Cultura o subcultura, la atracción de los números y su expresión reúnen lenguaje propio, cierta identidad para denotar pertenencia a un círculo que los interpreta, los analiza y los difunde según sea el destino de la interpretación. La trascendencia de los números se ha convertido en herramienta indispensable en materia de inversión y de decisiones financieras. Los mercados, las calificadoras, y otras instituciones de juicio descansan en ellos para delimitar fronteras de riesgo, de promedios de aceptación y de valuación, término que se ajusta al concepto de eficiencia que ya hemos expuesto, eficiencia que denota el descuento de situaciones futuras en tiempo presente, el tiempo en que se toman las decisiones de inversión o compra de acciones o valores. Los números se convierten en parámetros para siempre contar con elementos de comparación, siempre brindando la mejor alternativa, siempre estimando la competencia para superar el costo de oportunidad y dando margen a la economía para que haga su tarea, la de conceder el espacio ganador a la mejor opción. Así se suceden las cosas dentro de una economía libre, dentro de una competitividad que alcanza niveles de excelencia que exigen los mercados y su imparable juego de oferta y demanda. Así se nivelan los precios que diluyen el predominio, el acaparamiento y toda imperfección de mercado que adopta vicios de origen y los conserva para derrotar las reglas de mercado cuando subsiste la cerrazón ante un mundo global. Las ventajas comparativas provocan e inducen a la especialización, campo propicio para la expansión y desarrollo de tecnología propia. Las dependencias de otra época diluyen el efecto de auto suficiencia en renglones considerados básicos en décadas anteriores a la apertura global; el mejor ejemplo es el capítulo alimentario. No es preciso en tiempos actuales estimular la producción de todo producto agropecuario cuando la fortaleza puede residir en unos cuantos para lograr competitividad y asegurar la cobertura de mercados internos por igual. La situación que elimina barreras de comercio, tarifas arancelarias y otras restricciones aumentan el grado de especialización y oferta. El equilibrio que se concede al estudio de elasticidades no interrumpe esta fase de penetración y exploración de mercados, búsqueda insaciable en un mundo cada día más conectado.
El predominio de términos de estas especialidades y de las que emanan decisiones trascendentes en la gran economía, sugiere un lenguaje incluyente y formal para la interpretación unánime de esta actividad. En espacios anteriores repasamos un tanto la introducción de valores presentes y otras acepciones de análisis en el sector financiero, el de las empresas que crean las finanzas y el de mediación o intercambio de papel que emiten las propias empresas. Surgen de este modo las calificaciones que en un simple acomodo de dígitos reúnen una cauda de análisis, delimitando un proceso que dejó atrás la actividad compleja de la producción de efectivo de innumerables participantes en ese conglomerado que llamamos mercado.
En el sector público la mira de la producción de efectivo es suplantada por la efectiva distribución de los recursos con que cuenta un Estado. Una vez inmersa la función pública en el efecto distributivo, los parámetros se alejan de calificación precisa para convertirse en satisfactores. Estos, a su vez, establecen guías de rendimiento que inciden en medidas que superan la aceptación popular, establecen unidades de inclusión que son interpretadas en lo interno por instituciones especializadas que recogen avances o retrocesos, como el INEGI y por instituciones creadas para observación regional y mundial como la OCDE, la OEA, la OMC, y desde luego aquellas que coadyuvan en proyectos de desarrollo como el Banco Interamericano de Desarrollo y el Banco Internacional de Reconstrucción y Fomento, conocido como Banco Mundial. El lenguaje interpretativo de la administración pública entonces se convierte en referente de otras experiencias del orbe. El ingreso per cápita es ejemplo relevante. La economía asume un papel primordial para adherir al producto de una nación toda función de progreso antes de cualquier función de reparto o distribución. La contribución sectorial se juzga en afán de estimular fortalezas de una nación: manufacturas puede estar en franca desproporción con sectores de mano de obra intensiva o viceversa; en ello entra en juego la política económica de una nación. La responsabilidad pública atiende equilibrios por así decirlo, de ahorro e inversión, de oferta monetaria, de acción participativa en renglones que son de su competencia en la producción, regulación de mercados, y legislación para ampliar siempre y en todo momento la acción participativa del capital. En este último punto radica una administración pública efectiva, la de admisión del capital, la de admisión de la administración del efecto de expansión, multiplicador del empleo, de robustecimiento de mercados internos y de la apertura a mercados del exterior. El Estado promotor, alejado de la función productiva convierte al administrador público en observador permanente de variables, especialidad del administrador público profesional: tasas de referencia, indicadores de relación precios-salarios, estados de la balanza comercial, puntos de referencia para competencia en mercados externos, análisis permanente de ventajas comparativas, infraestructura portuaria, aeroportuaria y carretera, entre otras, sin descuidar la educación, la salud pública, la cultura y las artes. Estas últimas, primordiales sin duda, son consecuencia del efecto de la admisión del capital como principal sustento. Por consecuencia, estas corresponden al reparto o distribución del producto creado como meta única.
Si lo vemos en un concepto que dibuje cierto paralelo, la creación del efectivo en la empresa y la creación del producto en la función de Estado, no difieren en esencia. Finalmente, son recursos, impulsores del crecimiento y el desarrollo. Las dos actividades están ligadas a la permanencia, al desafío de la competencia, a la conquista de espacios sean mercados o atracción de inversión. Toda actividad económica sustenta su existencia en el adecuado uso del capital. Una vez probada la globalidad, una vez incorporado el modelo de pertenencia al mundo que responde con apertura y fiereza en la defensa de sus especialidades, los números se agrupan en un solo sentido: el del bienestar de una nación que persigue un lugar de respeto en el mundo que exige reglas claras y disciplina de Estado. Las naciones-estado surgieron para derribar conceptos anacrónicos de exigencia social. La verdadera función de Estado adelanta oferta de satisfactores y garantías individuales y colectivas a la demanda social. Eso se llama economía progresista. Ese es el juego de los números que cuentan. La consulta popular, que plantea un gobierno que no lo es todavía, es un anacronismo sin destinatario por haberse creado desde una cúpula autoritaria interpretativa sin demanda social. Irrumpe en el esquema de las decisiones de una nación-estado, y tiene un costo. Merece análisis posterior. Se dará.
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