Las economías no se reinventan, las fórmulas de los siglos han sembrado pauta de reconocimiento, de descubrimiento rector en los cimientos del capitalismo como primera plataforma de expansión del comercio, primicia de sustento y de dominio por igual. La segunda guerra mundial aleccionó en un sentido: la integración. Las épocas actuales ante la presencia de la ultraderecha exaltan la identidad, la etnia, la pureza de raza y otras pertenencias, por llamarlas de alguna manera, para la segregación. El dilema de esta postura y la posible negación de alternativas de recursos derivados del bloque integral, pospone decisiones importantes de grupos de países inmersos en esta transformación de pensamiento y de guía política. Lo apreciamos en las dos Europas, este y oeste, confrontadas en una ideología de participación iniciada años atrás para reivindicar liderazgo conferido en los años ochenta a la Unión Europea y un mercado único. En el occidente de Europa, la ola conservadora mundial se somete a la retórica nacionalista y al uso demagógico del nuevo chivo expiatorio: el inmigrante. Ya no es el comunista la figura perversa que desafiaba al sistema del orden, es cualquier refugiado o asilado, principalmente el musulmán. En el este, las cosas son un tanto diferentes porque el enemigo tradicional, el ruso, ha sido suplantado por un enemigo invisible, que el nacionalismo desbordado hace notar de otras formas: el avasallamiento a los países de occidente, llamados simplemente opresores. Este término revive circunstancias distantes en la historia, que aun siendo moderna, lacera el espíritu libre que instiga el nacionalismo adoptado por la derecha extrema. Es fascismo sin cortapisas. En estos días, ya la ultra derecha gobierna o influye en forma decisiva en Polonia y Hungría. En Austria e Italia, políticas xenófobas dominan la escena. Desde luego, este neofascismo esconde su filiación desacreditada en la historia para invadir espacios ciudadanos en municipios, servicios sociales, y un sinnúmero de representaciones que trascienden al ámbito de verdadera representación una vez reunidas.
El escenario europeo no es fácil de interpretar: si lo vemos con la lógica de los recursos, se vuelve incompatible con la propuesta de legitimar la segregación y posiblemente se convierta en una doble acepción, y por tanto una contradicción. Anti europeo porque rechaza todo reparto de soberanía para alentar la integración intereuropea y dotar a las instituciones de potencial político, pero a la vez pro europeo porque promueve la construcción de una Europa en la que la etnia, la religión, fueran criterios de discriminación entre los ciudadanos y el resto del mundo.
En América, las cosas no distan de la tendencia a la derecha extrema. Las naciones que promueven esta ola de conservadurismo y arraigo de valores en rescate, hacen de la desigualdad una bandera que naturalmente disfraza las evasivas en materia de responsabilidad de política económica no probada. Francia es claro ejemplo de fracaso adelantado. Los Estados Unidos están inmersos en un torbellino de políticas públicas muy peligrosas y de daño irreversible a la economía. Los desafíos del presidente Trump son acompañados con notas discordantes y mensajes confusos que desvían la atención del horizonte inminente: el equilibrio entre los procesos del ahorro y la inversión. Brasil está al borde de un incendio geopolítico mundial. Las primeras manifestaciones del Mercosur están en tierra de indefinición. Se asume, Bolsonaro en el poder, como un aliado intelectual de Trump al desechar las conveniencias del Tratado de París y el Consejo de Derechos Humanos de la ONU.
Vamos a la economía, a los aspectos cruciales de supervivencia de una idea dotada de frases de pertenencia pero de poca sustancia. El afán de segregación, de centralismo, de autoritarismo y de control de la economía no cubre la expectativa más importante del orden económico mundial: la inversión. Este afán de aislamiento sin rumbo, de desafío de los requisitos derivados de un sistema de cooperación, arrojan al sectarismo irredento de otras épocas en la Europa del este y en los mares del Caribe que predominan como ejemplo de resistencia a un costo por encima del control del establishment, vocablo que denigra la identidad y los valores de una nación con supremacía y destino manifiesto en órdenes que superan lo terreno. Esa es la invocación del día en los líderes que afloran para desafiar la imposición supuesta de bloques y términos de intercambio, como si la producción propia fuera instrumento de superación del espíritu y creara formas de redención inmediata.
El mensaje que supera cualquier sistema presupuestal para alimentar “lo nuestro” mediante fórmulas de un pasado sepulto en los fracasos de las naciones, ahora revive con fervor nacionalista y sitúa a las fórmulas ganadas con denuedo en fórmulas de yugo explotador. La revancha de todo lo que nunca ha sido probado en política económica ahora expone conceptos anacrónicos con engaños desde un poder falsario que impulsa consultas que derrocan en el llamado a la ilegalidad, obras de infraestructura concebidas por las mentes más brillantes y conocedoras del planeta. Ese es nuestro ocaso del espectro de la inversión, ese el crisol que supera nuestra defensa y la arroja al juicio del exterior, demoledor como lo conciben los advenedizos a la nueva concepción de gobernar. Se aleja la confianza, se aleja el capital, se alejan las posibilidades para una nación que ha tomado un lugar preponderante en los principales rubros de la inversión del exterior. El riesgo soberano concebido en nuestra historia, tradición institucional del Estado Mexicano, se opaca con decisiones populares, con mecanismos populares y con visión popular.
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