Pasan los meses y la definición del modelo económico para México no encuentra asiento, nomenclatura tampoco. El Plan Nacional de Desarrollo ya nos costó una renuncia y un descuerdo; el secretario de Hacienda se fue por razones de contundencia, económicas todas. Entre ellas, y así lo mencionó el presidente, el Plan mencionado. Tenía tintes de neoliberalismo y eso no puede ser, por no estar de acuerdo con los preceptos que sostiene esta transición; todo tiene que ser diferente, sonar diferente porque “no somos iguales” acotó el presidente.
Adoptar un modelo de economía es desde luego privilegio de una administración, innovar en la fórmula de crecimiento es válido. Validar es y siempre será tarea de expertos; guiar la intención de gobierno es una tarea de Estado y corresponde a la experiencia lograda en generaciones aportar los beneficios que se hayan contemplado en los resultados salientes de encargos anteriores. Algunos lo fueron sin duda. La economía ha crecido y así fue entregada a esta transición, creciendo.
Los modelos no restringen iniciativas, las complementan, las procesan, las prueban y en su aplicación vendrá la eficiencia o la marginación. Seamos claros: la administración en turno no pretende seguir las pautas como tampoco los cánones de administraciones anteriores por simple legado; quiere imponer lejanía de todo lo que pudiera ser calificado bajo las mismas reglas y primicias de implementación de gobiernos previos. Desafortunadamente no existe una variedad de caminos alternos en materia económica, al menos no en la época en la que experimentamos una globalidad ya en marcha de tiempo atrás.
El modelo mexicano, el que de una u otra manera podemos interpretar como el seleccionado para nuestra economía, incluye variables que pudieran ser interpretadas como de orden liberal o neoliberal, entendiendo que la acepción de esta última tendencia, para eliminar el término escuela, dejando de lado así aspectos doctrinarios, simplemente incluye fases de universalidad en planteamiento de mercados. La simple participación en actividades especializadas, en ventajas comparativas, en estructuras de precios y relaciones de costos, es apertura, para restar la asociación de liberalidad que tanto molesta y se manifiesta en el pronunciamiento reiterativo del presidente.
Desde la autonomía de nuestro Instituto Central de moneda, el Banco de México, la libertad cambiaría, la recepción de capital en el plazo que sea, la radicación del mismo capital en activos, en planta y equipo, la libre empresa, la inclusión en las primeras economías del mundo, y la libre vía de asociación de capitales con el exterior, hace de nuestra economía, una economía ligada al mundo moderno. Si añadimos la fase de libre comercio en bloque, del que se han derivado enormes beneficios, entonces tenemos una economía participativa, altamente abierta y activa.
En el espacio anterior, se incluyó la confrontación en la nomenclatura de la herencia económica con la percepción de distingo que la administración actual pretende imponer como sello propio, como lo ha hecho borrando de un plumazo programas asistenciales y como lo ha hecho en programas de recorte presupuestal sin mesura, desafiando todo equilibrio de la cuenta pública. El déficit primario de la cuenta de la nación ha sostenido un equilibrio fiscal sin recaudación extraordinaria por la simple razón del sustento del modelo de ahorro sin programa y el dispendio a cargo del erario en programas experimentales de asistencia, unos directos al beneficiario, otros basados en supuestos programas de infraestructura innecesaria. Todo lo mencionado, sin retorno productivo.
En el camino de la descalificación y de la supuesta reestructuración del plan económico, el crecimiento se ha desplomado y en dos trimestres la recesión al menos en el tecnicismo que adoptan los organismos financieros internacionales y la mayoría de observadores de parámetros nacionales, ya se encuentra presente en nuestro entorno. Grave o no, las circunstancias de plazo son decisivas, como en toda conducta económica. Si los supuestos no cambian, las tendencias tampoco, así se rige la economía.
La respuesta radica en la inversión pública; los conceptos de ahorro han detenido la marcha económica. El desempleo todavía no cubre el espectro del estanco en la producción esperado, como tampoco las variables de inflación y tipo de cambio han logrado niveles de preocupación por la sencilla razón del proceso de adaptación de la inversión en infraestructura que naturalmente desincorpora activos en forma gradual. En algún momento chocan las retenciones de infraestructura con los planes de inversión del sector productivo de la nación.
En lo que respecta a las variables contenidas en la disciplina fiscal del gobierno y en el control del déficit primario, el consumo interno tendrá en algún momento una reacción a la baja y ya se contempla en actividades clave de industria el efecto recesivo por las señales del régimen, señales que carecen de rumbo y certidumbre. Los mercados siguen activos y la recepción de capitales de corto plazo toma ventaja del diferencial de nuestra tasa de ahorro, por tanto, el tipo de cambio no reúne muestras de fluctuación.
La inflación y el tipo de cambio no constituyen necesariamente la fuerza o inercia del régimen; si algún mérito debe concederse sería al Banco de México y la vigilancia que ejerce en la emisión y control de moneda y desde luego la vigilancia de capitales foráneos que buscan certeza jurídica en la transmisión del retorno y no en la inversión fija, concepto este muy distinto en política económica.
Si en algún momento se detuvieran las autoridades a examinar las consecuencias de perseguir proyectos fallidos de origen, si recapacitaran en la devolución de un activo trascendental en la vida de la nación, activo en construcción, Texcoco, se diera una pausa en los programas asistenciales, se incrementara el gasto público en renglones exitosos ya existentes, se diera paso a la inversión pública y se denominara a nuestra economía una economía de mercado, para acabar con esta semántica sin freno y adjetivos sin acomodo, tendríamos un plan económico de respeto.
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