Recesiones en el país desde luego hemos tenido; todas sin espacio de duda han contraído la demanda interna. Del error de diciembre y la ayuda de Clinton a la recuperación en 1997, 1994 quedó sembrado en la descomposición del ahorro y un franco desequilibrio en la inversión. El manejo irresponsable de 17 de las 18 concesiones de banca en el regreso de la estatización provocó pérdidas irreparables en la consecución del crédito y la pérdida del control accionario de los bancos.
La recuperación, en manos especializadas y en la intención del seguimiento y orden del exterior, empezando por los organismos financieros internacionales interiorizados en situaciones de nuestra región, allegó posibilidades en menos de tres años. La pauta del exterior aunada a la disciplina de la hacienda pública derivó en materia económica sólida; los plazos se extendieron con planes realistas y los vencimientos se acoplaron a las demandas de cobertura en la escena internacional.
Dos recesiones en la misma década, la del 200 y la del 2008 obedecieron a circunstancias ajenas a nuestro entorno económico. No obstante, la alerta que mostraba el escenario europeo y las circunstancias que acechaban nuestro bloque con Norte América, pudo superarse, otra vez, con disciplina, la recomendada desde el exterior y la impuesta en terreno propio. Curiosamente, las recuperaciones de las tres recesiones mencionadas se resolvieron en tres años en cada uno de los casos.
No debemos olvidar que la calificación de una recesión para que merezca ese apelativo debe considerase en su dimensión más baja, sin salida por decirlo de alguna manera. No es solamente la reducción del producto el elemento más significativo, pero la pérdida de fuerza del abasto interno ya es medida de caución y para muchos analistas es significativa por la contraparte, la oferta que pierde terreno en la función competitiva, interpretada como pérdida de producción. Ahí empiezan los problemas. Ahí se inicia el proceso que la economía moderna reduce a recesión.
México no está en recesión, no al menos en la rígida interpretación del orden de caída de todos los signos de correspondencia de valor. Las exportaciones mantienen cierto ritmo de acompañamiento de la actividad industrial y todavía contamos con renglones fuertes en ingresos de divisas, siendo las remesas de nuestros connacionales el primer sitio. Nada que festejar en este rubro. Derivados del petróleo y turismo secundan este margen, cuando naturalmente deberían haber sepultado las remesas mucho tiempo atrás.
La ronda del cero en la ruta del crecimiento de la nación no ampara recesión en términos formales, no al menos en los plazos que manejamos como economía emergente con salvaguardas en la situación de corto plazo y la captación de capitales que toman ventaja del diferencial de ahorro. Eso no quiere decir gran cosa si el daño se considerara atemporal o atípico. Por desgracia no lo es, no es atemporal ni atípico. Lo que actualmente experimentamos es simple provocación interna de política económica errada.
La transición en turno recibió una economía en crecimiento. Nada espectacular desde el punto de vista de las oportunidades del orbe, pero finalmente el producto mantenía una tasa promedio superior al 2%. La correspondencia con nuestro principal socio comercial mantenía un ritmo acompasado de algún modo, situación esperada cuando se comparte un Tratado de Libre Comercio. Las expectativas de uno y otro estaban atentas a la situación cambiante del mundo, no necesariamente del antagónico, simplemente el de una orilla del mundo que contempla las cosas de un modo muy diferente. Nada nuevo en el espectro Oriente-Occidente.
Si examinamos las recesiones mencionadas, que en su momento anunciaban momentos de sombra económica para México, y si ahondamos en los plazos de recuperación, cortos, sin duda, en el estimado de vida económica de las naciones, encontraremos un común denominador: amplia participación de las autoridades con el exterior, amplia disposición de seguir regulaciones y preceptos de foros y naciones con experiencias similares o mejor aún, naciones resurgidas de la recomposición de su infraestructura más elemental y necesaria.
El concierto de las naciones no es una figura poética, no es un derivado del romanticismo y mucho menos un ejercicio retórico, es cúmulo de experiencias, de soluciones, de vías de entendimiento. México ha mantenido una trayectoria reconocida en ese campo. Hoy la pierde, por decisión de un solo hombre: el presidente.
Vivimos un ostracismo internacional, un alejamiento de toda prerrogativa de beneficio de la comunidad a la que pertenecemos y de la que estamos por desechar del todo, con la excepción de la renovación de nuestro tratado comercial con el bloque del norte. No reúne la contundencia ni el ímpetu de un G 20. No reúne la unificación de criterios de naciones progresistas dispuestas a compartir planes, ideales, futuro.
Esta transición apuesta al pasado, a fórmulas superadas en las décadas del aprendizaje de nación en etapa de desarrollo, a las autosuficiencias emanadas de las políticas proteccionistas de la posguerra, a la recomposición de glorias sepultas en la captura del subsuelo, riqueza etérea cifrada en patrimonio sin destino.
Desde luego hacemos referencia a la economía, hacemos un llamado a la cordura en el retiro de proyectos improductivos, y haríamos una recomposición para borrar la decadente trayectoria de la economía mexicana en los últimos trimestres. Todo eso apuntaría al crecimiento, a la invitación al capital. No existen fórmulas alternas al capital, a la inversión, al camino de la especialización y las ventajas comparativas y a los agregados de valor.
Los intentos de cierto acomodo de recursos para Pemex, alguna recomposición de ductos de gas natural y otras manifestaciones de capitalización de renglones productivos, se dan tarde y se dan con medida cautelar en la retención como simulación de ahorro. Así no se persigue una ruta de crecimiento, así no se invita al capital privado, no con reglas cambiantes, sin programas sólidos y metas claras, no aislando a México de foros internacionales.
Tenemos un problema serio con nuestra economía, pero mayor lo tenemos en actitud.
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