Economía sin mano alzada

El G 20 no levantaría la mano para votar, la OCDE no lo hace, las calificadoras jamás recurrirían a ese método antagónico y primerizo en...

1 de julio, 2019

El G 20 no levantaría la mano para votar, la OCDE no lo hace, las calificadoras jamás recurrirían a ese método antagónico y primerizo en concepción de consenso. Lo hace un presidente que rompe todas las reglas de avenencia, todas las de respeto a la opinión encontrada con su único propósito: la captura electoral; la dádiva por encima de cualquier precepto económico que dicte la razón y más allá de ella, lo que tal vez es demasiado exigir, el sentido común.

Aislar a México no es logro de política pública, celebrarlo con una verbena popular, se convierte en un insulto, es constitución de una exogamia perversa al ignorar los dictados de una experiencia cifrada en la doctrina y el acervo de generaciones que nos preceden. El hartazgo de “los datos” ya no es circunstancial, la amenaza de cancelaciones de objetivos de carácter económico no reúne materia neoliberal como tampoco emana o irradia tonos o matices de conservación para denostarlos en conceptos de historia, a la que de tanto en tanto recurre el presidente, como manto inequívoco de cobijo para su rebeldía itinerante, la que sembró en los pozos petroleros, en innumerables muestras de incivilidad hasta ahogar la principal arteria de nuestra ciudad. El problema es que ahora se trata de nuestra economía. Ahogó una ciudad, reventó la actividad económica de una ciudad. Del país, no puede permitirse.

Más allá de los datos, que cansan, agobian por decir lo menos, la economía nacional sufre por malas decisiones, ya de eso no existe ninguna duda; la contracción de la gran economía es una realidad. No estamos frente a un esquema de percepción, nos encontramos con el franco y crudo espectro del fracaso económico. El mundo entero se pronuncia, el sector empresarial hace un esfuerzo singular para apostar por el terreno de lo ganado en la certidumbre generacional. En la mesa de nuestro territorio hay 32,000 millones de dólares que empeñan la palabra de valía, la de los hombres que han construido nación. Del otro lado, amanece el rumbo inesperado en las cancelaciones con el exterior, cancelaciones amparadas por un par de personajes oscuros en un sector clave en el que el mundo confió, el industrializado, el del riesgo, el de la experiencia, el del rumbo moderno de la energía renovable, el mismo que jamás haría una refinería en esta época.

Los datos otra vez, los que desviarán la ruta de la experiencia de un mundo atinado, los que se expondrán en forma irresponsable esta misma tarde en la gran plaza de la nación. Harán eco en la estridencia y en la descalificación, como ya es consabido, como ya es rutina, como ya es previsible. Harán eco de la división ya absorbida y latente, harán eco de la simulación que nunca convence, pero inserta en el autoritarismo la redención sectaria que un día colapsará, como colapsan la intemperancia y la autarquía siempre.

Los datos que aguardan la custodia de un solo hombre, los datos que confunden la bonhomía del poder con la imposición, los datos que la razón refuta y que inunda las calles de las ciudades, las nuestras y del mundo, para allanar la sinrazón y la dictadura. El llamado ya no es a la cordura, no la hay, es exigencia de lo nuestro, de recuperación de lo interpuesto por esta transición exultante de beneficios, de primicias ganadas con denuedo.

No podemos seguir amaneciendo en un compás de espera, no podemos seguir amaneciendo sin proyecto económico sólido, no podemos conceder un logro a un reacomodo de pasivos de una petrolera sin rumbo, reacomodo que no responde a un proyecto de ingeniería financiera, no podemos amanecer sin aeropuerto, no podemos amanecer con un tiradero de dinero en proyectos inútiles, no podemos amanecer con vecinos incómodos, como tampoco podemos amanecer tirando el dinero de los mexicanos en un puerto sin remedio como los es El Salvador. El dispendio tiene límites y los bolsillos de los que no aportan se llenan, los de la ciencia, la cultura, el deporte y los de las madres humilladas se vacían. La política económica de esta transición en turno está equivocada. Completamente equivocada. La disciplina económica no frena la inversión, la disciplina pública no sistematiza el ahorro, lo programa, la disciplina pública no interrumpe el gasto irrenunciable en todo esquema de crecimiento. La disciplina pública no basa sus requerimientos en el despido masivo cuando los signos heredados fueron de crecimiento.

Los datos, de donde procedan, no alientan cuando las señales se pierden en la nebulosa inmensidad de la incertidumbre y la desconfianza. Los gobiernos son firmes en sus posiciones cuando la absorción de las ideas ha satisfecho todos los esquemas sociales; un gobierno veleidoso, como esta transición, confunde pronunciamiento con destino, el pronunciamiento de corto plazo por la obstinación de una meta incierta. Las interpretaciones o sanciones como quieran verse ya dan cuenta en el costo que tendrá el futuro de nuestras cuentas, en el petróleo por no explorar y producir crudo, en la electricidad y el gas natural por interrumpir contratos sanos con ideas redentoras y antagónicas de auto suficiencia.

Del crecimiento económico ya las páginas de todo lo que se ha redactado en seis meses da cuenta de lo inútil del recorrido por los campos de la experiencia y juicio, para enfrentar la descalificación puntual de un solo hombre con una cartera fallida bajo el brazo, cartera llena de preceptos que ya debieron abundar en la supuesta vorágine mundial que pretende acabar con ese juicio y prejuicio, el del ataque sistemático para que todo revierta en el singular esfuerzo del derroche justificado para aislar el avance educativo serio y la prescripción inequívoca de conocer lo que requiere una sociedad inmersa en la supuesta estulticia de un mundo en contra de la voluntad redentora del pensamiento singular y mesiánico.  

Agregar al tema del crecimiento sería un agregado al anuncio de esta tarde, un agregado a una disminución tácita y a la sombra que pretende ignorarse en la recesión que enlaza en forma irredenta dos fracasos trimestrales consecutivos. Esperemos anuncio, sin mano alzada.

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