Los índices de crecimiento del 2017 no volverán en algún tiempo, apuntan analistas de distintos rincones del orbe. El promedio de la Unión Europea ronda el 2.5% en tanto la tasa de crecimiento norteamericana se apuntala por encima de este promedio pero obedece a una función procíclica, esto es, aportación de niveles de inversión con recortes de impuestos, y al inflar la expansión de la economía el paso obligado es elevar la tasa de interés. Si es una medida atrevida pues habrá que esperar este año y las consecuencias de robustecer un mercado no necesariamente de consumo y una posible saturación de la oferta. La apuesta a la inversión por encima del promedio del ahorro interno puede provocar un desequilibrio en el mediano plazo cuando las afrentas del otro lado del mundo no convencen en arreglo pronto de intercambio comercial y barreras infranqueables con China en particular.
El mundo no crecerá por encima del promedio mencionado, al menos eso estiman analistas del Fondo Monetario Internacional, en este 2019. Las condiciones no son las mismas para todas las naciones; y aquí vienen las diferencias de uniones y bloques comerciales. Los momentos críticos de una nación con respaldo no solamente geográfico, respaldo de grupo, cambia el panorama de cualquier situación inesperada. Las crisis económicas siempre son cíclicas, siempre y cuando la economía en cuestión se encuentre inmersa en la globalidad como la conocemos hoy. Las crisis de banca de España e Irlanda y las crisis de deuda soberana de Grecia y Portugal, resueltas en 2012, son ejemplo latente de este precepto de unión. Aún así los cuatro países terminaron en programas de asistencia financiera, programas vigilados por las autoridades de la eurozona. El conflicto que apreciamos y tal vez de no reciente creación es el ataque a los partidos social demócratas y conservadores tradicionales, desafiando términos de unión y articulando discursos de crítica a la Unión Europea. De ahí vienen desprendimientos reales como el Brexit, movimiento que trascendió el discurso de otros actores y naciones que optaron por el desacato pero con cautela.
Todo esto ha apuntalado un Estado de bienestar, un derivado del Contrato Social, norma que ahonda en diferencias mayores, de estructura por principio. Afloran las diferencias laborales de una nación y otra, la migración, el cambio demográfico, y en esencia la construcción de capital humano, que forma parte de un olvido involuntario en la premura del crecimiento económico sin ataduras. La premisa es válida cuando el crecimiento cimenta bases sólidas de cooperación y comercio sin fronteras. Mantener la demanda agregada es pilar económico de ortodoxia, contestar principios económicos con aspectos regresivos de orden nacional, extintos por conveniencia, es capítulo que revive en nacional populismo como síntoma inequívoco de revisión o de introspección de valores como excusa. Davos arrojó la preocupación que late en el mundo entero: las graves tensiones de la economía global y el común denominador, el avance del populismo como resultado de políticas proteccionistas. Los movimientos migratorios aceleran la protección de fronteras y naturalmente amenazan la planta laboral de los países que no han podido remediar el caudal humano con una justificación que trascienda en la región que supuestamente ampara tareas compartidas. Los aspectos redistributivos del erario no han alcanzado consecuencias por el plazo tan corto que lleva implementándose. Las variables económicas todavía no perciben efectos de acumulación de la oferta que trastoca todo principio de equilibrio del ahorro y la inversión. En México, apenas inicia este tránsito de personas sujetas a la dádiva gubernamental, de modo que la incidencia en el producto no puede apreciarse. Lo que desde ahora ya es un hecho es la contracción del producto interno bruto al desecharse fórmulas de inversión productiva y creación de infraestructura. La administración actual ha hecho todo lo posible por alejar la asociación provechosa con el mundo industrializado y desde su inicio en diciembre pasado estrechó sus relaciones con naciones francamente perdedoras. Destacaron las invitaciones a gobernantes de esas naciones, empezando por Venezuela, la antítesis de nación próspera, sumida en la devastación de todo precepto de orden. De otras naciones que hicieron presencia en esa fecha, sería de gran utilidad enumerar los inconvenientes de la asociación que se pretende con México, que posee una economía que dista generacionalmente de las latitudes de esas naciones sin ambición democrática.
Crecer con desigualdad es reto de siempre, recordatorio de rezago en política social y económica. Es totalmente admisible diseñar programas y políticas para su combate. Las administraciones anteriores, todas sin excepción han dado pasos en este sentido. El equilibrio de las finanzas nacionales nunca ha constituido un freno en la capacidad de atención a las clases menos protegidas. El paternalismo de otras épocas, la protección al campesinado, al trabajador, disimuló un efecto clientelar cautivo por décadas. Los intentos han revestido de política formal la captura de los programas asistenciales. El éxito siempre ha estado en suspenso institucional y en esquemas estadísticos. Al parecer, existe una inercia que retarda el complejo ciclo de la supervivencia urbana y rural. No hemos logrado conjugar el esfuerzo compartido de la inversión privada y en paralelo las tareas de la función pública para adecuar un ritmo compartido y sectorial. La administración en turno contempla reacomodo de renglones de dispendio otrora funcional o programático para instalar un sistema de dádiva puntual con listados interminables en una población por demás dispuesta a ceder en la pasividad y a permitir un censo inusitado en la dimensión que se pretende. Ese camino cierra las puertas a la función productiva que corresponde a la creación de utilidades bajo el concepto elemental de riesgo y competencia, circunstancias radicadas en la empresa privada.
Las miras de México pudieron estar presentes en Davos, con el círculo de ganadores en el que nuestro país tiene un asiento de respeto. En nuestra región existen lazos con naciones que no apuestan a ganar, que deberíamos dejar a un lado.
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