La relación entre el 14% de lo recaudado por la nación y el 45% de la deuda, ambas expresiones como relación del Producto Interno Bruto dejan escasa movilidad financiera al país. La confianza social disminuye y el costo del capital aumenta, sentencia simple, pero lección dura de estos días en la zona del euro. Curiosamente, a pesar de las diferencias de nuestra economía y las del viejo mundo, subsisten las condiciones de participación comercial como prioritarias y todas aquellas medidas tendientes a estimular el crecimiento. Los márgenes de inversión no tienen parámetros comparativos ante la oferta de una economía emergente como la mexicana y la demanda de infraestructura y servicios financieros.
Las transferencias reales de riqueza europea, significada en productos terminados alcanza márgenes insospechados de comercio a favor de la Unión Europea. No obstante, la balanza de inversión extranjera directa favorece a México. En la cuestión de los plazos, tal vez México tenga una ligera ventaja; en el respaldo de proyectos de inversión el freno puede resultar de las señales que nuestro país envía al exterior desde la adopción de modelos no necesariamente rentables en los plazos: la zona del euro resiente una década de hipotética solidaridad que desembocó en dos desafíos que cambiaron en gran medida el signo de la historia, siendo el primero en 2008 cuando se decidió no mutualizar pero sí coordinar la resolución de la crisis bancaria europea. Después en 2010 se acordó en Deauville que la reestructuración de la deuda soberana de países miembros se utilizaría como parte de la gestión necesaria para resolver la crisis.
La solidaridad quedó en terrenos de limitación y por encima de ella, la confianza avivó su situación deficitaria. La deriva del ahorro por encima de la meta del afán superavitario de la cuenta corriente como mecanismo de protección dejó a los países miembros encallados en políticas proteccionistas y en adopción de modelos individuales y separatistas. El déficit de solidaridad no se ha superado. Holanda defiende su política fiscal, ventajosa sin duda; en el otro extremo, Italia reparte culpas y se exenta de responsabilidades. Así no hay conciliación de bloque.
La reducción de riesgos ya agotó su arsenal de combate en una Unión dispersa y confundida. En eso, viene una guerra comercial, aparece una dependencia nunca imaginada en la demanda del exterior como también aparecen sanciones a terceros, sanciones de la primera economía del mundo, la norteamericana, y ponen en evidencia la fragilidad insospechada hasta ahora, del euro como divisa internacional y más allá de esta frágil conversión monetaria, se dan cuenta que en la carrera tecnológica existen dos adversarios, dos protagonistas, inalcanzables ambos, China y Estados Unidos.
En ese lado del mundo así están las cosas, y la experiencia europea brinda lecciones importantes, sobre todo en los días que vivimos la amenaza de aranceles e interrupciones de tratados vigentes con esa potencia ya mencionada, potencia que arrincona a las naciones más desarrolladas del orbe y al gigante de Asia. Las condiciones nada tienen que ver con la economía, la política migratoria se antepone para condicionar efectos de comercio fatales para ambas naciones, la del norte inmediato y la nuestra. Europa agotó sus niveles de confianza y en ese proceso sus niveles de solidaridad. Los riesgos de ese hemisferio y los nuestros no difieren en esencia, difieren en su concepción de solución. Allá se destierra el ahorro como premisa. México la adopta como política de despegue de administración novedosa. Allá se incentiva la disciplina nacional, acá se promueve la división y la polarización. Allá se piensa en la reestructuración de la deuda, acá se piensa en distracciones parciales para financiar una empresa del Estado, la más importante, al tiempo de pedirle un esfuerzo para el que no está capacitada ni habilitada: construir una refinería. Allá se piensa en crecimiento económico. Acá se sacrifica el crecimiento en aras del reparto de riqueza en programas asistenciales con miras de captura electoral. Allá se promueve la solidaridad fiscal. En México se ancla la contribución en el 14% señalado y no se incentiva la promoción de fiscalización como aliento de la inversión.
La estabilización del superávit fiscal primario para la estabilización de la deuda pública no es meta alterna en la función progresista de la gran economía. Constituye un propósito singular pero no una meta, porque simplemente no conjuga la inversión pública con el avance institucional logrado en décadas. El gasto público es irrenunciable en materia de política económica. El refuerzo de la actividad pública hace de la eficiencia del Estado una herramienta de progreso. La concepción equivocada de este régimen es la confusión que hace de un recorte un esquema neoliberal al adelgazar la función del Estado y un recorte para combatir el dispendio de otras épocas, llamándolo corrupción. Recortar recursos para una función administrativa no incentiva el ahorro; la partida asignada con anterioridad pudo ser abusada y desde luego puede ser revisada y corregida pero no interrumpida.
Un modelo equivocado y de confrontación con el sector empresarial, que inició con la cancelación de nuestra gran obra en el aeropuerto de Texcoco y la inclinación a la aventura de proyectos fallidos de origen, no inspiran la confianza necesaria entre la inversión y la adhesión a esta transición en turno. En este texto se plasmó la consecuencia de haber desperdiciado solidaridad en economías más experimentadas que la nuestra. En estos días, la solidaridad en México hace falta. La amenaza de Trump puede o no ser real, tanto da, la unión que ha desperdiciado este régimen ahora vendría de gran utilidad. El talento existe, habría que darle cabida por encima de cualquier mira de gobierno. No existe margen de maniobra en nuestra economía. No con el modelo de recortes y ahorro forzado.
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