El desempleo, no el del ciclo productivo, no el del estanco en la producción, el que inevitablemente obliga por circunstancias críticas de la economía a prescindir de mano de obra; a ese no hacemos referencia porque simplemente no existe una crisis en nuestra gran economía. No necesariamente enfrentamos una imperfección de mercado. Enfrentamos un desabasto que sin programa alguno interrumpe el ciclo de gasto gubernamental. Interrumpe programas establecidos desde la función operativa del servicio público, ciclo que inicia con una función conceptual de eficiencia del Estado. El gasto hace lo que siempre ha hecho: acompasar el ritmo de una economía creciente, adecuar el ritmo de la inversión pública y hacerla valer ante la inversión privada, cuidando siempre las bases de su participación para hacer de este ritmo paralelo, una función productiva y alentadora.
La interrupción de esta transición en turno ha cortado innumerables áreas de especialización del servicio público de carrera, lanzando a la calle a profesionales y vocación de antigüedad considerable. El trastorno naturalmente tiene un efecto multiplicador que inicia con el desamparo familiar, el estado de ánimo en el imaginable cambio de rumbo de vidas enteras dedicadas a la actividad pública; el margen de protección que alguna vez amparara diversos órdenes desaparece en un día. Las explicaciones no satisfacen lo abrupto de la tajante decisión. La reacción se espera y aguarda en estéril defensa de una colectividad pasmada ante la ocurrencia y ante la idea de lo perentorio de una decisión que hiere.
La dimensión de lastimar sin necesidad, la decisión de recortar sin programa está cobrando consecuencias inesperadas en las cifras del empleo que desequilibran toda perspectiva de aliento; los despidos masivos del sector público no pueden cubrir la inserción de empleos formales y la falacia de jóvenes recibiendo dinero gratuito para integrar fuerza de trabajo no corresponde a ningún padrón serio de registro. El manejo que pretende el gobierno de cifras en la macroeconomía distorsiona una situación de daño irreparable en el cruento amanecer de familias que sufren este corte tan irresponsable.
El recorte material ya repercute en el lado humano como ciclo perverso. El gobierno en turno ignora los efectos de las economías de escala en los nutrientes y servicios de la administración pública. El primer ejemplo, que se ha tornado inmanejable lo vemos en la salud pública. Es muy sencillo agitar la misma bandera de siempre: la corrupción y con ella justificar las torpezas y atropellos de una administración fallida. No pueden soslayarse las cantidades enormes de medicamentos que requiere todo un sector de salubridad de una nación. En ello habrá que juzgar circunstancias de abasto y habrá que juzgar circunstancias apremiantes como los plazos de entrega. Si una o dos o tres empresas pueden lograrlo, naturalmente serán empresas de dimensión considerable. Esto no necesariamente incide en el juicio pronto del presidente que sentencia una función monopólica o de abuso. El resultado de su interpretación y manejo alterno del abasto ya se encuentra en crisis.
Las dependencias afectadas, todas ya presentan rasgos de incompetencia e insuficiencia de servicio. Pudimos apreciarlo en la afectación al medio ambiente con los incendios forestales. Conafor no pudo atender la premura y la atención de la emergencia. Semarnat, afrontando 16,000 despidos, impedida. Este espacio ha insistido en el modelo del ahorro como premisa equivocada de sustento económico. El ahorro sin el equilibrio de la inversión provoca un rezago en la actividad pública, detiene la marcha de la economía, produce letargo en la eficiencia gubernamental y en los servicios públicos.
El Plan Nacional de Desarrollo que instó el simple cumplimiento por norma institucional deja en la apreciación de su lectura, los renglones de inversión pública abiertos; finalmente ya sabemos adonde apunta la voluntad del presidente: al derroche innecesario en proyectos costosos y envueltos todos sin excepción en una nube interpretativa y amparados por el discurso antes que por la lógica y el conocimiento. Los administradores de recursos públicos, los designados para vigilar estos dispendios producto del ahorro forzado por recortes sin miramiento y sin programa, no merecen consideración en sus trayectorias de servicio público, y dos de ellos, uno agrónomo, emplearán 8,000 millones de dólares en un proyecto de refinación sin horizonte y sin ningún respaldo en materia de retorno financiero. La salud, entre muchas otras carencias inducidas por esta transición, en juego para la satisfacción de un capricho. O de varios.
Las economías de escala ya mencionadas no son más que simples mecanismos de orientación en el manejo eficiente de los recursos. Si las licitaciones, que este gobierno no necesariamente invoca, tienen vigilancia objetiva, la competencia simple de los mercados ajustará la situación de precios. En lo que no puede perderse objetividad es en la dimensión de las necesidades y en la función programática para cubrirlas. La administración está enfrentada con un dilema de reparto y es un juego peligroso cuando el recurso existe y cuando la sociedad percibe que la retención cubre fines no prioritarios. La justificación de actuación pasada y el añadido de una corrupción real, un tanto, y una corrupción imaginada que ya debió ser corregida de facto, con tanta insistencia y mención, alcanzaría a cubrir la expectativa de la sociedad y sus demandas. Dejar en rezago la cobertura del pacto social un día y otro también y diseminar el desamparo de órdenes colectivos, invita a la reflexión de masas, a pesar del terreno de la dádiva. No olvidemos el efecto multiplicador que inunda el ambiente de carencia en las familias, y la salud no concede plazos.
El ahorro no es figura de transmutación contable ni transfiguración económica, es lo que siempre ha sido: un mecanismo disciplinario del gasto programático en cualquier entidad activa. La inducción de esta administración ha hecho del ahorro una función de escasez que repercutirá lamentablemente en innumerables formas de vida y de contemplación del poder como afán de captura y retención mediante una dádiva que, en los pocos meses de esta transición, ya muestra no solamente signos de incongruencia, arroja signos de contracción económica. Escasez, vocablo que acompaña todas las fórmulas del populismo.
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