Veamos un poco de historia reciente de nuestra economía: llega una administración, recoge su legitimidad en las urnas; introduce y alienta un programa de austeridad basado en el ahorro de partidas presupuestales de otras épocas, basado también en la cancelación de iniciativas consideradas prioritarias en la cobertura social. Viene la primera confusión, la de la identidad y asiento ideológico de la oferta gubernamental, la de promoción de un cumplimiento de campaña, basado en las mismas premisas del sustento económico de protección que ya existía, pero que insta a que la norma se interrumpa para seguir la misma pauta o adecuarla al nuevo precepto o nueva enunciación con otra nomenclatura. En síntesis, nada cambia, pero si el título del benefactor; no es función de gobierno, se diluye el concepto presupuestal para convertirse en dádiva directa y sumisa al control del beneficio. Esa concepción del ahorro, confundiendo la administración de la intermediación y condenándola al supuesto proceso corruptivo del otorgamiento, adquiere en la mentalidad de la nueva administración, una función de limpieza y en el último amén de la esfera gubernamental, un presupuesto adicional, como añadir el costo de oportunidad a recursos frescos derivado de lo que no se hizo.
Con esos supuestos falsos caminamos en la proyección de un gobierno que carece de ideología y obedece a la función interpretativa de una idea, perentoria y caprichosa, que amanece en esa incertidumbre mañanera que un día solapa toda trayectoria pasada, y otro, la revive con furor y desprecio, y en ese proceso de aturdimiento de manifiesto desdén y soberbia, cae el brazo acusador en una ruleta de la que pocos salvan mención o sentencia. En ésta última, los más. El pasado tiene culpa manifiesta, y en el recae todo el peso de lo que hoy no puede lograrse. El método es simplista en su origen y en su evolución. Así se concibe el populismo, simple y poco evolutivo en materia y trascendencia.
Los supuestos económicos nunca han logrado desprenderse de la teoría económica que interpreta los considerandos y las suposiciones de un orden. Como en el caso de México, en estos días no existen, surge la imposición de las prerrogativas de poder, siguiendo por ello la supresión de los dogmas por la intermisión de ocurrencias sin fundamento; transitamos en un mar de dispersión económica que un día concede espacio a los agentes del orbe y al siguiente son mira de encomio y de perversidad.
Un repaso del gasto público podría arrojar un margen de maniobra de las finanzas nacionales; se gasta menos de lo que se ingresa. No necesariamente obedece a una manifestación de disciplina pública, simplemente obedece a la retención de dineros públicos para adecuar el dispendio programado en reparto de contribución electoral y capturar un fenómeno clientelar, adherente a la dádiva gubernamental. Las primeras manifestaciones de un programa como el mencionado pueden subsistir en un plazo relativamente corto; requiere de renovación de capitalización, como todo programa de gasto. Al no existir un padrón definido en esa postura de dispendio, el horizonte simplemente no existe, y la barrera infranqueable de la suspensión tendría que llegar.
El flujo de efectivo del gobierno no difiere en esencia de cualquier otro agente económico sujeto a un proceso de desembolso programático; toca a la parte representativa del ingreso compensar esa fase distributiva. Expresado de otro modo, tendríamos que examinar la fuente real del recurso para mantener viva la dispersión del recurso mismo, en esa dinámica que plantean los modelos dispersos actuales, regresivos todos.
Las economías participativas y abiertas no enfrentan las mismas condiciones de las economías cerradas que plantean una autosuficiencia utópica derivada de doctrinas redentoras en esencia, cautivadoras del momento y acusadoras de una insipiente doctrina formativa, participativa y abierta. Las doctrinas absolutistas y regresivas al supuesto origen de las naciones han timado el objetivo central de la renovación del capital humano y del material para seguir alimentando falsas expectativas de sustento, que eventualmente adoptan como redención desde el poder, con la dádiva cautiva.
La falla es evidente: en la mira de un modelo populista, la vertiente de satisfacción nutre concepción de plazos cortos y en esa distracción se descuida la renovación de los recursos; el gasto público en algún momento distrae la inversión pública en ese quehacer desordenado del reacomodo social y el déficit del contrato social se agrava. Simplemente la renovación del capital queda atrás. En todo ciclo económico, sea redentor, participativo, benefactor, redistributivo, el capital siempre obedecerá a un ciclo renovador. De no ser así, la función totalitaria capturará colectividades un tiempo, y un día vendrá el reclamo de la insolvencia.
Las experiencias de países con evidente fracaso redistributivo como Cuba y Venezuela simplemente ignoraron la formación de capital; con absoluta irresponsabilidad renunciaron al capital productivo de la participación privada y a la creación de capital nuevo, el que se produce con índices de competencia y riesgo. La fase de absoluta concentración del poder en la absoluta integración de las decisiones económicas conduce a la absoluta imposibilidad de subsistir. La asfixia del centralismo cobra y cobra muy caro.
El programa mexicano no abunda en trascendencia, trascendencia no es su etiqueta ni su rostro de configuración ante un mundo convulso y global; cancelar obra trascendental será por mucho tiempo y hasta la ratificación del error de inicio, la marca de un gobierno veleidoso e intrascendente en la concepción de políticas públicas. Cancelar por cancelar, lastimar hogares y mujeres trabajadoras no conduce a políticas de aliento. Alejar prerrogativas del pasado no necesariamente borra y renueva la visión del ciudadano que vive las inclemencias de las distancias con un régimen que pretende redimir su circunstancia por mero decreto, para pensar por él, definir por él y decidir por él, peligrosa percepción y adopción que anula la iniciativa y conducción de vida.
Pensar por todos, no es gobernar, redistribuir el ingreso tampoco lo es; gobernar es permitir pensar, permitir hacer y permitir lograr; el paso de intromisión en el ingreso es capturar, retener y manipular. Los ingresos de México son fuente de renovación de todos, son nutriente de expectativa de servicio público, de otorgamiento de prerrogativas de orden y participación, y de oportunidad. Una nación responsable invierte en los activos de la nación misma, la población no es un activo, es un acervo. Hasta ahí.
México exige cuentas
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