Los planes de la economía están estancados. Se asoma un leve respiro desde las oficinas de palacio, pero los escombros no permiten verlo con claridad. Se trata de un comité reparador de proyectos, rescate por así decirlo, de soluciones de infraestructura, de aliento a la inversión. Resulta difícil poner en palabras sencillas toda una trayectoria de pensamiento y guía de acción desde una tribuna por demás impuesta en la vida nacional. No es el asombro de una actitud protagónica en la voz de un solo hombre, el presidente, es el mensaje.
La trayectoria de un año de gestión y algunos meses que se acumulan desde la transición temporal hasta la transición que vivimos, la tercera de nuestra etapa democrática, simplemente no ayuda. No ayuda a la invitación del capital, no ayuda en la conformación de riesgo, el que espera la inversión para caminar pari passu con un sector obligado a proveer la infraestructura necesaria: caminos, carreteras, puertos, grúas de pórtico, aeropuertos. De estas obras el avance ha sido nulo, no existe infraestructura creada en esta transición.
Se impulsan dos proyectos fallidos de origen; los medios se han encargado de difundir análisis y gestiones de expertos y la condena al fracaso está en boga para Santa Lucía y Dos Bocas. El mundo inversor conoce de esta determinación. El destino ya vaticina una lamentable experiencia y una aventura vacua y pletórica de controversia. Dos sentidos conjugan la expectativa del fracaso: el primero es el financiero; el segundo, simple sentido común. El mundo industrializado apunta a otros horizontes de energía.
De energía hablemos un poco, porque tenemos un problema grave en la conformación del capital de nuestra petrolera. Reúne un patrimonio perdido de dos billones de pesos y pérdidas acumuladas que inundan una parte importante del producto de la nación. No se ha combatido el huachicol y otras prácticas de ordeña masiva de carburantes. La capitalización de corto plazo sin un plan de negocios calmó el acecho de las calificadoras, pero la ruta de capitalización ha mermado sensiblemente las finanzas públicas. PEMEX jamás debería refinar.
Dos modelos de situación económica han desviado el rumbo del crecimiento de la economía. El primero, sin duda, ha sido el más peligroso, el recorte sin miramiento de partidas presupuestales de gestión pública. Simulando un modelo de ahorro, se realizó una captura presupuestal sin programa, ocasionando un desequilibrio entre el ahorro y la inversión. El resultado ha sido una pérdida irreparable en la eficiencia del Estado. El otro modelo es la autosuficiencia. Esa mira interna, supuesto rescate de nacionalismo es una aberración y contradice la otra mira que tenemos abierta al norte, un tratado de libre comercio.
Lo anterior refleja la ausencia de proyecto de nación. La concepción, porque no ha traspasado esa frontera, de las ideas u ocurrencias que no conforman proyecto, todas sin excepción han fracasado. Desde las cancelaciones de protección a capas de la población vulnerable, hasta programas del campo mexicano, todas han sido motivo de reclamo social. El tema de salud pública es caótico y ya interviene en cuestiones humanitarias, pendiendo de un hilo la expectativa de una pandemia para la que el país no tiene defensa, recursos tampoco.
Los costos de la acción de gobierno ya superan los de la inacción. Esto es grave en finanzas públicas. El gobierno gasta mucho y gasta mal. La distribución de los recursos se hace bajo un esquema de captura de voluntades, entendiendo la premisa de origen, la más falsa que existe en prerrogativa económica: primero los pobres. La falsedad resulta por sí sola en la distribución de riqueza sin sustento de reposición de la misma. El ciclo de la cadena productiva debe dejarse en las manos de la empresa, la creadora de efectivo, la creadora de oportunidades y finalmente la creadora de reservas, llamadas utilidades, las que al reinvertirse cierran ciclos para iniciarlos sin reparo, una y otra vez.
La labor gubernamental debe anularse de la función productiva, por tanto corresponde la función de creación de oportunidades al sector empresarial. El empleo es un tema de persecución legítima en la mira pública, para ello la inversión pública se convierte en coadyuvante; coadyuvar el progreso es crear condiciones: infraestructura.
La mira de otros años, recordados como años de despegue y desarrollo estabilizador, ha confundido la continuidad del proyecto mexicano inserto desde hace varias décadas en las economías de mercado. Los valores nacionales no se combaten ni se enfrentan con eufemismos. La descalificación constante, la que impera en la agenda de la nación, con peso o sin él y la reunión de calificativos simplemente ha asfixiado el entendimiento y el diálogo.
La relación de pertenencia ha distanciado sectores de la vida nacional. La cohesión de otros años, los de la unión en las catástrofes, en las de símbolos patrios y otras relacionadas con la costumbre y la tradición, toman la ruta del encono y la división. Surgió desde el poder y desde el poder debe ser relegada. La dádiva obedece a una temporalidad; extenderla sin programa como es el caso de esta transición, puede desembocar en reclamo franco y violento.
El acomodo de los números de la administración pública al día de hoy, no da para crecer. Habrá que admitir que lo mencionado en párrafos anteriores no ha cimentado modelo económico para una economía del tamaño de la de México. Los yerros han sido señalados una y otra vez; la adopción de proyectos fallidos y la inmersión en el pasado, con visos ocultos en la redención y en banderas ajustadas a foros ajenos a nuestras metas, nos dejan indefensos ante las economías crecientes y pujantes del orbe.
Invitar al capital en estas circunstancias nos mantiene en punto muerto. Redimensionar nuestra economía equivaldría a abandonar lo fallido, dejar a la inversión hacer su tarea y alejar la interpretación y visión de nación que un solo hombre concibe para este país.
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