No crecer vulnera y lacera toda circunstancia de progreso. El mundo como nunca en épocas pasadas mide sus avances y destaca sus deficiencias y las compara con su presente para dirimir su futuro. Las ventajas comparativas cobran en la escena comercial lo que siempre estuvo en juego en la escena de las finanzas. Lejano se considera el panorama de los años treinta en los que la correspondencia de valor dejó de perder significado y las emisiones de papel sobrepasaron la generación correspondiente en los retornos del capital. No tan lejano, sin embargo, es el panorama del 2008, aun cuando la protección de activos ha cambiado y el riesgo inmobiliario se diluye con el cuidado que ahora se tiene en la banca de inversión.
A pesar de los términos que definen la globalidad imperante en circunstancias de agresividad de volumen y tarifas arancelarias, que ha desembocado en guerra continental, los países industrializados mantienen un crecimiento moderado. Naciones en otro orden de comercio, sin bloque necesariamente, crecen por encima del promedio. El volumen y las ventajas de competencia de unos y otros tienen disparidades en los componentes del costo fundamentalmente en la mano de obra. China es el gran ejemplo. Bajos rendimientos y gran volumen mantienen niveles de competencia irrestricta.
Las economías han adoptado modelos que han recibido apelativos siempre circunscritos al capital y al liberalismo para retirar la rectoría de estado. Finalmente, los años han demostrado de una forma u otra: es la economía de mercado la que rige los destinos del éxito económico. Las economías totalitarias, todas sin excepción han fracasado. Venezuela, sin duda, el ejemplo más reciente.
México se encuentra en un debate en cuanto a su tasa de crecimiento y el tema obedece a circunstancias de negligencia gubernamental. Las referencias tanto nacionales como las internacionales desde hace algunos meses apuntan a una recesión, si no en términos definitorios de fracaso económico, si de alerta en el rumbo equivocado como hoy lo tiene el país en su concepción de políticas públicas. Esta transición, la tercera que vivimos en nuestra etapa democrática, recibió una economía en crecimiento. Ha adoptado un modelo cifrado en el recorte inmoderado para llamarlo austeridad y ha resultado en dos vertientes: la primera, en una disciplina forzada del gasto y la segunda en una detención del crecimiento de la economía.
La primera fase del gasto retenido se concentra en la captura del ahorro para programas asistenciales, que no están calendarizados ni obedecen a un programa ni padrón. Hasta ahora se han conformado en eufemismos anunciados desde la tribuna única, la del presidente, para anunciar sus avances, inciertos todos. La segunda, cubierta de absoluta certidumbre, reúne dos interpretaciones: la primera es la concepción de planes absurdos que todos conocemos, el despojo de un activo de la nación, el aeropuerto ya en marcha, Texcoco y dos proyectos fallidos de origen que trastornan la parte más endeble de nuestro acervo, petróleo y turismo. La segunda, naturalmente son las señales, las que recibe el mundo del capital. La indolencia para corregir, para alterar el rumbo que dicta la cordura trastoca la confianza en un régimen que no inspira certidumbre para la inversión.
¿Cómo llegamos a esto? Empecemos por la indefinición de rumbo. Se pretende una autosuficiencia en algunos aspectos de la vida nacional; dos ejemplos: petróleo y alimentos. En el primer caso, ya es dominio público el rechazo a la construcción de una séptima refinería cuando el mundo orienta sus programas de energía al campo renovable y alterno. En esta circunstancia el ejercicio ha costado desde su pronunciamiento y todavía no existe un solo trabajo en Dos Bocas. La calificación de Pemex y lo que está en juego para el país no es asunto menor. México se juega futuro en esta apuesta sin destino. En el segundo caso, el tema alimentario ha dejado sin protección al campo mexicano y los reclamos están en la puerta de bloqueos y otras manifestaciones, como lo están en el ámbito de la ciencia, la cultura, el deporte, y tantas actividades interrumpidas por esta administración y sus fallidas políticas públicas, en especial la salud.
Si examinamos el tema desde su percepción natural, la de los mercados y los de la verdadera representatividad económica, el crecimiento económico de esta administración es nulo. De eso no existe duda; en breve el INEGI dará su veredicto, que ha sido adelantado por expertos e instituciones de respeto nacionales y extranjeras. El presidente tiene otro punto de vista y mezcla términos que se contraponen, los que en teoría económica debieran complementarse.
El presidente argumenta que el Fondo Monetario Internacional amparó esquemas neoliberales y por ello le produce desconfianza, a él desde luego. También argumenta que existe desarrollo porque ahora la población cuenta con mayores recursos. La primera aseveración no merece ninguna consideración, el FMI es de caracterización universal. Lo segundo disloca todo precepto dentro de un mercado de consumo: si cualquier habitante recibe una suma precaria pero gratuita, lo primero que hará es resguardar ese pequeño privilegio y será por definición el último agente representativo de una sociedad de consumo, por tanto, el punto de partida del reparto constituye una base falsa para apuntalar los mercados internos de una nación.
Los mercados de una nación, en lo interno y en lo externo se nutren del equilibrio que debe existir ente el ahorro y la inversión. Incentivar nuestra economía requiere de una sola prescripción: la inversión pública, esto significa desatar el gasto programado, frenar el dispendio de la dádiva, reconstituir la autonomía de organismos que adaptan la marcha de las instituciones, y por encima de todo ello, desechar los tres proyectos que ahogan la economía y el prestigio de la nación.
Si lo anterior se ignora, de la fase de nulo crecimiento pasaremos a la siguiente, el estanco en la producción, el desempleo natural que se deriva de esto y el trastorno de variables económicas. Ese es el ciclo menos deseable. México tiene todos los elementos para crecer, pero el cambio de rumbo es inevitable. La simple estadística corresponde a naciones perdedoras como Venezuela, México debe convertirse en potencia, no en estadística.
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