Desde la concepción de Estructura de Capital de los años setenta y del modelo de Boudreaux y Long de la Universidad de Tulane y la adopción del Capital Asset Pricing Model, la deuda se convirtió en recursos propios de cualquier entidad económica, recursos que se han unido al Capital Social para conformar la llamada Estructura del Capital. De la proporción de utilización de la fuente de financiamiento y su costo, combinado con el costo de emisión de acciones se obtiene un costo promedio y ese resultante promedio es el Costo del Capital.
El Costo del Capital es el que define la aceptación de proyectos de inversión. Toda inversión tiene expectativa de recuperación y toda inversión crea flujos esperados de efectivo en tiempo futuro. Si descontamos los flujos futuros derivados de la inversión al costo de capital de la entidad económica y los interpretamos en valor presente, el valor de esos flujos debe ser superior al monto de la inversión. Esto se denomina Valor Presente Neto.
Lo anterior se considera una herramienta valiosa en la adopción de proyectos de inversión; toda concepción de valor presente neto positivo se convierte en elegible para inversión. El valor presente o valor actual se ha convertido en guía no solamente de adopción de inversiones, en guía de calificación crediticia y en emisiones de valores bursátiles. El manejo del costo del capital es la justificación de utilización de capital. Entre menor sea este costo, mayor la gama de posibilidades de proyectos rentables.
En el tema de la deuda, retomamos lo establecido anteriormente para recordar que todo endeudamiento, siempre y cuando sea de largo plazo, es considerado como recurso de la entidad económica; el concepto establece que todo recurso empleado en actividad generadora de recursos futuros es capitalización inherente y concluyente en la entidad productiva. Lo único que debemos tomar en cuenta es que esos recursos que son utilizados en tiempo presente y han sido invertidos en maquinaria y equipo, por ejemplo, creando activos para la entidad, crearán a su vez, recursos en el futuro para resarcir el financiamiento en su parte principal o capital y el costo que ya descontó el costo del capital.
Si lo expresamos en términos sencillos, la deuda es un recurso propio, nuestro, pero todavía no generado en el tiempo. Esta acepción de tiempo ha sido reinterpretada como eficiencia y esa eficiencia ha desarrollado el concepto que hoy vivimos como mercados eficientes. Las economías de mercado hacen en forma muy sofisticada el procedimiento explicado de descuento. Las calificadoras de inversión eso hacen como tarea de revisión cotidiana. Lo hacen para empresas, gobiernos y naciones.
La deuda es una conformación financiera y económica que ha acompañado el ritmo de crecimiento de las economías progresistas. En ocasiones se vuelve permanente; por esto significamos que las renovaciones de capital son frecuentes, se nutre el servicio de la deuda, que así se denomina en la escena internacional, se renueva la parte principal y se extienden los plazos de vencimiento. Este mecanismo resuelve muchas situaciones en el mundo de los capitales, la revolvencia adelanta proyectos ligados al desarrollo territorial y los flujos de la banca especializada o de inversión diluye sus riesgos en proyectos compartidos desde la globalidad imperante. Es un equilibrio invisible de ahorro e inversión y oferta y demanda de capital.
Toda concepción de deuda equivale a una proporción. Países desarrollados hoy día viven con compromisos de endeudamiento de más de la mitad de su producto; relacionar la deuda pública de las naciones a su propia suma de bienes y servicios ha sido un estímulo cuando las perspectivas económicas crecen. Si las condiciones de crecimiento prevalecen, la deuda diluye cualquier concepción de riesgo.
La asunción de deuda siempre tiene un propósito claro, al menos así se acostumbra en la banca internacional o en la de desarrollo. Los créditos de infraestructura para los países se etiquetan y se supervisan. El Banco Mundial o el Banco Interamericano de Desarrollo lo hacen por rutina. Un crédito al campo o para carreteras o una presa, requiere de reportes de avance y supervisión. Esta ruta la ha seguido México desde los años de reconstrucción de la gran guerra. El riesgo soberano de la nación mexicana jamás ha sido cuestionado.
Hoy vivimos una transición de gobierno, la tercera en nuestra etapa democrática. Esta administración en turno ha desafiado las reglas del juego, las establecidas por décadas en el orbe. Ha desafiado la concepción de distribución de recursos en el gasto público para amparar proyectos de inversión y concentrar recursos del gasto mismo en tres grandes empresas, una aeroportuaria, otra de refinación y una última de turismo y carga. El problema se multiplica en diversas vertientes: la primera de ellas desafía la regla de inversión primordial y citada, el Valor Presente de las inversiones y sus derivados de sustento económico. No existen. El juego de empresario es para empresarios y no para gobernantes. Una segunda vertiente es destino de recursos de una federación con más de treinta componentes en una supuesta estructura de equilibrio.
Esta segunda vertiente ignora un complejo sistema de equilibrio regional en una nación tan extensa. Una concentración aeroportuaria con derrama económica para toda una federación fue excluida del proyecto alterno. La federación responde a pactos de estados confederados en la homogeneidad de país amén de la captación fiscal y fase redistributiva, entre otros conceptos de salud, de educación, de vivienda y naturalmente las prerrogativas de cada región para destacar ventajas comparativas.
El presidente ha sido más que reiterativo en su discurso, que lo pronuncia diario, en el sentido de alejar conceptos que mezclan una adopción de medidas del exterior como el T-MEC, con otras que en su percepción han postrado a un país que sigue reglas incontestables de participación activa en mercados abiertos, secuencia que trajo al país beneficios que hoy toda la población disfruta en un consumo regulado por reglas que aplican en todo el orbe. Lo llamó neoliberal en un principio y lo cambió por conservadurismo para situar sus conveniencias, discursivas todas.
La semántica desde su interminable campaña condenó la deuda y la realidad lo despierta con dos billones adicionales de deuda pública por simples costos ya explicados de descuento no contemplado en la improvisación y en el castigo calificador, implacable. Hoy se anuncian mil millones de dólares en crédito del Banco Mundial, pero ahora con etiqueta. Mil millones de dólares que no podrá repartir en sus dádivas. Rompe su promesa de campaña y lo incorporan al orden. Así es la deuda…
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