La teoría de mercados eficientes de los años setenta dejó de ser teoría e implantó su validez en el valor actual, en el proceso de descuento del costo del capital, adelantando de este modo alguna situación futura de ocurrencia en la producción de efectivo. Si lo expresamos de manera sencilla podemos afirmar que el precio de un activo que respalde un mercado de capitales, no de dinero, por los plazos que involucra, ya tiene descontada la información del futuro. Por información, naturalmente aludimos a la ocurrencia del flujo de efectivo esperado. La alusión al efectivo no es casual, no hablamos de utilidades, de esas se ocupan los registros contables y el cálculo de los deberes impositivos de las nación-estado.
En nuestro entorno se habla constantemente de la riqueza de una nación y por ello entendemos la suma de bienes y servicios para identificar el inventario de los haberes de la nación, de la hacienda pública. De esa suma se deriva una interpretación que conjuga en términos de producto, una relación de referencia con ejercicios pasados para adelantar el progreso de la nación. Los países, como los individuos y las entidades económicas están destinadas a crecer. El destino del crecimiento es inevitable; el dinamismo de la economía no puede obedecer a funciones estáticas porque dejaría de llamarse una ciencia exacta.
De esta interpretación derivamos una conceptualización para ubicar parámetros y comparar el progreso de una nación con otra. La interpretación de lo mencionado anteriormente en medición de producto se llama interno bruto y no concede espacio a efectos de depreciación de activos, como hace la empresa. El primer gran paso en finanzas públicas fue lograr la aceptación universal de esta medida. El segundo es la relación de toda actividad ligada al entorno público para hacer de cada actividad del sector público una partida del PIB como se denomina al producto en referencia.
Si la riqueza es un fenómeno de recuento, de suma, de adición de bienes y de servicios, hablamos de una función estática, en tanto el capital es una función dinámica y por lo tanto la asociación de riqueza y capital no debe ser confundida. El capital tiene una función renovadora y podríamos añadir que el capitalismo se torna prescriptivo en tanto la riqueza es por su naturaleza descriptiva. La riqueza naturalmente reúne aspectos de actualidad, pero el capital trasciende siempre la etapa de actualidad para contemplar planes futuros.
Retomando el destino de una economía y equiparando su éxito o fracaso con una adición al producto, hacemos válidas las dos premisas sentadas, la de la riqueza y la del capital. La primera adiciona a los haberes de la nación, sienta las bases para que el dinamismo de la economía encuentre las posibilidades de crecer. Podemos pensar en infraestructura, responsabilidad de la nación-estado. El aspecto cuantitativo del gasto o inversión pública descansa en las facilidades para que la inversión, capital, se adhiera a los planes de la nación. El otro aspecto para hacer posible el ciclo de reproducción de los bienes y de los servicios, esto es, construcción de mas activos, riqueza, es cualitativo y el ingrediente más importante es la confianza.
Confiar en una nación-estado requiere de un conjunto de reglas claras, algunas nunca escritas, las más derivadas de leyes para conformar una estructura jurídica que brinde certeza como premisa fundamental. Las formas de gobierno se traducen en señales y las señales en invitación al capital. El capital es el único vehículo que puede transformar dinero, bienes y servicios en producción. La producción es el único mecanismo que reconoce la historia económica como promotor de reinversión y por tanto de creador de efectivo, el necesario para reponer planta y equipo, para incursionar en la novedad que descubre la ciencia día con día y la que permite la investigación y el desarrollo.
Sin el estímulo científico y sin la promoción del descubrimiento de mayores posibilidades las economías se ahogan. La asfixia de los años del proteccionismo reveló la fase de apertura para destacar las conveniencias de unos y otros en distintos mercados. Estas se llaman ventajas comparativas y estas mismas reunieron especializaciones en las naciones. No es casualidad que el mundo moderno aspire a una economía de mercado, no es casualidad cuidar el entorno del capital para hacer florecer las ventajas de cada nación y ampliar su competencia con el mínimo de inversión. Si el proceso de reinversión cumple su ciclo, el espacio para la investigación acumula más recursos. Lo inverso también ocurre en detrimento de la economía: si se aspira a la autosuficiencia, los rendimientos serán decrecientes, se abastecerá un mercado interno costoso y reticente a las innovaciones del orbe.
Las fórmulas del progreso y las que conceden espacio para la inversión han sido contestadas en algunas naciones que han implantado convocatorias más que fórmulas, basadas en la reacción al capital. Más allá de la reacción, han centrado en valores nacionalistas premisas que abandonan la secuencia del producto como función creativa y reproductora de satisfactores. Aquí es donde encontramos la asociación con una disparidad entre el concepto de riqueza y capital. El modelo populista conjuga la asimilación de riqueza con una base de participación no activa, esto es, dádiva sin respuesta de creación o reproducción de bienes. En el agregado de valor de la gran economía esto conduce al desperdicio de recursos inexorablemente.
En el caso de México, el gobierno encargado de esta tercera transición no ha resuelto el tema de la invitación al capital. Asoma como oportunidad de rectificación un tratado comercial con las potencias del norte. En lo interno habría que modificar una estructura de pensamiento y orden del gasto público, activar la inversión en infraestructura y frenar el dispendio de un contrato social no solicitado. La proyección de inversiones de plazo debe considerar el costo de la capitalización, adentrarse en los modelos de eficiencia y anunciar al exterior que México reanuda su participación en foros internacionales y en sus asociaciones con naciones ganadoras. Esa es fórmula de crecimiento.
Por: Manuel Torres Rivera
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