El costo del capital, a revisión

El Banco de México decidió en días pasados reducir su tasa de referencia en un cuarto de punto, o 25 puntos base, para situarla en...

19 de agosto, 2019

El Banco de México decidió en días pasados reducir su tasa de referencia en un cuarto de punto, o 25 puntos base, para situarla en 8%. La reducción era esperada por analistas y mercados, adelantando las circunstancias de septiembre para atender regulaciones de política monetaria en el último trimestre del año, concediendo de este modo, la posibilidad de un recorte adicional en este mismo año.

En teoría una baja en la tasa de interés es un aliento para la economía doméstica, incentivando el uso y expansión del crédito ante una reducción en el costo del dinero. Las empresas reúnen una mezcla de capital y fondeos de plazo y de esa mezcla combinan los costos para obtener un costo promedio. De ese costo promedio se obtiene lo que conocemos como Costo del Capital.

El costo del capital se reduce en la medida en la que las fuentes de financiamiento de plazo sean mayores al capital accionario; el pago de dividendos a accionistas es mayor al pago por la cobertura de intereses derivado de la deuda, expresado como un retorno. Al bajar la tasa de referencia del Instituto Central como emisor fundamental de la economía, el crédito se expande y en esa expansión se incluyen planes de capitalización e inversión en planta y equipo. Los proyectos de inversión descuentan con esta tasa los plazos de recuperación del proyecto de inversión, de modo que se convierte en la tasa de referencia para la empresa o institución para aceptar proyectos con un retorno superior al costo en referencia.

Otro aspecto relevante de la tasa de referencia es sin duda el poder de captación de capitales que buscan retornos superiores a otros mercados; los instrumentos de corto plazo resultan atractivos para inversionistas institucionales y excedentes de tesorería. El diferencial de México comparado con mercados de dinero de países industrializados es de consideración y por tanto se considera como un mercado emergente y con tradición de seguridad.

El aspecto de confianza es crucial en esta materia. La deuda soberana de nuestro país es de trascendencia y respeto. Por primera vez vivimos matices de desconfianza en cuestiones de largo plazo. En este entorno, hablamos de capital fijo que en nuestros renglones de captación reciben la denominación de inversión extranjera directa. El régimen actual carece de rumbo económico y enfrentamos un clima de incertidumbre en cuanto a la protección y amparo del capital.

No puede negarse la capacidad instalada y la capacidad de maniobra de capitales del exterior en nuestra nación; desde las automotrices hasta los bancos, han radicado capitales de cuantía y hasta ahora, las reglas y la ley han concedido espacios vitales para todos. Desafortunadamente, las señales desde la concentración de poder de un partido dominante y la voluntad sometida por la imposición y visión de un solo hombre, el presidente, dejan en terreno de indefensión cancelaciones importantes que naturalmente el mundo califica y observa.

La contradicción entre una economía que se encuentra abierta desde 1994 y la visión de autosuficiencia en renglones que debieron continuar por la senda de la participación activa del capital del exterior, especialmente en el sector energético, han provocado alertas desde el punto de vista del riesgo. A un riesgo mayor, corresponde una exigencia de retorno mayor y el sector ya enfrenta costos que se traducen en un servicio de la deuda no programado desde la concepción de presupuesto. Dislocar un presupuesto no es un asunto menor, sobre todo el creado sin ninguna base de credibilidad financiera. No olvidemos que los pasivos derivados de la cancelación del aeropuerto de Texcoco no existían.

En la medida en que PEMEX pierde calificación, México, como nación, absorbe esa baja de calificación para toda su actividad económica. La irresponsabilidad de esta transición trasciende todos los terrenos de convivencia, social, política y económica. La ausencia de representatividad en foros internacionales ya alerta en cuanto a disposiciones y actos de gobierno; no ventilar asuntos que competen al concierto de naciones, siembra en el terreno de la incertidumbre. México se ausenta de toda convivencia provechosa.

Los temores de este gobierno en turno son fundados, porque sus ideas y ocurrencias contravienen las reglas más elementales de visión económica. Compartir absurdos en la escena internacional no es la ruta que México ha seguido en generaciones de visión de Estado. El descrédito anunciado en mesas en donde se discuten metas progresistas dejaría en ridículo las cortedades de un presidente apocado y escudado en la retórica de otras épocas, las de la cerrazón y la circunscripción a un mundo de acecho que ha diluido sus afanes expansionistas en participación de reglas más justas de mercado.

El costo del capital ya no es medida de actualidad y de preocupación en un gobierno que remienda los vacíos de planeación de sus finanzas; los ejemplos de retención de recursos y de subejercicio del presupuesto abundan. Todos sin excepción han lastimado a la población, todos sin excepción dan una supuesta cuenta o enmienda para cubrir los aciertos del pasado, el que sea, el heredado en forma inmediata o lejano. La consigna es la devastación de privilegios para adoptar los de la dádiva, los de relación cautiva. La única meta, la electoral, al costo que sea, por encima de toda premisa económica, por encima del crecimiento y las opiniones de expertos en la materia que sea. El presidente desecha el conocimiento, anula al hombre de estudios, descalifica la competencia, confunde las miras externas con invasión de metas nacionalistas, trastoca el acervo de nación y coloca un repaso de historia en episodios que la memoria ya retiene, para no repetir sucesos sepultos e intrascendentes.

Las bases de la economía no hacen eco de pronunciamientos vanos y sin sentido; la función económica no es interpretativa ni crea ilusiones, no está sujeta a la suposición anímica de un gobernante, la economía carece de humor, la economía es pragmática y regulatoria. Cuando las decisiones económicas carecen de razón y de asiento fundamentado en la experiencia, la economía sanciona, se torna implacable, se contrae y expulsa desde dentro las malas decisiones. Ya lo hace ahora, deja de crecer para aleccionar y orientar, para provocar la rectificación, para enviar un mensaje claro: la ruta escogida es incierta y equivocada, los costos anuncian un panorama que sanciona desde dentro y desde fuera por igual.

El costo del capital merece revisión. Cada mexicano paga. Los errores se acumulan.

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