El muro frontal de la austeridad

Un año de esta tercera transición ha demostrado que la carencia de un modelo económico no se ampara en las variables que cumplen con su...

6 de enero, 2020

Un año de esta tercera transición ha demostrado que la carencia de un modelo económico no se ampara en las variables que cumplen con su labor y actúan de acuerdo con los planteamientos de política monetaria de un organismo autónomo como lo es el Banco de México o responden a las fuerzas y equilibrios de mercados de dinero. El diferencial de ahorro en la tasa interna del país sigue siendo un atractivo en la captación de excedentes de tesorería y en la operación de instrumentos de corto plazo.

La meta del superávit primario en nuestra cuenta ha redituado en las medidas disciplinarias que esperan las calificadoras y las casas de inversión; no obstante, el panorama de capitalización de plazo ha quedado interrumpido en la correspondencia requerida de la inversión pública. La aparente unión de esfuerzos del sector empresarial y el gobierno en turno ha repercutido en el retraso de inversión productiva y en los planes de reposición de equipo y planta. La cordialidad manifiesta no ha trascendido la imposición del mensaje de esta transición y su proyección hacia proyectos fallidos de origen.

La espera del sector privado apuesta a la marcha con tropiezos o cancelación de proyectos retardatarios en un mundo en donde la tácita separación de situaciones cautivas es esperada. Por cautivas la referencia total es la auto suficiencia en renglones de capital intensivo. La energía renovable, limpia es arrinconada y la autosuficiencia forzada en nuestra petrolera es punto de desacuerdo en los costos del capital y en las proyecciones de eliminación de riesgo con inversión del exterior en donde radica la experiencia, desde perforación hasta refinación.

El proceso de inclusión del sector agropecuario que tardó diez años en formalizar su entrada al TLCAN, ahora reclama concluido su compás de espera y adelanta sus ventajas comparativas y su especialización territorial para toparse con un presupuesto injusto, magro y falto de competitividad en todas sus fases, desde siembra hasta canales de comercialización.

Desde el inicio de esta transición, la tercera en nuestra etapa democrática se estableció como un sinónimo de modelo económico, un sistema de recortes de presupuesto y se le llamó austeridad, se le añadió un eufemismo representativo de esta administración para rebautizar programas alternos y desprenderse de fórmulas del pasado, fueran exitosas o perfectibles. De esta manera hemos transitado con una austeridad republicana y en ella se han cifrado las formas más discriminatorias del uso de recursos. Del desabasto de combustibles hasta las más degradantes en el sector salud, las prerrogativas de la dádiva directa han provocado un verdadero caos en fórmulas sin padrón y sin regulación.

La ausencia de obra pública ya asoma su fase de restricción del gasto y la suplantación de programas probados en su estructura y cobertura han provocado rezago en la asistencia social y el contrato se percibe como un descalabro en las compensaciones que hubieran sido retenidas en comedores comunitarios, en guarderías, en refugios para mujeres en problemas y finalmente en el renglón más necesitado de atención oportuna: el sector salud.

La economía reaccionó al freno impuesto desde el poder; la restricción y cobertura del gasto del gobierno ha desmantelado las opciones ya adquiridas en la población en cuanto al empleo. La cifra generada de tres millones de empleos en el sexenio anterior se está evaporando gradualmente y el estanco en la producción acelera el proceso de despidos. La cancelación de proyectos de inversión ante las señales del uso del dinero público en programas sin cimentación, no han generado una política económica que pudiera ser respaldada con acciones positivas en materia de inversión; la inercia de los programas de las multinacionales y los bancos, todos del exterior han solventado cierta estabilidad en la balanza de inversión directa, pero es insuficiente para despertar la economía del letargo en que se encuentra.

La corrección del rumbo económico no se percibe en esta transición. La manifestación de la mira interna la corrobora el presidente en sus giras por la nación entera. En realidad, la utilidad de esta presencia en poblaciones que no significan gran aportación al producto no añade al agregado de valor que el país necesita. El pronunciamiento bien podría hacerse desde Palacio Nacional y la cobertura sería inmediata. La recolección de peticiones y necesidades del país no precisa la presencia del presidente de la nación. Su presencia en foros internacionales ha sido descuidada y los costos de esta renuencia ya afloran en materia crediticia.

México tiene una estrecha relación comercial con los Estados Unidos. Si la Unión Americana ha crecido, la expansión del gasto público ha sido la razón. El Keynesianismo de Trump, como arma política, ha resultado en crecimiento de su economía, a pesar de que el recorte del 2017 en materia de recaudación no necesariamente fue un éxito. Los años de austeridad de la Unión Europea todavía dejan una huella imborrable de estancamiento. La austeridad se da en el auge económico y nunca en la contracción. Si México y esta transición en turno en particular apuesta al despegue de la gran economía primero debe desprenderse de proyectos fallidos y todos sabemos cuales son. Después, debe cancelar o reducir al mínimo programas clientelares, que finalmente no cuentan con padrón ni reglas de operación. Por último, activar el gasto como promotor de la inversión pública.

Sin estas guías, resultado de experiencias valiosas de países con mayor grado de industrialización, la salida no se verá en 2020. Ahogar las perspectivas de inversión con fundamentos basados en el ahorro, pretextando austeridad es choque frontal con las oportunidades que ofrece un mundo global abierto a las economías de mercado, de las que México es parte. Es preciso relegar las etiquetas y las denostaciones de modelos adoptados en el pasado. No existe el conservadurismo en materia económica actual; sería tanto como equiparar esta tendencia con la apatía y el conformismo. No cabe esta vana interpretación en el dinamismo de la economía de mercado que hoy tenemos enfrente. El muro de la austeridad merece ser derribado y un buen inicio es ejercer con toda plenitud y extensión el presupuesto en su totalidad.

 

 

 

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