tributaria, Los agentes económicos acceden a este proceso cuando las reglas favorecen amplia participación de sectores inmersos en la competencia y en el desafío de la globalidad. Cuando el proceso se interrumpe para sustituir el esfuerzo de unos por la dádiva de otros, llámese Estado protector y popular, la cadena de cooperación y de enlace de los factores de producción y económicos se lastima. Los elementos clave de una política económica congruente desaparecen y los que afloran son constantes tentativas de reto al orden establecido, el que sea, y entonces sucede un fenómeno de interpretación especulativa: se tienta una diversión de política ya establecida y probada por una conceptualización vaga y sin sustento y populista. Si no avanza, el efecto retroactivo se convierte en causal sin definición y en control de daños. El juego resulta peligroso porque incluye variables de riesgo y en calificaciones que no residen en la mira del país en sus estructuras internas de apreciación. Desde luego, un  alejamiento de la inversión y una distorsión en la percepción del ahorro como equilibrio natural, puede causar efectos de plazo en los actores económicos que desconfían de la política económica de un régimen que carece de objetivos claros.

 

Frenar las tendencias, detener el comercio, rechazar las tecnologías o compensar pasivamente a las clases denominadas perdedoras, éstas en el ámbito de subjetividad que ampara el populismo, por carecer de definiciones precisas, aclarando que hasta estos días no existe un solo país que en términos de su política populista pueda definir el amparo en términos absolutos y estadísticos, hacen del modelo revisionista y popular una fórmula destinada al fracaso. Renovar el contrato social sin bases y apoyos sólidos de instituciones especializadas en lo interno y en lo externo, como el Banco Mundial y el Interamericano de Desarrollo, arroja una arrogancia desmesurada. Tal vez se estima que está en juego capital político capturado en las urnas y con promesas altruistas y regeneradoras del tejido social, todas redistributivas, todas de dádiva, todas sin presupuesto formal. La mira de la redistribución no es la misma cuando los recursos tienen origen claro. La mira de la distribución por lotes de compromiso de captura de capital político no tiene fin.

 

El modelo norteamericano sucumbió al precepto popular de redistribución de la riqueza por medio de alentar la economía doméstica con niveles bajos de impuesto a la renta; el empleo ha sido casi pleno, peligroso sin duda, y los niveles de ingreso han nutrido mercados internos, con elementos de corto plazo todos. La mira del exterior la contemplan con desdén y los bloques de oriente no son de desprecio ni en esta época y en el futuro, menos aún. Es una economía sentada en una burbuja, aparentemente protectora. Es populismo dotado de supremacía. Tal vez no existan modelos populistas de derecha o de izquierda, la centralización de las decisiones es nociva y no acierta ninguna doctrina a definir el movimiento en ningún sentido. La propaganda nacionalista y conservadora cae en terreno de indefinición doctrinaria. Si la brecha es generacional en los países, brecha de pensamiento, de menores y mayores, de conservadores y liberales, estamos legando un mundo convulso a nuestros jóvenes, y creando una carga displicente en la que agrupen cierto conformismo o una pasividad aterradora ante la competencia global y el desafío, en vez de dotarlos de la adecuación para la lucha. Un joven puede extender la mano ante la dádiva hoy y puede perder la visión de horizonte si la extiende mañana. Nuestra juventud también puede convertirse en control de daños o en daño colateral de una política pública populista y degradante.

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